Sociedad

La mitología electoral

Ciertas creencias se repiten cada vez que se celebran elecciones. Pero ¿cuánto de verdad hay en ellas y cuánto de mito?

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19
julio
2023

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Hay patrañas que, de tanto repetirlas, parecieran sentar jurisprudencia; verdades a medias que se imponen con legitimidad de ley; leyendas (urbanas y rurales) que se acatan legitimadas por el costado sentimental y hasta mentiras delirantes dadas por buenas por mentes a las que se les presupone actividad inteligente.

Las citas electorales también cuentan con su propia mitología electoral. Por ejemplo, que el voto es racional. Para que lo fuera, tendríamos que conocer a fondo qué ha hecho el Gobierno que ha dirigido el país, las medidas tomadas así como su impacto, y la repercusión de determinadas políticas no siempre es fácil de cuantificar. No solo eso, deberíamos leer atentamente las propuestas de las distintas formaciones, no fuera a ser que nos sorprendiera algún partido que hemos descartado de antemano. El voto tiene que ver sobre todo con la parte irracional, con aquella imagen que proyectan unas siglas y que sintonizan mejor con la idea que tenemos de nosotros mismos.

Hablan los expertos, politólogos y sociólogos, de que votamos incluso en contra de nuestros intereses de clase. El porcentaje de ciudadanos que realmente emite un juicio de valor sopesado que justifique su voto es casi irrelevante. No somos racionales del todo ni siquiera cuando la decisión en apariencia nos afecta de un modo más directo en todos los ámbitos de nuestra vida: comprar una casa, dejar un trabajo, iniciar una relación.

Que el voto se decida en campaña supone asimismo una afirmación de cuño sospecho. Según los expertos, esa prelación entre el 20 y el 30% del electorado que no sabe qué votará habría que reducirla al 10, siendo generosos. Lo que ocurre es que hay mucha gente que prefiere no hacer público su voto, por miedo al rechazo, por estar en un contexto contrario a sus preferencias, etc.

No solo eso, los entendidos hablan de que cada vez adquiere mayor peso el «voto hooligan», aquel ciudadano que vota a un partido suceda lo que suceda, al margen de sus aciertos, sus promesas, sus resultados. Sí es cierto que cuanto mayor es la oferta electoral, más difícil se hace la elección. Si en un menú del día hay dos opciones para primer y segundo plato escogeremos en menos tiempo que si hay más posibilidades. Y aun así, la mayor parte de las veces se escoge (y se vota) por exclusión.

El «voto hooligan» es el de quien vota a un partido suceda lo que suceda, al margen de sus aciertos, sus promesas o sus resultados

Otra superstición sobre las elecciones es la denuncia de que las encuestas, por defecto, yerran siempre. Los sondeos suelen ser rigurosos, con una muestra de población lo suficientemente variada como para que los resultados no se adscriban a la fantasía. Es raro que se equivoquen respecto del partido ganador, pero sí suelen presentar serias diferencias entre los resultados pronosticados y el voto real. Recordemos que, en abril de 2019, las encuestas daban al Partido Socialista como ganador y al PP a escasa distancia. El PSOE ganó las elecciones, pero los populares obtuvieron el peor resultado de su historia con 66 escaños. Siempre hay excepciones: ningún sondeo previó el triunfo de Ciudadanos como primera fuerza en Cataluña, en las elecciones de 2017. Para la próxima cita del 23-J, todas las encuestas, salvo la del CIS, dan como ganador a Feijóo. Habrá que estar atentos.

Que el hecho de que, a mayor participación, mejores resultados obtiene la izquierda no es una condición inmutable. En las elecciones de 1982, con la participación más alta registrada (casi un 80%), el PSOE recibió el respaldo más cuantitativo hasta la fecha 201 diputados, pero no menos cierto es que, catorce años después, en las elecciones de 1996, con un alto porcentaje de participación (77,4%), fueron los populares los más votados. Lo mismo ocurre con las municipales. Por lo general, más españoles votando concluye con resultados más óptimos para las formaciones de izquierdas, pero en las de 1995, con casi el 70% de participación, el PP ganó.

La abstención tampoco beneficia obligatoriamente a la derecha. Las que mayor inhibición de voto tuvieron fueron las de 1989 (con un 30,7%), y en ellas los socialistas triunfaron. La regla se cumple en el resto de comicios con más abstención (2016, 1979, 2000, 2011 y 2015).

Por otro lado, la suma de las partes nunca es el todo. Otra ficción con apariencia verosímil: si dos formaciones acuden juntas, el partido resultante recibirá más votos que cada uno de sus miembros por separado. Error. Basta acudir al ejemplo de 2016, cuando Podemos e Izquierda Unida fueron en coalición y cosecharon alrededor de medio millón de votos menos que lo que hubieran obtenido por separado.  En las elecciones catalanas de 2012, CiU consiguió 50 escaños y ERC, 21. Cuando concurrieron juntos lograron 62, nueve menos que de forma independiente.

Acaso el último gran mito que se cierne sobre las elecciones sea el de la jornada electoral, víspera de la votación, en la que se prohíbe a los medios de comunicación difundir propaganda electoral (art. 53 de la LOREG) o incluir información que pudiera tomarse como tal. Esa ley, promulgada en 1985, no contemplaba la velocidad vertiginosa a la que circulan los mensajes, memes, informaciones y montajes en las redes sociales; es imposible controlar el flujo informativo que navega por ellas, sobre todo porque no descansan. Solo un apagón evitaría que recibiéramos publicidad. La cuestión es si estaríamos dispuestos a asumir una jornada de desconexión.

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