Sociedad

¡Lucha como una chica!

«Se me quedaron mirando a través del parabrisas. La manera en que me examinaron me provocó al instante un grumo en el estómago». ¿Te suena esta situación? La escritora Holly Bourne hace un relato sobre el acoso callejero en ‘¡Lucha como una chica!’ (Ediciones La Galera).

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Alice Pasquini
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26
julio
2019

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Alice Pasquini

Ni siquiera iba en minifalda.

Un pensamiento ridículo. Totalmente ridículo.

Sin embargo, después, mientras me caían lagrimones y me hervía la sangre de rabia, no dejaba de pensar…
… ni siquiera iba en minifalda.

Si queréis saber realmente qué llevaba puesto, para convenceros de que yo era la víctima ideal en todo esto, iba con unos tejanos normalísimos. Y mi jersey de blonda. PERO TRANQUIS, que todo ese encaje erótico quedaba TOTALMENTE OCULTO bajo la trenca. Así pues, a menos que los pervertidos de las furgonetas tengan visión de rayos X –y vamos a dar las gracias de que no sea así–, no llevaba nada de nada para provocar lo que ocurrió aquel día.

Que fue lo siguiente…

«La manera en que me examinaron me provocó al instante un grumo en el estómago. El grumo de la intuición femenina»

Yo iba camino del insti con prisa porque llegaba tarde debido a una bronca de campeonato que había tenido con mis padres sobre Mi Futuro. Es algo habitual. Están obsesionados con Mi Futuro, pero aquella discusión en concreto había sido muy desagradable. Por motivos que nadie conoce, ni siquiera yo, la riña había terminado conmigo gritando «¡Meditad sobre ESTO!» y agarrándome la entrepierna. Acto seguido, y mientras me miraban pasmados, di un portazo en sus narices y me lancé calle abajo. Al borde del llanto.

Hacía frío y el cielo estaba despejado. Era un bonito día de octubre, pero de aquellos en los que la dorada luz del sol no tiene efecto alguno en la temperatura. Yo iba casi corriendo, en parte por el retraso y en parte para mantener el calor corporal.

Vi la furgoneta al doblar la esquina.

En el asiento delantero había dos tipos con pinta de albañiles que se fijaron en mí enseguida. Se me quedaron mirando a través del parabrisas. La manera en que me examinaron me provocó al instante un grumo en el estómago.

El grumo de la intuición femenina.

El grumo de «aquí va a pasar algo».

No, a la mierda eso. No se trata de intuición femenina. Yo no soy adivina, simplemente tengo una amplia experiencia en acoso sexual, como casi todas las chicas sobre la faz de la Tierra que se atreven a ir a los sitios a pie.

La furgoneta estaba aparcada en mi acera, el único lado pavimentado de la calle tranquila y residencial. Me quedé parada un instante, sopesando las opciones que tenía. Percibía peligro, pero tenía que pasar por delante del vehículo, aunque ya me sentía mal por la forma en que me miraban. Como si debiera avergonzarme…

«Puede que me equivoque con ellos», pensé. Uno de los hombres tendría la edad de mi padre. Quizá estuvieran mirando por el parabrisas sin más, de manera inocente. Tal vez no supusieran ningún problema. Y como yo estaba agotada, iba sola y ya llevaba encima un buen mosqueo y todo lo que os acabo de contar, no pasé frente a ellos con mi seguridad habitual.

Aparté la mirada por instinto, fingí que no me observaban, me tapé aún más el pecho (totalmente oculto) con la trenca y apreté el paso hacia ellos.

Estaba acercándome a la furgoneta. Aún podía notar sus ojos puestos en mí, pero ya casi estaba allí. Y «casi allí» significaba que «casi» había pasado de largo… y… estaría todo bien… y en cualquier caso era a plena luz del día y siempre podía ponerme a gritar, pero no haría falta porque no ocurriría nada y yo me había imaginado a aquellos albañiles peor de lo que eran y… y… y…

… y entonces la furgoneta se abrió.

