Sociedad

Un agujero en el suelo lleno de agua

¿Qué fin tendría una piscina hace cinco mil años? Anabel Vázquez busca la respuesta a estas y otras preguntas en ‘Piscinosofía’ (Libros del K.O), un tratado acuático y desordenado sobre piscinas reales e imaginadas.

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Fotografía

Library of Congress, Prints & Photograph
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06
julio
2023

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Las piscinas toscanas, tan clásicas ellas, me invitan a pensar qué es una piscina. Una piscina es un agujero en el suelo lleno de agua y, en la mayoría de los casos, de forma rectangular. La piscina media española mide cuatro metros por ocho, según la revista Piscinas Hoy, la autoridad en el tema. Si tuviéramos que dibujar una, hay muchas posibilidades de que lo hagamos de esa manera. Pido a mis sobrinos pequeños que lo hagan, esperando confirmar mi teoría: me entregan dos dibujos con piscinas redondas. No me doy por vencida en confirmar mi teoría de que la silueta natural de la piscina es un rectángulo, aunque pienso que quizás debería escalar ese experimento social y no conformarme con una muestra de dos elementos.

Al fin y al cabo, así llevan siendo las piscinas desde hace cinco mil años. De esa fecha data la primera de la historia construida como tal: como un hueco que alguien cavó en la tierra y quiso llenar de agua. Quizás haya otra anterior, porque la arqueología nos ha demostrado que siempre hay algo más antiguo en algún lugar, a la espera de ser encontrado, pero esta es la piscina que conocemos. La llaman «la Gran Bañera» o «el Gran Baño» y está en Mohenjo-Daro, actual Pakistán, una de las ciudades más importantes de la antigua civilización del Valle del Indo (2500-1800 a. C.). Su aspecto es similar a cualquier piscina que podamos ver en una urbanización o un polideportivo municipal: mide doce metros por siete, tiene una profundidad de dos metros y cuarenta centímetros y dos escaleras de acceso. Ya no se construyen piscinas tan hondas, aunque la ley las permita, pero, en esencia, las de hoy son iguales que esa primera. No hay nada moderno en ellas. El día que diseñaron esa piscina, diseñaron todas las demás.

A Mohenjo-Daro se la considera la primera ciudad planificada de la historia; es decir, un lugar que alguien pensó y dibujó antes de construir. Estaba en un sitio estratégico para dominar las rutas comerciales y se sabe que sus habitantes tenían conocimiento de ingeniería hidráulica, algo clave para sobrevivir, porque la ciudad estaba situada cerca del río Indo, cercano al Himalaya y bastante caudaloso. Sus habitantes idearon un asentamiento capaz de contener las avalanchas e inundaciones, así como de aprovechar el agua, y ahí aparece «la Gran Bañera». Miro las fotografías y veo un agujero rectangular en un paisaje desértico. Se descubrió en los años veinte del siglo pasado y es una ruina bien cuidada, un hueco de ladrillos que hay que imaginar con agua, rodeado de columnas y como parte de un complejo arquitectónico. Cuesta hacerlo, es demasiado lejana en el tiempo y el espacio. Quien se bañase allí descendería por las escaleras hasta el agua, como lo hacía Mastroianni en Montecatini, pero me pregunto cómo se mantendría a flote, porque la piscina es honda y nadar como lo hacemos ahora es un acto reciente.

A Mohenjo-Daro se la considera la primera ciudad planificada de la historia; es decir, un lugar que alguien pensó y dibujó antes de construir.

Esta cultura no dejó muchos materiales escritos y es difícil saber con certeza cómo vivían en Mohenjo-Daro. Existe una película llamada así, Mohenjo Daro (Gowariker, 2016), que cuenta la vida, en tono Bollywood, de esa civilización: en ella veo la piscina como escenario de una ceremonia. ¿Qué fin tendría una piscina hace cinco mil años? Hay varias teorías y la más extendida afirma que podría ser parte de una escuela de sacerdotes y se usaría para rituales de purificación, comunes en el hinduismo. No suena raro porque el agua siempre ha limpiado. La historiadora Wendy Moneger lanza otra tesis y en ella afirma que el edificio del que forma parte la piscina podría haber sido un hotel o un burdel. Es decir, Mohenjo- Daro podría haber sido el primer hotel con piscina del mundo. Me interesa. Lo leo en Strokes of genius, libro que repasa la historia de la natación y se plantea que en esa piscina tan honda las personas tendrían, por pura supervivencia, que saber nadar. He buscado cómo llegar a Mohenjo-Daro, que es patrimonio de la Unesco y se puede visitar. Está a seis horas de Karachi y solo hay un hotel: elArchaeology Resthouse, que no tiene encanto ni piscina. Una investigadora seria se animaría a conocer esa protopiscina, tan parecida a la de La Foce, las de Villa Lena y a la del edificio que veo desde mi ventana en Madrid. Por ahora, descarto el viaje: está muy lejos, demasiado.

