Opinión

Borja Iglesias y la masculinidad en disputa

Con su último spot, en el que denuncia el aumento de los delitos de odio hacia el colectivo LGTBI, el futbolista del Betis ha ayudado a evidenciar la construcción social de la masculinidad.

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03
julio
2023
Los futbolistas Borja Iglesias y Aitor Ruibal desde la izquierda respectivamente.

«Hola, soy Borja Iglesias y soy heterosexual». Así comenzaba el spot con el que el futbolista, de la mano de la agencia de comunicación Mucho Bambú, denunciaba hace unas semanas el aumento de las agresiones y delitos de odio hacia el colectivo LGTBI. En el vídeo, el jugador bético confiesa su orientación sexual y es testigo de muchas reacciones de odio. «Hetero de mierda», «En mi equipo no» o «Menuda vergüenza para los niños» son algunos de los comentarios que se pueden leer. En las imágenes que se suceden, también se especula con derogar la «ley del matrimonio heterosexual». Al poco, el delantero del Betis vuelve a aparecer en la pantalla y exhorta al espectador: «¿A que esto jamás pasaría? ¿Y por qué lo otro sí?»

No es la primera vez que El Panda muestra su apoyo al movimiento LGTBI. No calificaría su actitud como valiente y tampoco creo que haya que subirlo en volandas. Si uno tiene conciencia sobre la situación de la comunidad LGTBI, lo mínimo es mostrarse coherente y dar un paso al frente. Sin acciones, el compromiso queda hueco. Bien por él, por supuesto. Considero que su gesto es de agradecer, y mucho, sobre todo cuando se mueve en un ámbito donde las normas de género son rígidas y, a menudo, asfixiantes. El fútbol es un espejo para muchos niños: se miran en los jugadores y aspiran a ser como ellos. De modo que resulta muy liberador e inspirador que en el terreno de juego existan hombres como Iglesias, que evidencian la construcción social de la masculinidad y se atrevan a diferenciarse de los mandatos del género.

Independientemente de con quien se acueste y cuál sea su orientación del deseo, Iglesias ha sido objeto de insultos y amenazas por romper con la vieja escuela de la masculinidad. Hace apenas unas semanas, junto con su compañero Aitor Ruibal, se enfrentó a una ristra de comentarios homófobos por asistir a una boda con las uñas pintadas y bolsos de marca. En general, los improperios tenían una clara intención: señalar que eran «poco hombres», que había algo «sospechoso y raro» en ellos y que ese algo no era más que un accesorio y un atributo estético que se consideraban socialmente «femeninos».

«Iglesias ha sido objeto de insultos y amenazas por romper con la vieja escuela de la masculinidad»

Hubo quien defendió la apariencia de los jugadores aludiendo a que se trataba de una «nueva» tendencia en el mundo de la moda. Sin embargo, ya sea bajo el influjo de la tendencia o no, la vestimenta de ambos jugadores es también el resultado de una decisión libre: hay varones que no quieren ser ni parecer un dandi decimonónico y consideran que el buen gusto pasa por alejarse o no reproducir ese modelo de masculinidad propio de Beau Brummell. ¡Y bienvenidos sean todos estos hombres que, en un mundo de hombres, son capaces de explorar una masculinidad alternativa y no sentir vergüenza ante ello!  

El género, a diferencia del sexo biológico –que se compone de aparatos sexuales internos y externos, cromosomas y niveles hormonales, entre otros elementos–, no es un acto natural. Cuando hablamos de género, hacemos referencia a aquellas características, atributos, roles o actividades que una sociedad concreta, en un momento histórico determinado, ha interpretado como «femeninas» o «masculinas». El género es aprendido, un guion social, si bien esto no quiere decir que mujeres y hombres no estén influidos, genética y hormonalmente, para reaccionar de cierta manera ante el condicionamiento del entorno. El género es una performance que, con mayor o menor conciencia, tanto mujeres como hombres desarrollan rutinariamente en la vida social.

Desde edades tempranas, se nos inculca que la ropa desempeña una función social para percibirnos socialmente (y al margen de nuestro sexo biológico) como masculinos o femeninos. La ropa y los atributos estéticos, al igual que los colores, han tenido connotaciones de género distintas a lo largo de la historia (y, asimismo, pueden ser diferentes entre culturas o países). Por ejemplo, la falda y el vestido han sido prendas tradicionales para las mujeres y hombres de la antigüedad, la Edad Media o incluso las sociedades modernas. Actualmente, la falda sigue siendo una prenda que forma parte del traje regional de varón en Escocia, mientras que los vestidos constituyen el dress code de muchos líderes (varones) religiosos. No hay una relación natural entre una prenda de vestir, una actividad o un atributo estético y la feminidad o la masculinidad.

«No hay una relación natural entre una prenda de vestir o una actividad y la feminidad o la masculinidad»

En la actualidad, los hombres apegados a la masculinidad tradicional rara vez se visten para no desempeñar un papel. Las nociones de lo «clásico», «apropiado» o «no femenino» guían la elección predeterminada de su ropa. Para ellos, su vestimenta no es más que el pelaje de su masculinidad. En términos generales, los varones continúan obsesionados con su orientación sexual. Tanto es así, que muchos luchan ante la simple idea de que un bolso pueda «definir» su preferencia erótica o les catalogue como «homosexual». ¡Como si amar a una persona de tu mismo sexo/género fuera pecado!

Otros tantos viven aún preocupados ante la posibilidad de mostrarse sensibles o vulnerables, ya sea ante una mujer u otros hombres. Temen que tal cosa les califique como «débiles». Cuanto más angustiante es la obsesión por la masculinidad tradicional, más insana y agresiva es la relación no solo con uno mismo, también con los otros: con los otros hombres y las mujeres. ¿Tan difícil es aún aceptar que existen muchas formas de ser hombre y muchas formas de ser mujer? ¿Qué hay hombres masculinos y hombres que no lo son tanto, o que sí lo son, pero solo en algunos aspectos de su identidad? ¿Tan complicado es aceptar que la feminidad es una característica que puede estar en los hombres y no estar, sin embargo, en las mujeres?

Hoy, las mujeres podemos «masculinizar» nuestro atuendo y actitud sin enfrentarnos a la mofa y a la discriminación. Nadie nos llama «travesti» por llevar pantalones o «marimacho» por liderar una empresa. Algunos estereotipos de género han caído o, por el contrario, se intuyen cada vez más absurdos y limitantes. Sin embargo, los hombres continúan siendo ridiculizados, violentados o estigmatizados si se salen del guion de la masculinidad tradicional. Hay que ser muy hombre para feminizarse. Hay que apreciar mucho la libertad para atreverse, simplemente, a ser.

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