Opinión

El Puy du Fou de Toledo y la historia de España

La prensa francesa satiriza el tratamiento que el espectáculo del parque Puy du Fou de Toledo da a la figura de Isabel la Católica y la colonización española. Pero ¿y si quizás habría que mirar esta temática desde una perspectiva distinta?

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Puy du Fou
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20
junio
2023

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Puy du Fou

Recuerdo haber leído, hace ya unos meses, un artículo de Le Monde en el cual se ironizaba sutilmente sobre las libertades históricas que se toma el Puy du Fou de Toledo con respecto a la colonización española. Explicaba que en una de las dramatizaciones del parque temático se «heroíza» a Isabel la Católica, cuando se la hace decir: «Ordeno que los indígenas residentes y habitantes de estas Indias no sufran ningún mal y no sean injustamente tratados», obviando las graves consecuencias de la colonización, y etcétera. El título era Au Puy du Fou espagnol, l’histoire menée en bateau, un juego de palabras con una expresión idiomática que en su sentido figurado quiere decir tomar el pelo.

Lo primero que parece necesario, para entender lo que es este parque temático, es un poco de historia. El Puy du Fou, como es bien sabido, es una empresa francesa originariamente instalada en la región de la Vendée. Yo fui en su día, y me entusiasmó y me horrorizó al mismo tiempo. Los espectáculos eran fascinantes, pero la ideología que impregnaba el ultrasimplificado relato histórico era de un nacionalismo católico extremo, el que correspondía, como es natural, a su promotor, Philipe De Villiers, varias veces diputado en su país y fundador de Movimiento por Francia. A todos mis amigos les dije lo mismo: «Un espectáculo maravilloso, pero pura propaganda».

Lógicamente, al trasladarlo a España han jugado con la historia española y han vendido la mercancía al público local, de la misma manera que cuando abran un Puy du Fou en Shanghái le venderán a los chinos su propia historia. Son las reglas del juego y se entiende.

Habiendo visitado la sucursal toledana el pasado verano, puedo dar fe de que, aunque todavía muy pequeño, es tan atractivo como el parque original y merece la visita. Diré también que el relato histórico es lo de menos y con respecto a los tintes ideológicos, creo, si acaso, que se pasan de celo localista. Yo, personalmente, habría borrado en el texto de El último cantar dos o tres «moros» y en el espectáculo nocturno algún «gabacho»: son palabras innecesariamente peyorativas que no aportan demasiado.

Pero lo importante, por supuesto, no es eso. Lo importante es el prejuicio cultural que uno percibe en el dicho artículo de Le Monde, y es un prejuicio tan recurrente que merece la pena hacer, aunque sea a toro pasado, algunas mínimas reflexiones históricas.

«Huelga decir que la colonización española fue tan interesada económicamente y tan depredadora como cualquier otra colonización en la historia»

Huelga decir que la colonización española fue tan interesada económicamente y tan depredadora como cualquier otra colonización en la historia. No vamos a romper ninguna lanza a favor de que una cultura, por superior que parezca, se imponga a otra; ese no es el objetivo de este artículo. Creo firmemente que el fin nunca justifica los medios y que ni la evangelización de América justificó su conquista, ni la defensa de los valores republicanos justificó la escabechina hecha por los franceses, pongo por caso, en Argelia.

Lo que sí me gustaría es resaltar un puñado de rasgos distintivos que pudiera tener la colonización del llamado Nuevo Mundo por parte de los españoles.

De entrada, con respecto a las potencias autóctonas previas, creo que cualquier comunidad que pasara a estar bajo la férula de la monarquía hispánica debió darse cuenta de que estaban razonablemente mejor pagando tributos a Carlos V que a Moctezuma o a Atahualpa. La monarquía de los Austrias tenía una sólida cultura jurídica y sus procedimientos, por duros que fueran, no eran comparables en crueldad a los sacrificios humanos que practicaban, por poner el caso más conocido, los mexicas. Creo que tanto los totonacas como los tlaxcaltecas o los mayas estuvieron de acuerdo en esto.

