Cultura

«De la belleza hablamos mucho, pero no sabemos exactamente qué es»

El filósofo Rafael Argullol acaba de publicar ‘Danza humana’. «El ser humano es de entre todas las criaturas vivas la que está más vinculada a la belleza y al horror», nos cuenta.

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
22
agosto
2023

Conversar con el escritor, filósofo y profesor Rafael Argullol (Barcelona, 1949) es siempre un privilegio renovado. Su voz transmite una serenidad fruto de décadas de profunda reflexión sobre el arte, la belleza y la miríada de cuestiones humanas que siguen acompañándonos a lo largo del tiempo. Acaba de publicar un nuevo libro, ‘Danza humana(Acantilado). Dialogamos sobre todas estas cuestiones, su trayectoria y su obra.


Comencemos por el origen, por el principio de su carrera. ¿Cómo llegó hasta la belleza? ¿Cuál fue la catarsis que le hizo amarla? 

Es una pregunta difícil de contestar porque, en realidad, de la belleza hablamos mucho, pero no sabemos exactamente qué es. Es una conmoción, una sensación de armonía, a veces una sensación de disonancia… Creo que la identificamos con una sensación de plenitud y equilibrio que a veces nos otorgan las cosas de la naturaleza, en otras ocasiones la belleza humana y en otras más la encontramos en obras de arte. Pero no se puede definir a la belleza unívocamente. Tanto puede atraernos una obra de arte que nos conduzca a una serenidad y a una especie de ataraxia como una obra de arte que nos revuelva y que nos sumerja en una especie de tempestad. En los dos casos hay una belleza y los dos nos afectan a los seres humanos.

Estudió Filosofía y Economía, después se formó en Ciencias de la Información, tuvo la ocasión de seguir estudiando en Florencia y Roma, ha recorrido Europa, África, donde contó anécdotas en su documental Pueblo Saharaui. ¿Cómo vivió esta etapa, en apariencia, desenfrenada, tumultuosa? ¿Cuánto cree que ha cambiado el mundo, la sociedad española también, desde los años setenta y ochenta hasta la actualidad?  

Desde el punto de vista del «viaje», pienso que hay una crisis desde la perspectiva general del viajero tal y como había sido concebida modernamente en los siglos XIX y XX. La masificación del turismo y del viaje hace en muchas ocasiones esta labor de exploración que era típica y genuina del viajero. Para mí la experiencia del viaje no es tanto si el viaje es muy lejano o muy cercano, no es tanto si viajo a la Patagonia o no me muevo de mi habitación, sino el hecho de que se produzca una especie de «descentramiento», es decir, que tengas la oportunidad de mirarte desde otro mirador. La experiencia del viaje, por tanto, consiste en la posibilidad de ver tu vida y de verte a ti desde otro mirador. Si se produce esta experiencia se puede decir que realmente ha habido viaje independientemente de la cantidad de kilómetros recorridos. Se trata de un problema cualitativo, no cuantitativo.

¿Y sobre su visita al Sáhara?

Estuve dos veces al inicio de la guerra del Sáhara haciendo un documental para la televisión suiza con otros compañeros. Pude ver la realidad de decenas de miles de personas en el desierto. Creo que España nunca asumió su responsabilidad, ni la asumió en la época de la Marcha Verde y de la ocupación marroquí, ni la ha asumido recientemente. Porque, en definitiva y desde el punto de vista legal, el Sáhara sigue siendo un territorio español. Entonces quien debería dirigir el proceso de descolonización era España.

¿La solución al problema del Sáhara podría haberse planteado de otra manera diferente a como se ha encauzado?

Sí, además forma parte de estas jugadas de geopolítica que en un determinado momento interesaba Argelia y ahora interesa Marruecos porque puede asegurar otras cosas o puede evitar otras situaciones. No olvidemos que ahí está la reivindicación marroquí de Ceuta y Melilla como una espada de Damocles que actúa siempre. En resumen, los pobres saharauis son moneda de cambio.