«Me vi con un hombre delante, y otro detrás. Estaba acorralada»

Me detuve en seco. La puerta abierta del vehículo bloqueaba el paso en la acera. El hombre más joven estaba saliendo poco a poco y yo levanté la vista a toda prisa, asustada. Y es que ¿por qué la habrían abierto? Oí un portazo y me estremecí. Era la otra puerta de la furgoneta, porque el otro tipo también había salido. Volví rápidamente la cabeza en su dirección y lo vi rodear el capó para acercarse a mí. Era calvo y viejo y tenía la cara roja como si llevase demasiados años bebiendo de más.

Me vi con un hombre delante, y otro detrás. Estaba acorralada. Apenas me quedaba espacio para sortear a ninguno de los dos. El que me impedía avanzar habló primero.

—Estás muy sexy con esos morritos rojos— dijo, con un tono de voz tan suspicaz que me dieron escalofríos y retrocedí.

Ah, sí. He olvidado comentároslo. Llevaba los labios pintados de rojo. ¿ENTONCES ES CULPA MÍA?

Se agachó hasta ponerse delante de mi cara, sin darme más opción que mirarlo. Era más joven que el otro, con pelusa más que vello facial.

El calvo que tenía a mi espalda se le unió.

—Te lo has puesto especialmente para nosotros, ¿verdad, encanto? Nos gusta. Nos gusta mucho.

El corazón me latía con tanta fuerza que pensaba que me ardería. Respiraba ya de forma brusca y entrecortada. Al otro lado de la calzada había un hombre en su jardín, quitando las flores marchitas a una planta. Lo miré desesperada, pidiéndole ayuda en silencio. Sin embargo, él parecía estar fingiendo no advertir mi presencia.

—¿Qué te pasa, encanto? ¿Por qué no hablas con nosotros?

—Es que… —tartamudeé—. Es que…

—¿Eres tímida? Las chicas tímidas no se pintan los labios así.

«Me acribillaron a insultos. Yo corrí y corrí, segura de que vendrían a por mí»

El más joven volvió a avanzar hacia mí, ya no me quedaba espacio para moverme. El aliento le apestaba a algo dulce, como si hubiera estado bebiendo Red Bull. Miré alrededor agobiada y medí a ojo el hueco que lo rodeaba para calcular si podría colarme por él.

Vi una oportunidad. La aproveché.

Me abrí paso a empujones, apartando hacia arriba los brazos del hombre al tiempo que echaba a correr calle abajo tan rápido como pude. Mis pies golpeaban el pavimento con fuerza y el corazón se me desbocó. ¿Me seguirían? Estábamos a plena luz del día.

—CALIENTAPOLLAS— gritó uno de ellos a mi espalda.

Me acribillaron a insultos. Yo corrí y corrí, segura de que vendrían a por mí. Convencida de que aquello aún no había terminado.

—VENGA YA, ENCANTO, QUE SOLO ERA UN CUMPLIDO.

—ZORRA MALEDUCADA.

El aire frío me rasgó la garganta y me hizo daño en los pulmones. Mi estómago quiso vaciarse. Me temblaba tanto el cuerpo que a duras penas podía correr en línea recta.

No oía pasos detrás de mí. Cuando llegué al final de la calle, me atreví a echar un vistazo por encima del hombro.

Vi a los dos hombres apoyados en la furgoneta. Riendo. Estaban doblados en dos con las manos en las rodillas, compartiendo risitas como niños.

Y mientras me esforzaba por contener las lágrimas que bullían en mi interior y se me habían quedado atragantadas, pensé: «Pero si ni siquiera iba en minifalda».


Este es un fragmento del libro ‘¡Lucha como una chica!’ de Holly Bourne (Ed. La Galera). Puedes comprar un ejemplar y seguir leyendo en este enlace.

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