El liberalismo según Raymond Aron
Raymond Aron sigue siendo uno de los intelectuales que mejor representa la corriente política del liberalismo. Su perspectiva, sin embargo, contenía un fuerte componente filosófico que le alejó de las ideologías férreas.
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La inclusión del concepto de libertad en la raíz del término «liberalismo» aboga por un pensamiento político en que anidan la inviolabilidad de los derechos individuales, el respeto a la vida privada de los ciudadanos y la no interferencia en la misma, de manera arbitraria, por parte de los gobernantes. Raymond Aron (1905-1983), filósofo y sociólogo francés, sigue siendo uno de los principales representantes de este pensamiento sociopolítico que de tan diversas formas se ha utilizado. Su liberalismo, no obstante, es más filosófico que político.
Ya en 1938, su tesis doctoral, Introducción a la filosofía de la historia, provocó cierto escándalo al afirmar que las posibilidades del conocimiento son precarias, y que ni la historia ni la razón podrán progresar dada la incapacidad del hombre para dominarlas. Así, rompía con una tradición académica basada en la fe en el progreso del hombre y la historia.
Fue el primer paso del filósofo hacia un pensamiento alejado del que defendió en su juventud. Aron pasó, en pocos años, de reconocerse abiertamente socialista a convertirse en el crítico más activo del comunismo y el orden socialista. Así, defendió que la persistencia del marxismo se debía más a su carácter poético que a su realismo. Porque todo cambio histórico queda, al fin, en manos de los hombres. Y estos adolecen de una incapacidad innata para desarrollar cambios positivos para la sociedad en su conjunto.
Aron defendía que la persistencia del marxismo se debía más a su carácter poético que a su realismo
Las posturas de Aron le valieron entrar en contacto con Charles De Gaulle que, si bien admiraría su perspicacia de pensamiento, acabaría reconociendo al filósofo como el principal obstáculo para su mantenimiento en el poder. La autoridad intelectual de Aron caló en los políticos de la derecha conservadora y comenzaría a ser vilipendiado por los adalides del progresismo. Pero incluso ubicado en el radio de acción de la derecha política, no dejó de criticar a esta, vilipendiando los aires de pequeño Napoleón que se daba el general De Gaulle.
La Segunda Guerra Mundial pareció certificar el pesimismo de Aron con respecto a la evolución social hacia un espacio más respetuoso con las libertades individuales. La reconstrucción francesa, tras la guerra, se debatía entre las pretensiones gaullistas y las comunistas. Una derecha y una izquierda en abierta pugna que olvidan el protagonismo de dos potencias extraeuropeas: Estados Unidos y la Unión Soviética.
Y es en referencia a este protagonismo cuando Aron se desmarca de ambas corrientes ideológicas para reclamar un atlantismo que afilie a Francia con los Estados Unidos. Los comunistas le criticaron por defender lo que consideraban epicentro de todas las aberraciones contra la clase trabajadora del capitalismo moderno. Aron les respondió apelando a la diferencia entre la defensa de las libertades individuales de los Estados Unidos y la perversión de los gulags de Stalin. Por su parte, los gaullistas le acusaron de traicionar los principios tradicionales de la Francia democrática en aras de un intervencionismo extranjero. A ellos, Aron les recordó su incapacidad para construir una Francia y una Europa cohesionada y, por el contrario, su capacidad para destruirla.
Equidistante de las dos principales corrientes políticas de la época, Aron publica, en 1955, El opio de los pueblos, un libro que supone su ruptura absoluta con el pensamiento de izquierdas que abrazó en su juventud. Amparándose en los tres grandes mitos del progresismo francés, se dedica a demolerlos con tremenda lucidez. Derriba el mito de la izquierda aduciendo que, por más que se imagine unida, ha estado históricamente dividida y enfrentada. Frente al mito del proletariado, evidencia la existencia de tal proletariado como un ente cada vez menos numeroso y con escasa conciencia de clase. Y la revolución siempre pendiente, demuestra que solo se ha demostrado viable mediante golpes de fuerza autoritaria como el soviético.
Poco después, sería la derecha más tradicionalista y conservadora la que se vería en el punto de mira del pensamiento de Aron. La colonia argelina sería el objeto de sus disquisiciones. Para el intelectual, mantener la colonia presentaba un doble e irresoluble problema para Francia: un coste económico inasumible y la contradicción de que la autoproclamada república de los derechos humanos ocupase de manera dictatorial otra nación.
Los argumentos de Aron molestaron tanto a los acólitos de la izquierda como a los de la derecha. Su liberalismo estuvo únicamente del lado de la verdadera libertad individual: se enemistó con todas las ideologías y patriotismos para convertirse en el prototipo de intelectual libre. En las antípodas de cualquier partidismo, su liberalismo filosófico buscaba el compromiso irreductible con la independencia ideológica.
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