Sociedad

Decadencia y caída del imperio: la historia del conde-duque de Olivares

Se dice del conde-duque de Olivares que fue el hombre más poderoso de la historia de España, pero también que facilitó, con su ambición, el definitivo declive de su imperio. Sin embargo, el trabajo del historiador John H. Elliot, recientemente fallecido, nos muestra a un personaje algo distinto: un estadista con una fuerte visión de futuro.

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01
abril
2022
Retrato ecuestre de Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, por Diego Velázquez.

A veces, los hechos que cambian el rumbo de la historia no terminan de adquirir el relieve que merecen. Un ejemplo claro de estas fallas es el de Gaspar de Guzmán y Pimentel, conde-duque de Olivares (1587-1645) y valido –una suerte de primer ministro– del «Rey Planeta» Felipe IV (1605-1655). El conde-duque, a pesar de ostentar un poder desmesurado, finalizaría sus días desterrado por el propio rey.

Su personalidad se recoge, en parte, en el magnífico retrato ecuestre que realizó de él Diego Velázquez: nos muestra a una persona de mirada enigmática y poderosa que no invita a la simpatía. Los españoles nacidos en la década de los setenta del siglo pasado aprendieron en las aulas la historia del conde-duque como un ejemplo de corrupción: era el relato de alguien que se empeñó en el propio enriquecimiento, causando la caída definitiva del imperio español. Posteriormente, gracias a los estudios y publicaciones del historiador e hispanista británico John H. Elliot, recientemente fallecido, el perfil del valido de Felipe IV tomaría un nuevo relieve.

Es cierto que el conde-duque de Olivares fue una persona ambiciosa que acumuló títulos, rentas y propiedades a costa de eliminar de la corte española a todos aquellos que pudiesen contrariar sus intenciones. Así lo confirma una carta que él mismo escribió, en 1641, al embajador veneciano. John H. Elliot la incorporó a su inapelable ensayo histórico El conde-duque de Olivares: «He de deciros, en confianza, que he sido el hombre más ambicioso del mundo. Confieso que nunca dejé de hacer maquinaciones y pasé noches en vela intentando mejorar mi fortuna».

De esta manera, desde que Felipe IV accedió al trono en 1621, con tan solo 16 años de edad, el conde-duque comenzó a acumular cargos palaciegos, a regular el acceso al monarca y a utilizar sus influencias hasta que. Tan solo un año después, Gaspar de Guzmán y Pimentel se convertiría en un tipo de primer ministro plenipotenciario de la corona española.

El conde-duque era un gran estadista con una importante visión de futuro que sería traicionada, principalmente, por el encono de la nobleza

A partir de entonces, todo su empeño político se basó en recuperar la reputación exterior de la Monarquía Hispánica y lograr la unidad de los reinos peninsulares. Esta búsqueda de la unidad tenía una motivación principal: un mayor y más cohesionado aporte financiero que permitiese sufragar los esfuerzos bélicos necesarios para recobrar el prestigio. Las hostilidades con los Países Bajos, Inglaterra y Francia llegarían a consumir durante su gobierno numerosos recursos económicos, mermando aún más la ya dañada reputación del país. Célebre es su proyecto de Unión de Armas, que exigía a los distintos reinos peninsulares que aportasen soldados y dinero a los distintos frentes militares, lo cual devendría en serios conflictos con Cataluña y Portugal. A raíz de este proyecto, ambos terminarían independizándose –la primera, de forma efímera– de la corona española.

Con esto podría deducirse que la ambición del conde-duque de Olivares fue, como estudiamos hace años, nefasta para la historia de España. John H. Elliot, sin embargo, logró restituir su figura: en realidad, se trataba de un gran estadista con una importante visión de futuro que sería traicionada, principalmente, por el encono con que la nobleza de la época enfrentó todos sus intentos de modernizar nuestro país.

Así, con sus planes de Administración y Derecho comunes, el conde-duque pretendía establecer una fiscalidad conjunta más equitativa. De hecho, a pesar del carácter ambicioso que él mismo se atribuía, obligó por decreto a todo el que desempeñase cargos públicos a hacer inventario público de su fortuna. El valido también introduciría nuevos impuestos más equitativos, llegando incluso a intentar crear un banco nacional que facilitase las transacciones comerciales. No serían sus únicas medidas: prohibió la emigración y propugnó la inmigración con la intención de aumentar la demografía española; se empeñó en la mejora de la educación ordenando la construcción del Colegio Real de Madrid y otras instituciones de similar índole; y propulsó la protección de las artes, convirtiéndose además en mecenas de Velázquez, quien tan bien sabría captar la complejidad del personaje en su famoso retrato ecuestre.

Fue dicho retrato el que indujo al historiador John H. Elliot a restituir la memoria del conde-duque de Olivares, «el poseedor de la mirada más torva que pintó Velázquez», como el primer gran reformista de la historia española. El hecho de que muchas de sus ideas fuesen recuperadas en el siglo XVIII da fe de ello. Lamentablemente, su desmedida arrogancia le alejaría de la realidad social: fue así como poco a poco caería en desgracia.

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