Sociedad

Los nuevos falansterios

Desde la invención del concepto hace dos siglos, la vida en común ha sido una opción más a la hora de estructurar nuestra vida. Hoy, sus formas han cambiado: ¿qué nuevas opciones han surgido en los últimos años y qué rol jugarán en el futuro de las urbes actuales?

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07
septiembre
2023
Plano original de un falansterio ideado por Charles Fourier.

En los últimos años, quizás por un aumento de las tasas de soledad, el incremento del precio de los alquileres u otras razones, han surgido muchas nuevas formas de vivir en comunidad. Si en el siglo pasado se popularizaron formas de vida en común como los kibbutz o las viviendas colectivas promovidas por el movimiento hippie, ahora, después de una pandemia y ante una crisis climática que ya muestra sus primeros efectos, son muchas las personas que han empezado a apreciar, de nuevo, esta forma de vida. 

Los llamados falansterios son comunidades que se basan en principios de cooperación, autosuficiencia y solidaridad, algo que ya lleva siglos existiendo pero que, en los últimos años, han experimentado un resurgimiento significativo. Sea por motivos económicos, ideológicos o ecologistas, cada vez más personas optan por impulsar modelos que vayan más allá de la individualidad que representan los pisos de la gran ciudad. El falansterio fue ideado de forma utópica por el pensador Charles Fourier a principios del siglo XIX, con la intención de ser un edificio que acogiera unas 1.600 personas y que promoviera una vida autosuficiente en común.

Uno de los primeros falansterios fue pensado para ser desarrollado cerca de Jerez de la Frontera, y tenía el nombre de Tempul: la idea era llevar a cabo su construcción en 1841 a manos del político Joaquín Abreu y Otra, que había coincidido en su exilio con Charles Fourier. La idea era instalar una comunidad rural autosuficiente como la del socialista utópico francés. En otros puntos de la península también se planteó la posibilidad de instaurar falansterios, como la Colonia de Santa Eulalia en Alicante o el Nuevo Baztán del Marqués de Goyeneche en Madrid. Esta forma de vida también buscaba un equilibrio y una complementariedad entre sus miembros, algo que respondía, en base a las reflexiones del socialismo europeo nacido en esa época, a la idea de la armonía comunitaria.

El falansterio fue ideado de forma utópica a principios del siglo XIX con la intención de ser un edificio que acogiera unas 1.600 personas

Esto, hoy, que nació como una forma alternativa a la vivienda del momento, ha sido refundado con valores más acordes a nuestros tiempos, haciendo hincapié en la diversidad en cuestiones de edad, procedencia, orientación sexual y tipo de familia, así como en la conciencia de la necesidad de impulsar prácticas sostenibles con el medio ambiente. Además, este tipo de comunidades son un gran ejemplo de cómo los valores de movimientos de pensamiento como los feminismos, los ecologismos o la lucha por la justicia global pueden materializarse en acciones concretas. La solidaridad, la cooperación y la autosuficiencia son valores que generan estilos de vida sostenibles, seguros y con un mayor sentido de pertenencia y conexión entre sus miembros. En los últimos años hemos visto, por ejemplo, cómo muchas ciudades implementaban medidas para promover modos de vida comunitarios. Un ejemplo de ellos podría ser La Borda, una iniciativa en El Prat del Llobregat (Barcelona). 

Los llamados coliving (viviendas en las que sus inquilinos comparten algunas prestaciones y servicios) ya son también una realidad en muchos puntos de Europa. Sin embargo, esta última tipología también pone sobre la mesa una realidad que poco tiene que ver con las voluntades del socialismo utópico del siglo XIX, y es que el aumento de los costes de vida y los precios inasequibles de las viviendas han hecho que muchas personas, especialmente jóvenes y personas mayores, no puedan plantearse la opción de vivir de forma independiente y tengan que optar por opciones de vivienda comunitaria. Los coliving, así, son cada vez una realidad más común, pero no necesariamente por una cuestión de eficiencia o lucha contra la soledad, sino también por ausencia de alternativas económicas viables. Por ello, si bien es cierto que ha habido una tendencia a optar por este tipo de vivienda, hay que analizar con matices los motivos que conducen a su preferencia. La vida en común, cuando es una elección, aporta grandes ventajas, pero si se convierte en la única alternativa viable, puede conllevar frustración y dificultades para que las personas vivan en armonía y bienestar. 

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