Volviendo a su recorrido biográfico, en su regreso a Barcelona entró en la universidad como profesor en la Facultad de Filosofía y comenzó a publicar sus primeros libros, carrera que inició con el poemario Disturbios del conocimiento, en 1980. ¿Por qué poesía?

Mire, yo creo que he intentado una escritura que en su momento llamé «escritura transversal» en la cual hay muchas veces una conjunción de narrativa, de poesía, de ensayo. Ahora bien, desde el punto de vista de la definición de lo que es un género literario yo me aparto mucho de las definiciones al uso. Es en el espectro que abarca del ruido al silencio, escribir en medio del ruido, de la actualidad como es un reportaje periodístico, por ejemplo. La narrativa sigue siendo algo que está muy cerca de los signos de cada época. En cambio, veo la poesía casi como una destilación del silencio. Lo que distingo yo en el momento de hablar de ámbitos literarios es el que estemos unidos en el casi silencio o que lo estemos en el vértigo de la actualidad.

Y en esto consiste entonces su «escritura transversal».

La «escritura transversal» requiere una especie de ruptura de géneros, por un lado, y por otro exige algo que se encuentra mucho en mi talante y que es una ruptura de la diferenciación entre sensación e idea. Es decir, yo no separo el mundo de las ideas respecto del de las sensaciones, sino que me parece que son dos caras de la misma moneda.

«El problema no es tanto la inteligencia artificial como una sociedad débil democráticamente»

En sus ensayos abarca periodos históricos trascendentes. ¿Estamos los seres humanos obsesionados, o condenados, a dirigirnos hacia nuestra propia destrucción? ¿Por qué deseamos tan ardientemente atentar contra la belleza de la existencia y acabar con ella? ¿Nos arrepentimos de la destrucción, del ocaso, cuando ya no hay remedio?

Bueno, de entre todas las criaturas vivas es el ser humano la que está más vinculada a la belleza y al horror, a las dos cosas. El ser humano es el único ser vivo que «regala», es decir, que ofrece cosas a otros desinteresadamente (la generosidad, el desprendimiento, etc.), pero también es el único que tortura. No hay ninguna otra criatura viva que torture. Hay violencia en el mundo animal, pero no se torturan entre sí para, por ejemplo, sacarse información. Sin embargo, los seres humanos tenemos lo más elevado, que es el regalo, y lo más bajo, que es la tortura. Y en este sentido hay en el ser humano una propensión a la construcción de belleza, aunque hay también muchas veces una propensión a la destrucción. Normalmente se trata de una destrucción que no es muy violenta, pero que transcurre a través de la vulgaridad, la banalidad, la trivialidad y que hace que la belleza, de alguna manera, se vaya desvaneciendo.

¿Piensa entonces que el ser humano será capaz de avanzar hacia esa belleza, hacia esa construcción, y no dirigirnos en sentido contrario?

Ese es el gran mito literario de Fausto y Mefistófeles. Nuestra tendencia al conocimiento y a la exploración hace que sea muy difícil poner fronteras a esa misma exploración. Pero, por otra parte, más que fronteras lo que es necesario poner es más transparencia y más control en esa exploración. Por ejemplo, ahora que se habla tanto en el mundo de la tecnología de la inteligencia artificial, el problema no es tanto la inteligencia artificial como una sociedad débil democráticamente, es decir, que haya opacidad, que no haya transparencia, que no exista una capacidad para compartir estos avances. Es algo que ya ha estado presente en la literatura y en la cultura, al menos, occidental, desde hace mucho tiempo. Al menos, desde el mito de Prometeo en la obra de Esquilo. Sin duda, en el mundo moderno, la transgresión de los límites puede conducir a la autodestrucción. Esto, a partir de Hiroshima, desde la detonación de la primera bomba atómica, se hizo más que evidente para toda la especie humana. Porque hasta entonces la destrucción de los hombres era cosa de los dioses o de la naturaleza. Pero a partir de la bomba nuclear esta destrucción es cosa también de los propios seres humanos. Nosotros ya tenemos la capacidad de autodestruirnos. Y esta realidad constituye un salto cualitativo respecto de la realidad anterior de lo humano.

