Cultura

Hölderlin y el helenismo perdido

En su obra, Hölderlin volcó sus ansias de libertad, pero también su creencia de que el helenismo era la vía para lograrla. Tras deambular por Europa, su salud le llevó a refugiarse en casa de un ebanista, desde donde siguió escribiendo.

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03
abril
2023

Corren tiempos de tibieza y poco riesgo en que muchos buscan la libertad en una uniformidad peligrosamente orquestada por eso que hemos dado en llamar progreso. Tiempos similares, al menos en su esencia, a los que sufrió Friedrich Hölderlin. Para el poeta alemán, nacido en 1770, la humanidad había claudicado ante un progreso que le desconectaba de la naturaleza y, por tanto, de su más íntima razón de existir.

Nacido en el seno de una familia burguesa y protestante, fue dirigido desde joven a hacerse seminarista, con vistas a lograr de él un nuevo ministro evangélico. Pero fue en el seminario donde estudió literatura y filosofía dejándose influir hondamente por la cultura helénica. Aquel deslumbramiento por el pensamiento de Platón, la mitología griega, junto a la amistad que mantuvo con Hegel y Schiller, marcaría su carrera literaria.

Fue justamente Schiller quien le publicó, en su revista Thalia, los primeros fragmentos de Hiperión, o el eremita en Grecia, la obra que finalizó años después, en 1799, y que le otorgaría el reconocimiento en el mundo de las letras. En esta novela epistolar, el joven Hiperión, vive retirado en un paraje natural de Grecia y plasma en sus cartas los ideales helénicos del individuo como parte inexcusable y armónica de lo total y absoluto. Así, «ser uno con el todo es el cielo del ser humano», afirma.

Como ocurre con otros autores de su época, como Lord Byron, Hölderin pone en Grecia un faro vital

La fascinación helénica del joven Hiperión encuentra similitudes con las de otro poeta, este real. Lord Byron – igualmente idealista– también tuvo a Grecia como faro vital, llegando a emplear su fortuna y sus esfuerzos en apoyar a la Grecia que, en 1821, se levantó en armas para poner fin al dominio turco. El revolucionario Alabanda, con quien Hiperión traba amistad, también enfrenta el yugo turco mediante las armas, pero este decide no acompañarle, a pesar de compartir sus ideales, por su decisiva oposición a la violencia.

Otro paralelismo de la novela con la vida real es el amor que Hiperión siente por Diotima. En 1795, Hölderlin entró en calidad de preceptor en el hogar del banquero Gontard, cuya bella esposa, Susette, se convirtió en el gran amor del poeta. Diotima es el reflejo literario de Susette que, a pesar de amar a Hölderlin, jamás abandonó a su marido. «¿Queríamos separarnos? ¿Era lo justo y lo sabio?/ ¿Por qué nos asustaría la decisión como si fuéramos/ a cometer un crimen?»

A partir de entonces, viviría siempre gracias a la hospitalidad de amigos y conocidos en ciudades europeas como Homburgo y Stuttgart (Alemania), Hauptwil (Suiza) y Burdeos (Francia). Un deambular que formaba parte, sin duda, de sus exacerbadas ansias de libertad.

Antes de Hiperión, Hölderlin ya había publicado, en 1793, unos Himnos en los que glorificaba la belleza y la libertad, y unas Elegías que eran puro lamento por lo desaparecido y firme propuesta de alcanzar lo absoluto mediante la inmersión en un nuevo helenismo. A la par que la escritura de Hiperión, también mantuvo la de La muerte de Empédocles, pieza dramática en que el explica el suicidio del filósofo presocrático como una expiación por el martirio que sufrió su pueblo al no tomar las riendas de su destino. Esta obra toma el testigo de los ideales de la Revolución Francesa, incitando a que el pueblo sea soberano y sepa regir su propio destino.

«¡En el nombre de aquellos que engendramos para la vergüenza,/en el nombre de nuestras reales esperanzas,/
en el nombre de los bienes que colman el alma,/en el nombre de esta fuerza divina, herencia nuestra,/y en el nombre de nuestro amor, hermanos míos,/reyes del mundo hecho, despertad!»

En 1802 abandonó Francia y emprendió, a pie, el camino de regreso a su Alemania natal. Una vez allí, tuvo noticia de la muerte de su amada Susette y sufrió la primera crisis nerviosa provocad por la esquizofrenia. La enfermedad ya no le abandonaría, pero sí le daría momentos de tregua que le permitieron escribir obras poéticas inigualables.

Dado que las crisis nerviosas se hacían más frecuentes e intensas, ingresó en un hospital psiquiátrico de Tubinga, localidad muy cercana a Lauffen am Neckar, donde había nacido. Allí permaneció un año, hasta que fue diagnosticado incurable. En 1807 fue acogido en el hogar de un ebanista admirador de su obra literaria y a quien la madre del poeta pagó los gastos de manutención hasta su fallecimiento en 1843. Durante ese período siguió escribiendo y mantuvo una vida todo lo tranquila que le permitió la enfermedad. A pesar de su trastorno, Hölderlin no abandonó en ningún momento su idealismo y su búsqueda de la belleza.

«Dadme un estío más, oh poderosas,/ y un otoño, que avive mis canciones,/ y así, mi corazón, del dulce juego/ saciado, morirá gustosamente».

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