Cultura

Barbarroja (o el humanismo de Kurosawa)

Akira Kurosawa llevó a la gran pantalla la máxima expresión de sus inquietudes humanistas con ‘Barbarroja’. Es un profundo existencialismo que ya le había llevado a retratar las bajezas del ser humano.

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05
junio
2023
Una escena de ‘Barbarroja’ (Filmin)

Akira Kurosawa erigió una de las filmografías más apabullantes del séptimo arte y en la práctica totalidad de las películas que dirigió siempre está presente el humanismo más descarnado. La amistad, la solidaridad, el sacrificio, la comprensión y la ternura, entre otros, son rasgos que marcan a muchos de los innumerables personajes a que el maestro japonés dio vida.

Pero, aunque pudiese parecer lo contrario, todo el carácter humanístico de la obra de Kurosawa habita las antípodas de cualquier tipo de trascendencia religiosa. Porque el director enfrenta a sus personajes, de manera continuada, al sinsentido de la vida. Un absurdo vital ante el que sus personajes se revelan aportando rasgos humanos que les ayuden a sobrellevar una existencia decididamente injusta.

Y, con total seguridad, podemos afirmar que Barbarroja es la película que más lejos lleva el carácter humanístico de su autor. Estrenada en 1965, ese mismo año fue nominada a mejor cinta extranjera en los Globos de Oro, y dos años después se haría con la Espiga de Oro del Festival de Valladolid.

‘Barbarroja’ se erige como un canto magistral a la abnegación de muchos profesionales de la medicina que deciden llevar sus códigos deontológicos hasta las últimas consecuencias

La historia que nos propone Kurosawa es la de un joven médico engreído que, finalizados sus estudios, aspira a convertirse en el doctor personal del shogun (título que, en el Japón medieval, se otorgaba a generales que disponían de sus propios ejércitos y ejercían un poder feudal sin parangón). Sin embargo, la realidad suele ser más cruel que los sueños y el joven Yasuoto se ve relegado a una clínica rural con escasísimos recursos. Para agravar su ya frustrada situación, el arrogante doctor se ve supeditado, en dicho centro hospitalario, a las órdenes de un médico apodado Barbarroja cuyo carácter es abiertamente huraño y hostil. Al menos, en apariencia. Porque, según avanza el metraje, el espectador comprende que Barbarroja atesora en su interior una verdadera pasión por su oficio y, sobre todo, por utilizarlo para ayudar a quienes menos recursos tienen.

Barbarroja se erige como un canto magistral a la abnegación de muchos profesionales de la medicina que deciden llevar sus códigos deontológicos hasta las últimas consecuencias. Así, el jefe médico de este centro rural no solo busca hasta el último aliento curas físicas para sus pacientes, sino que también, consciente del sufrimiento que conlleva la situación de pobreza en que viven, se empeña en buscarles curas que bien podríamos calificar como espirituales.

Abnegación y sacrificio son términos que bailan en la mente del espectador mientras su mirada recorre los pictóricos y naturalistas planos con que Kurosawa llevó a las pantallas esta bella historia que evidencia las injusticias sociales para ofrecer, como única solución, la solidaridad humana.

Lo de los planos pictóricos de la película, su plasticidad llevada al extremo en un naturalismo que replica la composición de planos propia de la época dorada de Hollywood, ya no extraña en su cine. Kurosawa comenzó desarrollando su creatividad frente a un lienzo, aunque no se consideró válido para tal disciplina y la cambió por la cinematográfica.

Pero Barbarroja, además, tiene un tratamiento de personajes que podría clasificarse de sinfónico, dada su musicalidad. Además de la historia de redención de un joven médico vanidoso que acaba abrazando todo lo que de humano tiene su profesión, conocemos múltiples pequeñas historias que ayudan a engrandecer el conjunto y dotarlo de sentido absoluto. Historias que son extractos de las vidas, humillaciones y pesares de todos aquellos olvidados por las clases dirigentes a las que el joven Yasuoto soñaba con ofrecer sus conocimientos médicos.

No fueron pocos los que calificaron Barbarroja como ejercicio sensiblero y manipulador que apelaba a los instintos más débiles de los espectadores. Pero, como decíamos al inicio, toda la filmografía de Kurosawa es un canto a los aspectos más nobles que atesora el ser humano. Sin duda, enfrentar Barbarroja a esa otra obra maestra que es Rashomon, y en que el egoísmo y la corrupción humana no dan respiro al espectador, puede llevar a pensar que el director engañaba a su público. Pero no dejan de ser las dos caras de una misma moneda. Porque Kurosawa nunca negó ese asfixiante existencialismo casi sartreano, pero comprendió que el mismo absurdo que gobierna al ser humano sólo el ser humano puede superarlo.

Después de esta, vendrían otras maravillosas películas con las que el director japonés continuó ahondando en los sentimientos más nobles que podemos tener las personas. Inolvidable ese canto a la amistad y el respeto a la naturaleza que es Dersu Uzala. O ese broche final a su obra que es Sueños, donde emociona al espectador con un ejercicio fílmico radicalmente vanguardista pero henchido de buenos sentimientos. Kurosawa, al fin, era, parafraseando a Nietzsche, humano, demasiado humano.

 

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