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Más Sócrates y más Diotima en la política

Solamente mediante la construcción de los espacios de diálogo a mano de la sociedad civil, la filosofía y las instituciones culturales, podemos mantener los espacios comunes en la política y favorecer la interacción de distintos puntos de vista.

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09
agosto
2023

Esta semana, la Universidad Autónoma de Madrid y el Círculo de Bellas Artes, con la colaboración de la Fundación Banco Sabadell y Ethosfera, han sentado en el ciclo de encuentros Ética, política y virtud pública a Clara Ramas San Miguel, exdiputada autonómica por Más Madrid y a Valerio Rocco, profesor en el Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid.

Clara Ramas San Miguel es exdiputada autonómica por Más Madrid y profesora del Departamento de Filosofía y Sociedad de la Universidad Complutense de Madrid.  Ha dedicado su labor investigadora a la obra de Karl Marx y su conexión con la tradición filosófica alemana. Valerio Rocco es director del Círculo de Bellas Artes y profesor del Departamento de filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid. Sus principales líneas de investigación han sido: el idealismo alemán (en especial la filosofía de Hegel), la presencia de la antigua Roma en el imaginario político, artístico y literario moderno y contemporáneo, la filosofía de Europa y la «Filosofía geopolítica de la Historia».

Vivimos en un mundo compartido. Eso es innegable. Rocco inicia el diálogo pidiéndole a Ramas San Miguel que defina la Ética Pública. ¿Y cómo hacerlo con un concepto tan escurridizo? Se sirve de Hegel y su concepto de Eticidad: aquello que sea nuestra libertad tiene siempre una dimensión que no es estrechamente individual. Nuestras acciones reflejan nuestra libertad y tienen siempre un trasunto institucional, que se encarna en instituciones políticas y sociales, pero también en organizaciones de nuestra vida cotidiana. Así pues, nuestras acciones interpelan a los demás.

Rocco pregunta si la conciencia de los espacios comunes y compartidos se percibe en la práctica política concreta o si ha quedado en segundo plano. Ramas San Miguel, en referencia a la Ética de la Convicción de Max Weber, responde que quizás hay posiciones muy claras donde cada agente político tiene unos principios que ha de defender sin importar los afectados o las circunstancias, Pero estas posiciones tan rigurosas en lo moral no dejan de ser una reproducción de una posición egocéntrica o narcisista, donde importa más imponer la huella de uno que rendir cuentas en un espacio público de conversación.

Nuestras acciones reflejan nuestra libertad y tienen siempre un trasunto institucional, que se encarna en instituciones políticas y sociales, pero también en organizaciones de nuestra vida cotidiana

Así, la hipermoralización de la política puede jugar en contra de la construcción de los vínculos éticos y comunes. Puede hacernos incapaces de pensar lo público y común de todos. Y aunque la dimensión moral no debe estar completamente ausente en el escenario político, puede llegar a ser un obstáculo. Sucede con el arte o la cultura: la censura que impide la libertad creadora. En la política pasa lo mismo. Existe un debate intensísimo en torno a valores y a principios que antes funcionaban de manera automática –el Estado y la Familia no se cuestionaban–. La intervención moral surge porque hay una angustia y una incertidumbre ante la falta de estas certezas.

Pero esto también tiene su dimensión positiva. Que se escuchen más voces es también una ganancia en términos de creatividad. Rocco está parcialmente de acuerdo, pues se echa en falta el impulso constructor de los lugares de diálogo, lo que antes podían ser los elementos de la sociedad civil, las personas, los partidos, los sindicatos, las iglesias, etc… «Por alguna razón, pienso, hay cierta apatía por parte de una ciudadanía que se ha quedado satisfecha en sus cámaras de eco y cámaras de resonancia, con voluntad crítica y liberadora pero sin mucha voluntad constructiva», apunta.

Existía una vocación política clara en el cambio de ciclo después de la crisis de 2008 y los movimientos políticos de 2010 y 2011, según Ramas San Miguel. Era una vocación de reconstruir, a lo Rousseau, el contrato social. Pero, si realmente existía una voluntad de reconstruir esos parámetros de vida común, ¿por qué el momento de retirada y desapego actual? Ramas San Miguel piensa que podemos atribuírselo a las redes sociales, un medio complejo con dos filos: produce sus propias formas de encuentro y vida comunitaria y también atomiza y segrega y genera esos entornos de cámaras de eco.

Aquí la filosofía o la intervención cultural tienen dos vías. Por un lado, investigar cuáles son estas nuevas formas de comunidad que pueden gestarse. Por el otro, lograr criterios para definir lo que es una experiencia o un hecho –y así luchar en contra de la dictadura del algoritmo y las fake news–. Ahí la filosofía y la intervención cultural tienen que hacer la labor que han hecho desde siempre, ayudar a definir qué es un criterio para una vida buena, para una ley justa, para una institución deseable.

La filosofía como crítica y propuesta de criterios compartidos sigue siendo la principal misión de la profesión, dice Rocco. Además, sostiene que hay un antes y un después en la política que no sé tiene muy claro cuándo comienza. Cuando las personas de la vida política o institucional del más alto nivel dejan de pensar los discursos que leen o dejan de ser los responsables de los argumentos que esgrimen. Comienzan a ser automatizados por los argumentarios. Rocco le pregunta a Ramas San Miguel: ¿cómo se vive eso dentro de un parlamento, si eso es palpable, si hay intercambios de ideas y opiniones o no?

Según Ramas San Miguel, la dinámica propia de cualquier institución tiene lógicas que requieren niveles de organización para ser coherentes en su funcionamiento. Existe un sentimiento de maquinaria para que la cosa se eche a andar. Evidentemente, dice, el partido pierde la frescura y la capacidad de apelar hacia afuera cuando solamente se enfoca en las pugnas y adversarios internos, en las servidumbres a los liderazgos de turno. Por supuesto que para evitar el peligro a la inercia del funcionamiento de la máquina hay que recurrir a la crítica hacia adentro, al diálogo interno.

A Rocco le sorprende la reticencia a la crítica cotidiana en los partidos políticos que, precisamente, deberían estar abiertos a la pluralidad. Ramas San Miguel argumenta que siempre va a haber una tensión insuperable entre la horizontalidad de una deliberación racional y la necesaria verticalidad de una decisión. Es un juego y una tensión constante que no vamos a poder superar, esto desde el propio nacimiento de la política y de la democracia en Grecia. Sócrates paraliza el orden de las leyes y se cuestiona si las seguimos porque son las que siguen nuestras padres o las que dicen los ancestros o los dioses que debemos de seguir, si son justas o no lo son, lo que las hace así.

La tensión es insuperable porque hay filósofos o ciudadanos deliberando, pero también hay un Estado que tiene que funcionar y emitir decisiones. Y lo mismo sucede con los partidos. Ramas San Miguel está de acuerdo con Rocco en que para los partidos políticos sería importante tener contrapesos, procesos de deliberación y tensiones socráticas, momentos de «paren todos ¿qué estamos haciendo?».

¿Qué mejor profesión para favorecer el diálogo interno que la filosofía?

Rocco termina el diálogo agradecido con Ramas San Miguel y abogando por que en nuestros tiempos acelerados defendamos más la demora: «más Sócrates y más Diotima en la política».

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