Siglo XXI

Levante la cabeza: ¿cuánto tiempo pasa delante del móvil?

Usamos nuestros ‘smartphones’ una media de casi cinco horas al día. Pero ¿qué es lo que dice de nosotros el constante empleo del teléfono móvil?

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26
abril
2023

Desde la revolución del iPhone en 2007, el teléfono móvil se ha convertido en un elemento distintivo de estos primeros compases del siglo XXI. Táctiles, flexibles, grandes o pequeños, todos ellos están diseñados como un gran escaparate a través del cual mirar el mundo. 

Entre los numerosos estudios que cada año se publican alrededor del universo digital y los hábitos de consumo, el informe sobre el estado del móvil que publicó en 2022 la propia industria de los smartphones es revelador: cada usuario dedicó una media de 4,8 horas al día para interactuar con su teléfono durante 2021, una cifra muy por delante del tiempo dedicado a ver televisión (alrededor de 3 horas al día) o escuchar la radio. Pero ¿cómo nos afecta el uso que hacemos de nuestros teléfonos y cuál es su impacto en nuestra vida cotidiana y en la sociedad, según los expertos?

Érase un ser pegado a un móvil

Como la tecnología nunca es buena o mala por sí misma, sino que depende de la finalidad para la que la estemos usando, el reto de los especialistas reposa, primero, en el grado de conciencia que tenemos sobre las implicaciones de nuestra interacción con estos nuevos compañeros de andanzas vitales. Y los datos son, al menos en cierta medida, preocupantes: en España, por ejemplo, y según una encuesta sobre equipamiento y uso de tecnologías de la información realizada por el INE en 2020, el 69,8% de los niños y adolescentes de entre 10 y 15 años posee su propio teléfono móvil; de este grupo, el 90% de los mismos posee acceso a internet. Este dato, desnudo, puede que no diga gran cosa, pero sirve de explicación para otros: conforme reveló un estudio realizado por la empresa de telefonía OnePlus en 2022, el 81% de los jóvenes españoles de entre 18 y 35 años tendría miedo al no usar el móvil. Y pese a que el caso ibérico no es una excepción, tampoco es un dato que pueda diluirse en las métricas de los otros países de la Unión Europea: sólo Italia empeora levemente nuestro resultado, con un 82%.

Según algunos estudios, el 81% de los jóvenes españoles de entre 18 y 35 años sufriría miedo al no usar el móvil

A datos como éste, que afectan de lleno a la percepción del mundo y de la sociedad de las generaciones venideras, se produce el hecho de que la ciudadanía dedica casi 7 horas de su vida a navegar por internet. Los especialistas aceptan por lo general el signo de los tiempos, aunque se ven en la obligación de puntualizar acerca de la manera en que nos estamos adaptando a las tecnologías digitales. En la década de los 2000, antes de la difusión comercial de los smartphones, nuestra relación con internet era a través del ordenador. El empleo masivo de las computadoras hacía que nuestra relación con la gran red de redes tuviese una frontera definida: el trabajo, el colegio y las relaciones humanas, por un lado, y el mundo digital, limitado al ocio o como un escaparate extra. Las aplicaciones no tenían tanto una pretensión de conectar a las personas entre sí como de facilitarles nuevos entornos comunicativos: así fue la experiencia de los usuarios de MySpace, Tuenti u otras interfaces similares. 

En nuestra década, en cambio, el acceso a internet está monopolizado para el teléfono móvil. De hecho, en 2017 fueron los smartphones la principal vía de acceso a la red, derrotando a las computadoras en un 40% frente a un 32% de estas últimas. Además, los sistemas operativos móviles, más compacta, ha permitido un diseño de aplicaciones cada vez más fácil y abierto al gran público. Y los seres humanos somos entidades físicas, espaciales: necesitamos esforzarnos para acudir hasta donde tengamos un ordenador o podamos acomodarnos con él en el regazo, si es un portátil, pero el teléfono, que apenas pesa, lo llevamos encima casi siempre. 

Una realidad deformada

Las atractivas interfaces de las aplicaciones móviles, su formato prêt-à-porter y el diseño de multitud de estas herramientas, ideadas para despertar el consumismo y el uso masivo de sus servicios, nos ha atado a nuestros teléfonos.

El abuso del universo digital parece subrayar los vicios narcisistas y evasivos de la realidad que son habituales

Así lo sostienen cada vez más investigadores en tecnologías de la información: la realidad que nos presentan las redes sociales y las aplicaciones digitales se parece a la genuina, pero es una narración más, una adaptación diseñada para vender mejor su producto al potencial cliente, que es el usuario, o bien recopilar datos que sirven a sus intereses. De esta manera, y según la barrera entre las interacciones físicas y las digitales se va diluyendo, los trastornos aumentan considerablemente entre la sociedad: abusamos de la comunicación a distancia y dedicamos gran parte del tiempo –para el que la evolución natural nos había preparado para interactuar con el entorno y nuestros semejantes– a un continuo flujo de información que acaba por relacionarse en nuestros cerebros de manera inconexa. En otras palabras, estamos perdiendo habilidades para empatizar con nuestros semejantes, para acompañarnos mutuamente en las zozobras cotidianas y para estimular la capacidad natural para aprehender los diferentes contextos de nuestras vidas. Por el contrario, un abuso del universo digital parece subrayar los vicios narcisistas y evasivos de la realidad que son habituales, y también una consecuencia natural del acontecimiento que implica vivir, en el ser humano. 

La soledad, los trastornos mentales agravados y las conductas narcisistas, pero también la interconexión, un mayor cosmopolitismo enciclopédico y la posibilidad de oportunidades que ninguna generación antes había podido aprovechar. El universo de los smartphones y de las tecnologías de la información está construyendo una sociedad nueva de la que poco puede decirse por el momento, salvo algunas tendencias que parecen claras: la salud mental va a estar encima de la mesa de los especialistas, cobrando una relevancia importante. Entre otras cosas, porque la celeridad con la que cambian las nuevas tecnologías que se vierten en el mercado año tras año está obligando a realizar un sobreesfuerzo adaptativo imposible de esconder bajo poses escépticas: recientes son las reclamaciones de la población de más edad para recibir una atención en servicios clave, adaptada a sus capacidades y costumbres. En este sentido, nos encontramos también el continuo empuje por parte de instituciones públicas y privadas para implantar un entorno digital cuando no se ha demostrado que mejore en muchas ocasiones la relación con los usuarios respecto de los sistemas tradicionales. Probablemente, sólo una actitud prudente podrá dirigirnos a un saludable equilibrio entre el habitual trato humano y la era digital.

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