En Maldita perfección medita sobre esta inalcanzable meta humana. ¿Es la perfección un obstáculo para la creación y la creatividad? ¿En qué medida nos constriñe y nos impide progresar (en un sentido humanístico)?

Por un lado, creo que la perfección, la aspiración a la obra bien hecha, es uno de los grandes impulsos humanos. Ahora bien, hay que tener en cuenta qué es perfectibilidad, que es la perfección siempre imperfecta, que la perfección es un camino, que nunca puede lograrse su posesión. Esto es algo que tiene que quedar claro para el ser humano. De lo contrario caemos en los paraísos cerrados, en las utopías, en las doctrinas, que han sido, de hecho, muy perniciosas para el ser humano. Por tanto, la aspiración a la perfección es uno de los grandes motores del ser humano, pero, al mismo tiempo, hay que entender que este proceso es fragmentario, contingente, perfectible siempre, y que aspirar a poseer la perfección en forma de un paraíso fijo es siempre peligrosísimo.

«En nuestros días hay una tiranía de la actualidad, de lo inmediato»

En sus novelas y en su pensamiento filosófico abarca también la complicada relación del ser humano, con nuestra finitud, con lo infinito y lo divino, que podemos rastrear en todas las grandes culturas. ¿Por qué cree que tenemos inclinación por trascender, por traspasar en vida la frontera de la muerte? ¿Nos sabe a poco la vida como la percibimos, con su pleno abanico de posibilidades? ¿Es por eso que hay que disfrutar y exaltar la belleza, como afirma en su libro más reciente, Danza humana?

Por un lado, tenemos una tendencia a trascender por el miedo a la muerte. Un aspecto que distingue aparentemente al ser humano de otras criaturas es que nosotros hemos adquirido una conciencia de muerte. Los animales mueren, pero no poseen una conciencia de muerte. Y al no posee conciencia de muerte tampoco poseen la conciencia del tiempo que tenemos nosotros. De alguna manera, toda nuestra cultura, absolutamente toda, en todas las tradiciones, ha sido un intento de luchar contra esa conciencia del tiempo. La cultura ha intentado poner diques al tiempo y de una manera muy sobresaliente lo ha emprendido el arte, que ha intentado enfrentarse a la fugacidad a través de la fijación de determinadas imágenes, palabras, etc. Es decir, por un lado, nosotros tenemos miedo a la muerte y, por el otro, tenemos una tendencia a la perfectibilidad. La muerte se presenta ante nosotros como la máxima imperfección. Por tanto, tratamos de ir más allá de la mortalidad y cuando no lo hemos conseguido desde el punto de vista físico lo intentamos lograr a través de ese mundo espiritual que llamamos «cultura».

Hablando de la belleza es imposible olvidarnos de la pasión. ¿Cuál es su lugar en la vida humana? ¿Debemos rehuirla, darle rienda suelta o moderarla mediante el dictado de la razón?

El lugar de las pasiones es insuperable. Aunque es cierto que todos los caminos de sabiduría tanto en Occidente como en Oriente han recomendado superar las pasiones (Buda, Platón, etcétera), lo cierto es que yo aún no he conocido en toda mi vida a alguien que haya superado las pasiones, ni las positivas ni las negativas. Por lo cual, el ser humano comprende desde el punto de vista de la razón que lo mejor para él es no tener pasiones, pero desde la perspectiva del instinto de vida se ve arrastrado hacia ellas. Es una dicotomía insuperable.

Se trata, entonces, de una dicotomía viva que se ha ido perfeccionando mediante la reflexión y la cultura con el paso del tiempo, pero que sigue agitándonos en nuestro día a día.

Claro, claro. Porque la razón nos conduce a la no-pasión, a la suspensión de las pasiones.

