Sociedad
El incierto futuro de la pesca española
El que fuera uno de los oficios tradicionales en comunidades como Galicia, Asturias o el País Vasco, se enfrenta hoy a una grave crisis por la falta de mano de obra.
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Aunque trabajar en el mar siempre ha sido duro, en los años inmediatos a la Guerra Civil el mar fue una de las opciones económicas más atractivas para muchos de los trabajadores en los puertos gallegos, asturianos y vascos. Un marinero podía ganar entonces, por ejemplo, entre cinco o seis veces más que un albañil. Ese dinero de más estaba justificado por los altos riesgos que asumían los pescadores de aquellos tiempos: sabían con certeza qué día marcharían, pero nunca cuándo –ni cómo– volverían a casa. Aún así, durante los años duros del régimen franquista, el océano Atlántico fue para muchas personas la única vía para escapar de la pobreza extrema. La tecnología de las naves que salen a altamar es superior a la que había entonces, pero la hostilidad del mar abierto, las condiciones climatológicas, las agotadoras labores y los extenuantes horarios continúan exigiendo de este desempeño un esfuerzo considerable. Esto hace que los jóvenes españoles consideren cada vez menos –y desde hace décadas– dedicarse a la pesca.
La dureza del oficio la relata Ricardo Cabanelas, un pescador gallego jubilado que zarpó hacia las aguas del mundo con 16 años, al igual que tantos otros jóvenes entonces. «Era la única salida que teníamos. Se ganaba bien, pero el trabajo era y sigue siendo muy duro», sostiene. Ahora tiene 79 años y finalmente disfruta de la compañía de su familia y de una merecida jubilación que logró a los 57 años, pero antes de que la comodidad llegase a su vida se vio obligado a navegar entre olas inmensas y temporales que casi le arrancan la vida en los bravos mares canadienses. Sus andanzas se cuentan por miles –zarpó, navegó y pescó en las aguas de Noruega, Uruguay, Mozambique, Perú y las islas Maldivas, entre otros lugares– y todavía ríe cuando recuerda su encarcelamiento de ocho días en Namibia (y seis meses de encierro dentro su barco en el puerto) debido a una falsa acusación por pescar fuera de los límites correspondientes. El gran precio que pagó, sin embargo, fueron las décadas de lejanía con unos familiares que rezaban por él para que volviese sano y a salvo. No recuerda con nostalgia aquellos días como pescador: sabe lo difícil que es pasar nueve meses dentro de un barco, navegando constantemente, sin tocar tierra firme y sin comunicación alguna con su esposa y sus hijos. La historia de Ricardo comienza como es habitual: en la posición marinero. Más adelante vio la oportunidad de estudiar y convertirse en jefe de máquinas, lo que le permitiría tener mejores turnos y menos riesgos; así lo hizo. «De todas formas, las 20 horas de trabajo diarias que había que echar durante los días en los que había mucho pescado no te las quitaba nadie», confiesa.
Mayores y extranjeros
No es solo la dureza del oficio lo que aleja a la juventud de la pesca, sino también el hecho de que España exige aún más marinería y titulados que el resto de los países de la Unión Europea: los desalentadores números de tripulantes en los barcos españoles pronostican que los barcos se hundan como generadores de riqueza y empleo. Se trata de una dura realidad confirmada por la Confederación Española de Pesca (CEPESCA) en su último informe. «La escasez de tripulantes es el mayor problema al que se enfrenta nuestra flota. Debemos continuar trabajando en potenciar la carrera marítimo-pesquera y dar a conocer la pesca como una salida profesional para los jóvenes digna y llena de oportunidades», concluye el documento.
Los números de tripulantes pronostican el hundimiento de los barcos como generadores de riqueza y empleo
En la actualidad, el hueco laboral se ha ido supliendo con mano de obra que llega desde el extranjero: sin la fuerza de trabajo proporcionada por los trabajadores inmigrantes embarcados como marineros rasos, numerosos pesqueros gallegos y españoles sumarían paros forzosos o ya habrían desaparecido.
Otro dato que refleja la crítica situación de la pesca española es el siguiente: el 65% de los mandos en activo rondan la jubilación. Lo que es peor: no hay relevos suficientes debido a la falta de titulados. En la actualidad, de hecho, los puertos gallegos cuentan con un fuerte número de barcos amarrados, ya que las autoridades portuarias no permiten que zarpen si el personal no tiene las cualificaciones mínimas en puente, máquinas y cubierta.
Aunado a eso, parece existir otro obstáculo que lo complica todo aún más: la traba legal que impide las convalidaciones de títulos procedentes de otros países. En España, la ley al respecto es estricta, y el acceso a puestos clave, como el de patrones o maquinistas, no es tan sencillo como la contratación de marineros rasos. Y todo eso en un contexto en el que –como se mencionó antes– seis de cada diez mandos están cerca de jubilarse en las flotas gallegas. De no ser sustituidos, por cada uno de esos puestos de trabajo perdidos también se perderán otros 32 empleos.
Seis de cada diez mandos están cerca de jubilarse en las flotas gallegas
Ricardo Cabanelas sigue en contacto con armadores de barcos en su Galicia natal y aún escucha testimonios de gente que augura tiempos «aún más complicados». Según explica, «cada vez hay menos oportunidades y menos cupos. Los barcos grandes, si no tienen un caladero que sea rentable, su gasto es inmenso». El último barco en el que él trabajó, por ejemplo, consumía 12 toneladas diarias de gasoil. «Y el mantenimiento era carísimo. No vienen años buenos para los pescadores gallegos, si los barcos siguen amarrados», sentencia.
Según Cabanelas, muchos barcos navegan y pescan con otras banderas para evitar la ruina. «Así pasa en Namibia, donde hay barcos gallegos que llevan otras banderas. Ahí hay más de 20. Hay otros incluso con la bandera de Inglaterra, ya que la necesitan para poder seguir pescando en esas aguas. Tras el brexit se quedaron todos abanderados allí», dice. No es para menos: un informe de la Universidad de Santiago calculó que el impacto económico del Brexit en la pesca gallega es de 535 millones de euros. La pesca se enfrenta, hoy, a uno de sus oleajes más violentos.
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