Se buscan referentes

Hay una pregunta que me ha hecho el 100% de las personas a las que les he contado que salí del armario hace dos años y con 4 hijas. ¿Cómo no te diste cuenta antes?

Hay una respuesta. Porque no tuve referentes. Porque no tuve ninguna chica cercana a mí, o importante para mí, a quien yo supiera que le gustaban las chicas. Ni una profesora, ni una amiga, ni una monitora scout, familiar, emprendedora, cantante, ni empresaria. Ninguna mujer en la que yo me viera reflejada; que me ayudara a sentirme identificada, representada, a preguntarme… ¿y si a mí también?

Tuvieron que pasar muchos años y cosas en mi vida para darme cuenta de quién era realmente Ana. De repente, sabía algo de mí que lo cambiaba todo. No era algo que yo estuviera eligiendo, como quien elige su corte de pelo. Sencillamente era lo que era. Y lo acepté. Ese, para mí, fue el paso más liberador. El que me dio la fuerza para todo lo demás. Y el que, a su vez, implicaba tomar una decisión.

Una opción era seguir con la vida en la que estaba –en la que todo funcionaba con mi marido y mis cuatro hijas– y guardarme para el resto de mi vida el secreto de quién era yo. Esta opción era aparentemente más sencilla, pero implicaba vivir con una gran mentira dentro.

La otra opción era romper la familia que habíamos construido, hacer sufrir a las personas a las que más quería y, de alguna forma, provocar un terremoto en mi entorno. Esta era mucho más complicada, pero me permitía vivir una nueva vida coherente con quien era yo.

Tomé la que en realidad era la única opción acorde con mis valores: vivir mi verdad. Pero ha sido duro. He provocado mucho sufrimiento.

He conocido a varias mujeres que no dan pasos hacia la visibilidad porque tienen miedo de cómo reaccionará su entorno

Solo puedo dar las gracias a unas hijas increíbles que no dejan de sorprenderme cada día. A un padre que ha tenido la madurez y generosidad de crear conmigo una nueva armonía familiar. Al apoyo de mis amigas, de mi familia y de mi entorno laboral. Y por supuesto a quienes se han convertido en mis nuevas referentes. Gracias a todo esto, puedo decir que estoy muy feliz y orgullosa de ser quien soy y de que me gusten las mujeres.

Tengo otra gran suerte. Vivir en un país muy avanzado en la normativa que protege los derechos de las personas LGTBIQ+ gracias a la lucha de un colectivo que se ha dejado la vida en ello. Sin embargo, la visibilidad y la naturalización de este tema no están yendo al ritmo que deberían.

He conocido a varias mujeres que no dan pasos hacia la visibilidad porque tienen miedo de cómo reaccionará su entorno. Otras porque dicen que no hace falta hacer alarde de ello. Otras, porque no se sienten identificadas con el «colectivo».

Yo misma pasé por esa fase. Pero pronto me di cuenta de que la única forma de cambiar esta percepción es que todas, estemos donde estemos, nos dediquemos a lo que nos dediquemos, masculinas y femeninas, progresistas y conservadoras, religiosas y ateas, de derechas e izquierdas, altas y bajas, catalanas y extremeñas… Seamos más visibles. Cada una al alcance de lo que pueda. De lo que quiera. De lo que sea capaz. Pero un poco más visibles. Solo así podremos ser referentes para todas las que nos necesitan.

Y no solo hemos de hacerlo por ellas. Sino por toda la sociedad. Que será mejor cuando normalice que hay mujeres a las que nos gustan las mujeres, y hombres a quienes les gustan los hombres.

Será una sociedad mejor cuando consiga ampliar el imaginario colectivo de un tipo concreto de gay o lesbiana a muchísimos tipos de gays y lesbianas.

Cuando consiga aceptar que, como nos cuenta Estibaliz Urresola en su brillante película, no hay un solo tipo de abeja, sino 20.000 especies de abejas.

Será una sociedad mejor cuando no necesite que se celebre ni el mes del orgullo ni el Día de la Visibilidad Lésbica un 26 de abril como hoy.

Ana Sáenz de Miera es Ashoka Leadership Group Member