Cultura

«No hay nada más peligroso que los que se vuelven intolerantes para defender la tolerancia»

Fotografía

Maj Lindström
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05
junio
2023

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Maj Lindström

Cuando la periodista y escritora venezolana Karina Sainz Borgo (Caracas, 1982) aterrizó en Madrid en 2006, Hugo Chávez aún gobernaba su país natal. Y la huella permanece: «Vengo de una sociedad autoritaria y ya no le tengo miedo a las turbas». Aunque Borgo ya venía de mostrar su celebrada prosa en diversos escritos, no fue hasta el 2019 cuando debutó en el mundo de la literatura con todos los éxitos posibles. Su primera novela, ‘La hija de la española’, triunfó en crítica, ventas y premios (Grand Prix de l’Heroïne Madame Figaro y el International Literary Prize), y fue traducida a más de una veintena de idiomas. A su ópera prima le siguieron ‘El tercer país’ (Lumen, 2021) y la novela que acaba de salir al mercado ‘La isla del Doctor Schubert’ (Lumen, 2023). Hablamos con ella sobre literatura y la sociedad en que vivimos.


Venías de publicar dos novelas escritas de la manera más clásica en términos de planteamiento, nudo y desenlace. ¿Por qué cambiaste a un estilo que se asemeja más al relato mezclado con la fábula en tu nueva obra?

Más que un cambio de estilo, yo diría que fue un acto de supervivencia creativa. En efecto, las otras dos novelas son muy duras, muy violentas y tienen un universo muy oscuro, y cuando me senté a escribir la siguiente me di cuenta de que se me hacía insostenible; estaba repitiendo las mismas palabras. Me apeteció probar el relato largo, que es lo que es La isla del doctor Schubert: parece una novela, pero tiene más bien la estructura de una fábula. Era una búsqueda estética nueva. Creo que se parece mucho a lo que yo he hecho y, a la vez, no se parece. Hay una historia de guerra de por medio, siempre tiene que haber algo violento en mis libros, pero se trata realmente del hallazgo de un tipo de lenguaje, de lenguaje de mar. Es la recuperación de todo un tema mitológico que yo he venido trabajando antes, pero esta vez con un formato que para mí era absolutamente nuevo y entretenido. 

«La temprana muerte de Javier Marías nos genera a todos sus lectores una sensación de orfandad gigantesca»

¿Crees que la fábula puede ser un buen medio de expresión?

La fábula siempre nos ha servido para plantear situaciones ejemplarizantes, como en las que le atribuimos a seres animales características que nos hagan sentirnos cercanos a ellos. Yo quería trabajar la figura del monstruo en este libro, en la cuestión de hasta qué punto los monstruos lo son sin desear serlo.

En el prólogo de este libro añades una cita de Javier Marías en Berta Isla. ¿Qué significa la pérdida de Javier Marías para ti, como lectora y como escritora?

La temprana muerte de Javier Marías nos genera a todos sus lectores una sensación de orfandad gigantesca: ya no va a haber nada nuevo suyo. Es una aproximación muy egoísta, pero también es verdad que ahora vuelvo a la obra de Javier Marías mucho más consciente y sacando joyas que sé que son las únicas que quedan. Y como escritora y como lectora, mi relación con Marías es exactamente la misma: es ver a un mago hacer una cosa extraordinaria. Creo que se fue muy pronto porque, entre otras cosas, él era nuestro Nobel de literatura.

Me gustaría conocer tu opinión sobre la literatura fantástica, ¿la estamos infravalorando en España, mientras que en Sudamérica y el mundo anglosajón se celebra?

Esa conversación la tuve con un amigo argentino, Jorge Fernández Díaz, que además es escritor, y me decía exactamente eso mismo. Hay una sensación de que la literatura fantástica o de aventura es un género menor, y que un escritor solamente se muestra en las novelas canónicas. Y no hay nada más equivocado que eso: toda la literatura clásica, o por lo menos siendo justos la literatura del siglo XIX, tiene una relación con la fantasía absolutamente prodigiosa. Jorge Luis Borges es un gran creador de bestiarios, el propio Bioy Casares… Y también hay autores españoles como Cunqueiro que trabajan el tema fantástico. Es decir, hay toda una relación con lo fantástico mucho más manifiesta. De hecho, deberíamos retomarlos: cada tiempo necesita unas transfusiones de sangre, y a mí la literatura fantástica y de aventuras me parece la transfusión perfecta para oxigenar la sangre o para que no se nos pudra la imaginación; para que no se nos envilezca la prosa. 

Respecto a las novelas, ¿tienen que tener un propósito social o personal más allá del de entretener? 

La verdad es que siempre he sido escéptica con la literatura con propósito. Las novelas no resuelven problemas, no reparan deudas históricas y tampoco tienen la misión de explicar nada. Creo que si algo tiene una novela como función primordial es, primero, hacerle compañía a quien escribe y, luego, hacerle compañía a quien la lee. En ese trasiego, si la novela deja preguntas abiertas, la misión se ha cumplido absolutamente. Pero descreo mucho de la literatura con agenda y activistas; incluso descreo de la literatura de autoficción.

