Biodiversidad
La paradoja del cormorán
La organización SEO Birdlife lucha por la conservación de esta ave migratoria, que está presente en nuestro país a través dos especies: el cormorán grande y el moñudo. Aquí, el tópico no se cumple, y es que la administración duda, pero los pescadores colaboran y se implican.
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La lucha por la conservación del cormorán, un tipo de ave marina de la que en España pueden encontrarse dos especies en problemas, el cormorán grande y el moñudo, es ejemplo de todo lo que puede ir mal –desde la desidia de las administraciones y los prejuicios para aplicar las normas–, pero también bien –desde la colaboración entre distintos sectores hasta el reconocimiento de las ventajas del cuidado ambiental–.
En los años setenta, el cormorán estuvo en peligro en toda Europa, al menos hasta que la Directiva de Aves de la Unión Europea, aprobada en 1979, hizo ilegal molestarlos, capturarlos o matarlos. En el caso de España, el cormorán grande viene a invernar a nuestras costas, aunque de un tiempo a esta parte también acude a zonas de cría en el interior del país, llegando incluso a remontar a veces los ríos para pescar. Aunque hay una excepción permitida por el Artículo 9 de la Directiva: es posible hacer un control letal si no existe otra solución satisfactoria demostrada científicamente, algo que se aplica sobre todo en el Principado de Asturias por presión de la pesca deportiva de truchas y salmones.
Nicolás López, delegado en Asturias de SEO/BirdLife y hasta hace poco responsable de especies amenazadas a nivel estatal en la oenegé, explica que se está aplicando una solución que no se ha demostrado, y es que «la pesca de salmón y trucha ha descendido alarmantemente por la acción humana, en paralelo al descenso de las poblaciones de cormorán grande». Esta especie, que en nuestro país no se considera en estado crítico, ha desandado gran parte de lo logrado desde 1979.
La población del cormorán moñudo en las zonas cantábricas y atlánticas ha disminuido un 40 % en los últimos años
Sin embargo, el cormorán moñudo, considerado en situación crítica, sí que ha conseguido un consenso que no logra su homólogo. Aunque en España esta especie sufrió un importante descenso antes de la década de los años ochenta del pasado siglo, desde entonces se ha ido recuperando: está presente en el Cantábrico, el Atlántico, el arco mediterráneo y las Baleares. Al respecto, SEO/BirdLife calcula que hay entre 87.000 y 96.000 parejas reproductoras en la población europea, mientras que en España se estima un censo de unas 4.400 parejas, de las cuales unas 2.900 se reproducen en las costas cantábricas y atlánticas –en su mayor parte en las islas Cíes y Ons–, donde su población ha disminuido un 40 % en los últimos años.
La reclamación a las administraciones es clara: se debe incluir al cormorán moñudo en los catálogos de especies vulnerables para que tenga planes de recuperación. «De esta manera, se obliga a señalar áreas críticas de cría, zonas donde la especie se está reproduciendo y no se podrían disponer redes de pesca», señala López. SEO/BirdLife cree, de hecho, que «algunas comunidades autónomas tienen el Plan de Recuperación, pero no lo aplican o dotan de medios, ya sea por miedo a la reacción de los pescadores o por desidia».
No obstante, la lucha por salvar al cormorán demuestra que la habitual imagen del choque entre los intereses ecologistas y los sectores productivos es un tópico que no tiene por qué cumplirse. «La colaboración del sector pesquero de bajura ha sido total, tanto en la Comunidad Valenciana como en Islas Baleares y Cataluña», explica López. En el caso de la zonificación de áreas críticas, especifica, no se trata de «prohibir pescar, sino solo de usar el tipo de redes que afectan al cormorán o trasladar la veda de pesca a otras zonas donde las aves marinas no corran peligro».
Se trata de una de las principales causas de mortalidad del cormorán moñudo: el ave se sumerge para bucear y capturar peces y, entonces, queda atrapado en las redes, sobre todo en las zonas de cría, donde afecta especialmente a ejemplares jóvenes, los cuales acaban ahogados. Los pescadores, a través de asociaciones, cofradías y otras organizaciones «nos han ayudado a diseñar sistemas más efectivos para evitar capturas en las artes de pesca: que mueran aves atrapadas también es un problema para ellos, ya que se atascan las redes y se ralentiza el trabajo», señala el delegado de la oenegé.
Los cambios diseñados son relativamente sencillos y no afectan a la pesca, con medidas como incorporar a las redes y artes de pesca elementos que ahuyentan a los animales, como banderolas, luces y otros, provocando que se marchen de las zonas donde ya hay instaladas artes de pesca. Se basan, en parte, en el trabajo de los investigadores del Grupo de Ecoloxía Animal de la Universidade de Vigo y del Departamento de Biología de Organismos y Sistemas de la Universidad de Oviedo.
Actualmente se están desarrollando actuaciones similares también en colaboración con cofradías de pescadores en Galicia, a las que se une una exposición itinerante llamada Las aves, nuestros ojos en el mar, que desde Asturias explica la simbiosis entre aves marinas y pescadores. «Los pesqueros de bajura saben que las aves ayudan a localizar bancos de peces y que son guías útiles que vale la pena cuidar. Y un pescador, cuando está limpiando pescado y hace sus descartes, también ayuda a estas aves a alimentarse. La relación entre ambos aspectos, el ambiental y el productivo, es buena: es mutuamente beneficiosa», sentencia López.
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