Pero esto es imposible porque tenemos inclinación natural hacia ellas.

Exacto. Por eso, si tuviésemos que resumir la antigua cultura griega en medio minuto diríamos «el sabio platónico y el héroe trágico». El sabio platónico es aquel que intenta situarse más allá de todas las pasiones, mientras el héroe trágico se encuentra en el centro de las pasiones.

Y por eso termina abocado a la tragedia, aunque es la pasión que conduce al abismo lo que le permite vivir al héroe. Habría que preguntarse si un exceso de control de toda pasión no termina con la dinámica vital.

Hölderlin decía «el hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona». Consiste un poco en esto.

¿Existe lugar para la esperanza en tiempos utilitaristas, donde el arte, como canal para alimentar la capacidad para percibir la belleza, está de nuevo en entredicho?

Yo creo que la fórmula matemática que resumiría al ser humano es miedo más esperanza. Es decir, estamos continuamente en un proceso en el que sentimos miedo y, simultáneamente, sentimos esperanza. Por eso, en Visión desde el fondo del mar creo que propongo hacer las tragedias antiguas en una sala de espera de hospital. Porque en una sala de espera de hospital es donde se encuentra más químicamente presente tanto el miedo como la esperanza. El miedo a lo fatal y la esperanza de supervivencia y de resurrección.

A propósito de Humanismo cosmopolita, ¿es posible el cosmopolitismo? ¿O queda limitado a un ideal inalcanzable? ¿No es acaso lo humanista cosmopolita en esencia, por su carácter universal?

Mire, pienso que el humanismo se encuentra en estos momentos inmerso en una gran crisis. En parte con razón, porque el humanismo que se planteó en el mundo griego o en el mundo renacentista era un escenario muy diferente al del mundo actual. Yo sería partidario de intentar recrear o renovar el humanismo, pero teniendo en cuenta toda una serie de cuestiones que en el Renacimiento no se consideraban. El hombre no es el centro del mundo en el sentido que se creía en aquella época. El hombre es un pasajero del mundo, alguien que transita por el mundo. Por otro lugar, el humanismo al que deberíamos aspirar debería tener otra relación con las demás criaturas vivientes, incluso otra relación con el cosmos. Por tanto, este nuevo humanismo sería más modesto y, al mismo tiempo, mucho más policéntrico que el que se planteó, por ejemplo, en el Renacimiento.

Sin embargo, vivimos en una época en la que a pesar de disponer de más facilidad que nunca para conectarnos entre sí nos encontramos en un estado de mayor dilución. ¿Cree que es posible hoy, en este contexto, edificar un nuevo humanismo?

En nuestros días hay una tiranía de la actualidad, de lo inmediato. Entonces, como no hay «tiempo» para esperar más allá de lo actual y de lo inmediato tampoco se escucha, tampoco se atiende, tampoco se reflexiona.

Es decir, padecemos una crisis de «tiempo»: no aprovechamos el que nos confiere la vida, sino que lo engullimos y, en este proceso, nos lo negamos.

¡Claro! En un momento determinado de Danza humana escribo que la frase más repetida es «no tengo tiempo» cuando, en teoría, las nuevas tecnologías deberían habernos podido proporcionar más. La paradoja es que no tenemos tiempo y, además, existe un desconocimiento de aquello que no es inmediato o actual. La prueba es que algo que sucedió hace dos días ya se percibe como lejano.

Mientras que en la antigüedad griega era al revés.

Era al revés, totalmente al revés.

Claro, algo que sucedió siglos atrás, que es el legado homérico, se siguió recitando y repitiendo continuamente siendo aceptado como base de toda la cultura griega.

Haciendo un poco caricatura, en el mundo antiguo, si alguien presentara una obra cultural le preguntarían por cuál es su poso, cuáles son sus referencias en obras previas. Actualmente preguntan: «cuál es su impacto». Lo que les preguntan a los artistas en el ámbito de subvenciones, etcétera, es por su impacto. Esta es la situación.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME