Medio Ambiente

La tiranía de lo inútil

La gran cuestión del siglo XXI es la de cómo gestionar la abundancia. En un mundo en el que todo se queda obsoleto casi de inmediato se generan retos de complicada solución.

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17
julio
2023

Vivimos en sociedades capitalistas, de consumo.  El exceso de consumo es el objeto último de los sistemas económicos y sociales que habitamos los ciudadanos occidentales. Cuanto más consumamos, mejor para todos (al menos esa es la teoría y, en gran medida, la práctica). No obstante, tal filosofía de vida cuenta con poderosos inconvenientes, como la tiranía de lo inútil.

Naturalmente, en comunidades masificadas centradas en tal consumo se genera una enormidad de residuos. Según concluyen investigaciones de la EAE Business School, «los españoles generan 442 kilogramos de residuos por persona al año, lo que se considera un 9% menos que la media de los ciudadanos en la Unión Europea». Para hacerse a la idea de lo que supone se puede hacer una media anual: equivale a más seis veces nuestro peso en residuos. A nivel mundial esto supone millones y millones de toneladas de basura. Este exceso produce efectos contaminantes, como cabría esperar.

Lo cierto es que estamos atrapados en una terrible contradicción: si dejamos de consumir, la economía decae y nuestro nivel de vida se deteriora; si seguimos consumiendo desbocadamente, nuestro planeta y hábitats se verán destruidos. Parece difícil superar dicha tensión dialéctica.

Por otro lado, y curiosamente, algunos de los países más avanzados en cuanto a discursos ecologistas, son los que más residuos producen y más contaminan. Greenpeace, por ejemplo, surge en Canadá en 1971, país que está, a día de hoy, entre los diez más contaminantes de la Tierra. Este tipo de ideas son difundidas e irradiadas, también, principalmente desde EE UU, el segundo país más contaminante del mundo después de China (que contamina más del doble que el país norteamericano, un exceso verdaderamente exorbitante).

En un sistema en el que solo lo novedoso parece tener valor, se tornan inútiles muchos de los artículos que compramos de modo casi inmediato

En un sistema en el que solo lo novedoso parece tener valor, los bienes y artículos que consumimos pasan a ser obsoletos de modo casi inmediato (por no hablar de la obsolescencia programada de muchos productos tecnológicos), lo cual torna inútiles muchos de los artículos que compramos. Dado el panorama, no es de extrañar que el arte de reciclar tienda a percibirse como una panacea, o solución casi exclusiva a la problemática de los residuos.

A nivel artístico en España el reciclaje como herramienta y concepto ha sido empleado por artistas como Daniel Canogar o el colectivo Basurama, que crean obras artísticas o productos utilitarios a partir de deshechos hallados en vertederos a las afueras de las grandes ciudades. Aunque el reciclaje parezca a algunos algo relativamente novedoso, en España ya se practicaba en décadas previas a todo el discurso ecologista. Por ejemplo, un consumidor podía recuperar parte de su dinero si devolvía al vendedor la botella de cerveza o Coca-Cola que había servido de recipiente al líquido ingerido.

De hecho, el reciclaje es un fenómeno que ha existido desde el origen de los tiempos. Se dice que Platón ya defendía esta forma de gestionar la abundancia o el exceso de ella, en el siglo IV a. C. Con todo, particularmente, a partir de los años setenta, gracias a los herederos del hippismo o los post-hippies, la ecología cobró gran preponderancia, al igual que el propio concepto de reciclar.

A su vez, han surgido otras medidas e innovaciones para limpiar los océanos, como es el programa de Boyan Slat, que ha desarrollado The Ocean Clean Up, entidad sin ánimo de lucro cuyo objetivo es purificar las aguas de mares y océanos. Slat dice contar con las claves para descontaminar el medio ambiente y parece que las instituciones y organizaciones internacionales se lo toman serio. Por algo será. Boyan Slat estima que, «con la creación de nuevos diseños (de una tecnología desarrollada por él) y con unos costes mínimos, en un plazo de cinco años se habrá limpiado por completo la isla de basura del Pacífico».

¿Quién sabe? Quizás podamos confiar en el ingenio de futuros humanos que puedan dar solución a un problema que parece acuciante e irresoluble en la actualidad. De hecho, si atendemos a la historia (es decir, al pasado) para comprender el futuro, probablemente debemos interpretar la problemática aquí discutida con optimismo, puesto que la historia consiste, a menudo, en resolver conflictos antes aparentemente indescifrables.

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