Sociedad

¿Por qué votamos lo que votamos?

La gran incógnita de los procesos electorales no es solo el quién ganará, sino también por qué se decide el voto. Comprender por qué votamos a unos o a otros es algo que los politólogos llevan décadas intentando desvelar.

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11
julio
2023

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El próximo 23 de julio, más de treinta y siete millones de españoles están convocados a emitir su voto en las elecciones generales. Pero ¿por qué votamos a quienes votamos? ¿Qué decide finalmente el voto de los indecisos? ¿Qué elementos de juicio intervienen en nuestra decisión electoral? ¿Qué explica votar una opción enfrentada a la que se escogió en la última cita con las urnas? ¿Afectan los mismos condicionamientos a mujeres y hombres? ¿Influye la edad? «Uno de los grandes misterios de la ciencia política es por qué la gente vota como vota; los politólogos llevamos 150 años discutiéndolo», comenta Astrid Barrio, politóloga, profesora de la Universidad de Valencia y ex dirigente de la Lliga.

«Hasta ahora, la mayor parte del análisis político se basaba en la idea de que los votantes ejercían su derecho motivados por cuestiones racionales, utilizando las ideologías como atajos cognitivos», explica. «No se racionalizaba mucho, pero cada cual sabía si era más o menos de derechas o de izquierdas, y se votaba en función de ese espectro ideológico a aquel partido más cercano a tu sistema de vida, lo que se conoce como «voto por identificación de partido»», continúa Barrio.

Astrid Barrio: «Uno de los grandes misterios de la ciencia política es por qué la gente vota como vota; los politólogos llevamos 150 años discutiéndolo»

«Este voto racional, tradicionalmente denominado voto económico o evaluativo, evalúa la gestión del Gobierno o el estado de la economía junto con otras variables», añade Luis Miguel Miller, científico del Instituto de Políticas y Bienes Públicos y director del gabinete de la presidencia en el CSIC.  «Siempre ha existido en España, pero ha importado relativamente poco; tiene mucho más peso el voto ideológico o identitario. Somos más emocionales a la hora de votar», indica.

La modificación sustancial del sistema de partidos ha afectado de manera notable la manera de votar. Si hasta hace algunos años nos regíamos por un sistema de bipartidismo imperfecto (el adjetivo se debe a que existía Izquierda Unida y partidos de carácter nacionalista), la irrupción en 2015 de fuerzas como Podemos (a su vez conformado como confederación de partidos de ámbito autonómicos, las llamadas confluencias) o Ciudadanos y más tarde Vox, han desplazado el bipartidismo, teniendo como efecto la bipolarización, que ha dividido a los distintos partidos políticos en dos bloques ideológicos.

«Siempre hay una lógica»

¿Votar con el corazón es negativo? «No es ni bueno ni malo… Los textos antiguos de ciencia política y economía decían que este voto más irracional o emocional era malo, porque el voto racional permite controlar a los gobernantes, es el instrumento de los ciudadanos para decidir si alguien dirige bien un país o no», apunta Miller. «Pero los humanos no somos completamente racionales, ni siquiera para hacer la lista de la compra, mucho menos para escoger pareja o comprar una casa. Además, los componentes emocionales nos permiten expresar lo que somos; y si para alguien es muy importante su comunidad autónoma, el color de piel o su género, votarán al partido que más defienda esas cuestiones», razona.

«En general, asistimos a la tendencia de que la gente vota según sus emociones en lugar de en términos de lo que les interesa económicamente», resume el sociólogo Mauro Guillén, decano de la Cambridge Judge Business School. Frente a cálculos racionales de utilidad, es un estar al «lado de los míos».

Luis Miguel Miller: «Los humanos no somos completamente racionales, ni siquiera para hacer la lista de la compra»

Lo idóneo sería «un balanceo entre lo racional y lo emocional», asegura Manuel Alcántara, politólogo y catedrático en la Universidad de Salamanca, pero «la balanza se inclina hacia un lado u otro dependiendo de numerosos factores contextuales». «Ahora mismo estamos viviendo tiempos en los que predomina lo afectivo, por lo que el electorado tiene un comportamiento más pasional y menos racional». apunta. «Eso se ha venido profundizando por los nuevos mecanismos de comunicación, especialmente las redes», suma.