Aquí alguien puede levantar la mano y decir que la piscina de Bethesda o piscina probática es también muy antigua. Y yo repetiré que sí, que es del siglo VIII antes de Cristo y que se menciona en el Nuevo Testamento, pero este no es un libro histórico ni enciclopédico, líbreme Poseidón de ello, y voy saltando de milenio en milenio y de siglo en siglo según me place, con la soltura con la que saltan los niños antes de lanzarse al agua. Siglos después de que construyeran la piscina de Bethesda (donde se lavaba a las reses antes de ser sacrificadas en el templo de Salomón), los romanos cavaron muchos agujeros más y también los llenaron de agua. Formaban parte de las termas (thermae) o baños públicos, un cruce entre gimnasio, plaza de pueblo y Netflix que encapsulaba todo lo que hoy buscamos en las piscinas: socialización, ejercicio y diversión. Las termas eran complejos con varios espacios (frigidarium, tepidarium, caldarium o natatio) en los que los hombres romanos libres se sumergían. Las romanas también, pero menos. Ella solo podía disfrutarlas unas horas al comenzar el día. El prime time se reservaba para los hombres. La natatio es el antecedente directo de la piscina: era rectangular, estaba al aire libre y se usaba para el ejercicio físico. Hay ejemplos en las termas de Diocleciano y Caracalla en Roma, en las Stabianas de Pompeya y también en las de Cesar Augusta, en Zaragoza, y las de Itálica, en Sevilla, por donde he paseado muchas veces. En la Antigua Roma gustaba estar a remojo. Quizás hayamos visto estas piscinas en alguna visita turística y no las hayamos reconocido, porque una piscina sin agua no es una piscina. El nombre de «piscina» procede también de la Antigua Roma, de unos estanques llamados piscinae, que se encontraban en algunas casas y que tenían un doble uso: para nadar y como estanque para peces. No sé si me encanta la idea de pensar en los humanos como lubinas. El nombre ha llegado así hasta el castellano, catalán, portugués e italiano, y otras lenguas romances como el rumano, en el que se dice piscină. En Argentina, las piscinas se llaman «piletas» y en México «albercas». Yo las llamo «piscis», que me suena muy romano.

Las termas eran complejos con varios espacios (frigidarium, tepidarium, caldarium o natatio) en los que los hombres romanos libres se sumergían.

La historia de las piscinas corre, nada, en paralelo a la de la natación, una actividad física que permite a las personas, qué tontería, salvar su vida. Tras la caída del Imperio romano de Occidente, hubo más de mil años sin piscinas y aquí me impulso, doy otro salto de varios siglos y aparezco en 1876. Fue entonces cuando a un profesor de natación llamado Barthélémy Turquin se le ocurrió abrir una «École de Natation» en una piscina flotante del río Sena. Llamarla así es mirarla con nuestros ojos de hoy: era una zona del río delimitada por tablones de madera con un sistema de filtraje precario, pero funcionaba. La escuela de Turquin se convirtió, diez años más tarde, en los Bains Deligny, el apellido de su yerno. Los Deligny, a los que llamaron el Saint- Tropez del Sena, fueron durante dos siglos un lugar de reunión y faranduleo en París: Esther Williams, el príncipe Rainiero y Audrey Hepburn los visitaban. Cartier-Bresson se paseó por allí con su cámara fotografiando bañistas. Pero para eso aún faltaba tiempo porque los parisinos necesitaban aún aprender a no temer al agua. Antes del siglo XIX, si no eras soldado, nadar era una actividad extraña. En esa época, las piscinas flotantes se extendieron por los ríos del norte de Europa, en paralelo al poder de los ejércitos napoleónicos. En estas aprendían a nadar los militares y, en ocasiones, mujeres y caballos. Su forma era rectangular, porque se había comprobado que era la más eficiente para entrenar el nado. La piscina cubierta en la que doy brazadas algunas mañanas es heredera directa de Napoleón.

La humanidad empezó a nadar por diversión muy tarde, en el siglo XX, y yo aún más tarde, en el XXI, pero ese es otro capítulo.


Este es un fragmento de ‘Piscinosofía‘ (Libros del K.O), por Anabel Vázquez.

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