Y desde luego si lo comparamos con la colonización británica de lo que hoy es Estados Unidos, salta a la vista que allí por donde los británicos pasaron no volvió a crecer la hierba, étnicamente hablando. De las centenares de tribus que había en Norteamérica no queda, hoy, casi ninguna. En cambio el mestizaje, igual porque después de muchos siglos de convivencia con árabes y judíos los españoles de entonces eran de por sí seres mestizos, es el principal signo distintivo de la colonización española.

Pero la mayor diferencia está en el plano intelectual. Estimo que la reflexión sobre el derecho de gentes que llevó a cabo Francisco de Vitoria en Salamanca no tuvo parangón, y es más que justo que en la sede de las Naciones Unidas en Ginebra haya una sala que lleva su nombre.

«La reflexión sobre el derecho de gentes que llevó a cabo Francisco de Vitoria en Salamanca no tuvo parangón»

Y por supuesto el fruto más suculento del pensamiento del padre Vitoria fue la controversia de Valladolid que sostuvieron en esta ciudad su discípulo Bartolomé de las Casas y su antagonista, Juan Ginés de Sepúlveda. Ningún otro Estado de la época tuvo el valor o el interés de promocionar un debate tan profundo sobre si resultaba ético o no lo que se estaba haciendo en sus colonias.

El tipo de argumentos a favor de la colonización que luego sintetizó La vida de Brian en el famoso gag ¿Y qué nos han traído los romanos? (con el que los Monty Python ¿defendían? subliminalmente el imperialismo británico) ya aparecían en esa primera gran reflexión sobre el fenómeno que se hizo en Europa y que justifica el que en la única película que versa sobre la controversia –por cierto, francesa– se presente a Las Casas, brillante abogado del indigenismo, como un pionero en la defensa de los derechos humanos.

Que en la realidad las medidas protectoras que se tomaron a raíz de la Controversia y que cobraron cuerpo en la actualización de las Leyes de Indias fueran en demasiados casos obviadas e ignoradas por los encomenderos no le quita mérito a la reflexión y al intento de imponer unas leyes justas, y al reconocimiento de los derechos de los indios por parte de la Corona Española. Un reconocimiento que estaba, efectivamente, en sintonía con la voluntad que explicitó Isabel la Católica en su testamento de que se tratara bien a sus súbditos americanos.

A mí esto me parece un claro ejemplo de altura moral política. Y más si se compara con lo que propugnaba un siglo después la Francia de Luis XIV en el Code noir. La diferencia salta a la vista.

Insisto y reitero que no estoy defendiendo ninguna colonización, algo que, per se, me parece condenable; solo estoy comparando varias situaciones de opresión colonial y para mí está claro que, de hacerse una valoración comparativa, la española no es la que sale peor parada.

Otro ejemplo sería el esclavismo. Que España utilizó mano de obra africana está claro, y tampoco creo que sus dirigentes sintieran prejuicios morales a la hora de participar en la trata de esclavos. Si no lo hicieron más es posiblemente porque no pudieron.

Pero, sea por las razones que sea, lo cierto es que España fue de los países que menos esclavos llevó a América, y esto salta a la vista cuando uno compara la población racial de países como Haití o Jamaica con la República Dominicana. Por eso resultó tan injusto que Spielberg en su película Amistad se centrase en un barco de esclavistas españoles.

Quienes más se lucraron, históricamente, con el tráfico de esclavos africanos fueron, por este orden, los árabes, que eran quienes los transportaban hasta las costas para venderlos; los portugueses, que heredaron ese negocio durante su momento de expansión colonial; y después de los portugueses, holandeses y británicos principalmente.

Una vez más, la diferencia con otros imperios coloniales debiera proyectar más bien una luz positiva sobre el caso español. Quizás la única película que resalta las diferencias a nivel de trato que recibían las comunidades autóctonas, en concreto los guaraníes, en un territorio portugués como Brasil y en el Paraguay de los jesuitas, donde estaba prohibido esclavizarlos, sea La misión. Es el mejor antídoto contra la película de Spielberg.

En definitiva, el Puy du Fou de Toledo tiene razón en destacar en su espectáculo el interés de Isabel la Católica por tratar bien a sus nuevos súbditos americanos, porque fue real y resultó loable, y más en una mujer de su tiempo.

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