Pero incluso votando desde lo emocional, según Barrio, encontramos un componente racional. «Siempre hay una lógica. Antes, siguiendo la simpatía a un partido expresabas tu voto, pero en los últimos años las motivaciones positivas han mermado frente a las identificaciones negativas. También se vota racionalmente en contra de una opción política. Emocionalmente se está en contra de una ideología, pero es una cuestión racional en última instancia. Un sentimiento se activa ante la percepción —acaso inconsciente pero no irracional— de que algo no nos gusta», explica.

En lo que coinciden los políticos y sociólogos es que lo que se conoce como «superciudadanos» –electores muy bien informados, capaces de emitir juicios razonados, preparados para análisis el coste-beneficio o el impacto de las distintas medidas políticas– es una rara avis. «La mayor parte de los ciudadanos no llega a ese nivel; tienen juicios de valor distorsionados, mediatizados por líderes de opinión que, pensemos en el caso de las redes sociales, carecen de conocimiento específico», apunta Barrio.

La incógnita del voto de los indecisos

Según las últimas estimaciones del CIS, un 35% de los encuestados asegura que decidirá su voto durante la campaña electoral y un 6% el mismo día de las elecciones. Los indecisos son, así, un elemento con potencial para ser decisivo.  «Hay dos tipos de indecisos», matiza Guillén. «Los que no saben si van a votar y los que no saben a quién votar. Los partidos procuran en campaña influir a los dos tipos. Lo más peligroso es la falta de movilización, es decir, votantes de un partido que se sienten desanimados y no acuden finalmente a votar», explica.

Mauro Guillén: «Hay dos tipos de indecisos: los que no saben si van a votar y los que no saben a quién votar»

Aun así, hay quien pone en entredicho la fiabilidad de quienes se declaran indecisos. «Soy un poco escéptico con la estadística de que el 20 o 30% de los votantes decida su voto muy al final», señala Miller. «En efecto, quienes están menos implicados o politizados serían aquellos que pueden decidir el voto más tarde, por cuestiones que pueden surgir durante la campaña. Pero, según algunas investigaciones, cada vez crece más el voto hooligan, el de aquellos que saben de antemano a quién votarán, pase lo que pase», aclara.

Alcántara coincide en esta hipótesis. «Los indecisos, de acuerdo con las encuestas que tenemos, no lo son tanto. Son más los que no quieren decir a quien van a votar. Creo que, en España, a diferencia de otros países, el voto está bastante asentado e incluso las transferencias de votos son escasas. El ejemplo excepcional ha sido el trasvase de Ciudadanos al PP».

Las mujeres, más permeables al contexto

También parece un mito el «voto desviado», el que ejercen quienes votan por partidos de otra orientación ideológica diferente a la personal. Estos votantes los hay, pero son insólitos y difíciles de clasificar, según los expertos. «No hay tanto trasvase de voto entre partidos, más bien hay una activación o desactivación de determinados electorados». Esto es, más que infidelidad de voto, se suspende cautelarmente el vínculo electoral.

Complejo asunto. Rastrear el voto último es casi un enigma. Más enredo aún: ¿tienen las mismas motivaciones ellas que ellos? «Voy a especular, pero he realizado investigaciones en otros campos donde los hombres son menos permeables al contexto; es muy difícil de estudiar, pero en ciencias del comportamiento hay investigaciones que apuntan a que, en entornos repetidos, los hombres suelen tener comportamientos más estables o cambian menos, mientras que las mujeres son más variables al contexto», expone Miller.

Al cómo se decide el voto hay que sumar una última variante, la de la edad. El folclore asegura que los jóvenes tienden más a la izquierda, que esta tendencia se torna conservadora con los años. «Más que la edad, lo que determina es la relación con el mercado del trabajo», apunta Miller. «Aquellos que no han entrado en él, tienen más presentes valores postmaterialistas (identidad, ecologismo, feminismo, etc.), recogidos tradicionalmente por la izquierda, lo mismo que quienes están en el mercado laboral en peores condiciones suelen votar a los partidos de izquierdas, más sensibles a estas cuestiones, pero no influye tanto la edad como tu contexto vital», concluye.

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