Decías hace tiempo que se estaban empeñando en convertir Madrid en una «playa de cemento». ¿Qué deben hacer los ciudadanos para protestar y conseguir que Ayuso o Almeida reculen en sus medidas contra el medioambiente? 

Esa es mi pelea con Almeida. Lo del tema de Madrid como una playa de cemento es mi pelea personal con el alcalde, y cada vez que lo veo le recomiendo un libro y le pido que por favor deje de cementar las plazas. Él dice que no, que están plantando más árboles. La mayoría de las ciudades están perdiendo espacios públicos y es que, contradictoriamente, peatonalizando se gentrifica muchas veces el espacio. Como ciudadana no sé muy bien cómo defenderme de eso porque, además, tengo muy poca fe en general. Pero sin duda, el espacio urbano se está convirtiendo en un lugar mucho más asfixiante, y la pandemia nos lo demostró sobradamente cuando vivíamos todos en pequeños habitáculos, prácticamente en cautiverio.   

«Cada vez que veo a Almeida le recomiendo un libro y le pido que deje de cementar las plazas»

Entonces, ¿está condenada Madrid a convertirse en un sitio inhabitable?

En absoluto. Madrid jamás será una ciudad inhabitable. De hecho, incluso se puede recuperar de su primera limitación, que es no tener mar. Yo creo es que es un proceso global de las ciudades, que cada vez se convierten más en un parque temático y tienen menos espacio de habitación para los ciudadanos o para crear comunidad… Madrid es una de las ciudades más amables para sobrevivir… puedes hacer la fotosíntesis en el Retiro. De alguna manera, esa sensación que tiene la ciudad de perpetuo tránsito alivia un poco esa sensación de cautiverio. 

Cada vez que surge un escalándolo con un artista, vuelve la eterna pregunta. ¿Debemos separar al artista de su obra?

Yo soy de las que cree firmemente que una cosa es un creador y otra es lo que haga con su vida. Eso no quiere decir que exista un prurito. Un ejemplo clave para mí es Saramago: me fascina como autor, pero me tuve que reponer del hecho de que fuera chavista; no podía entender que un hombre tan inteligente le hiciera la comparsa a un dictador y, sin embargo, tengo que aprender a reponerme de eso. Igual que Peter Handke: independientemente de su posición con los Balcanes, me sigue pareciendo un narrador maravilloso. Y lo mismo con García Márquez, que es uno de los escritores más grandes, pero que no podía ver a un dictador porque se le echaba en brazos. Es interesante proponernos el ejercicio de separar lo creado de su creador, porque si no seríamos como unos beatos literarios. Caravaggio era un delincuente y un asesino, pero sus cuadros nos siguen dejando perplejos siglos después. 

En este sentido, ¿se nos ha ido de las manos lo de la cultura de la cancelación? 

La principal fuente de censura hoy es la cancelación, que además es una actitud de arrebato infantil y adolescente tremendo y furibundo. No hay nada más peligroso que los que se vuelven intolerantes para defender la tolerancia. Es algo que está creando un enorme problema, ya no solamente en la sensación de cancelar la obra, sino en el propio uso del lenguaje. Por ejemplo, yo escribo con un español muy caribeño, donde hay una serie de expresiones –como por ejemplo negro, negra o indio– que son normales para nosotros y que a la hora de traducir y ser leída en otros sitios son vistos como expresiones racistas, pero no lo son. La forma más directa de convertirnos en turba es esta vigilancia, esta patrulla del lenguaje, esta constante patrulla de las ideas y de qué es lo correcto y qué no. Es asfixiante, y produce una sensación de pereza gigantesca, porque el ejercicio de leer es un ejercicio de complejidad, de meterte en aquello que te puede resultar incómodo. Creo que estamos creando un mundo indoloro, incoloro, insustancial y profundamente autoritario. Yo creo que no había visto una época tan autoritaria como esta en términos de contenido. Hoy, La naranja mecánica no se podría estrenar y La Dolce Vita sería cancelada, al igual que cualquier película de John Ford o de Houston. Honestamente, vivir así es peor que la Inquisición. 

«Estamos creando un mundo indoloro, incoloro, insustancial y profundamente autoritario»

Entonces, ¿se está limitando la expresión artística por culpa de la cultura de la cancelación?

Absolutamente, muchos escritores prefieren no meterse en líos e ir por el camino fácil. Muchos columnistas de opinión prefieren evitar lo polémico y asumir mensajes que sean simples y que se puedan asumir de manera simple. Y creo que por eso estamos viviendo una época tan desconcertante.

¿Y tú tienes miedo a ser cancelada? 

Soy consciente de que puede pasar pero, honestamente, me importa muy poco. Por ejemplo, si en la columna de opinión de un domingo digo «me van a apedrear», llevo mi lapidación con toda la dignidad posible. Pero yo no puedo dejar de opinar, vengo de una sociedad autoritaria y ya no le tengo miedo a las turbas. Pero sí entiendo que un editor pueda temer algo así o que un traductor quiera suavizar algo, lo que no es otra cosa que pervertir y manosear la creación. Pero siempre lo digo, una persona como yo que diga que va a los toros sin miedo… Ya no le tengo miedo a nada. A mí ya me pueden lapidar todo lo que quieran. 

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