Opinión

Y después del 8M, ¿qué?

Marzo es el mes del 8M y en el que se habla, por ello, tanto de feminismo. Pero con el cierre del mes toca hacer balance: ¿en dónde está y hacia dónde va ese movimiento feminista?

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28
marzo
2023

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Es indudable que el movimiento feminista constituye uno de los movimientos sociales que más impacto ha tenido en las sociedades modernas. La expansión de sus demandas y reivindicaciones ha supuesto importantes cambios en el ámbito público, pero también en la vida diaria de mujeres y hombres. Pese a ello, somos muchas las personas que creemos que el feminismo no debería conformarse con las conquistas del pasado ni evitar la intervención crítica en las actuales propuestas teóricas y prácticas activistas.

La tercera ola del feminismo, situada en la década de los noventa, acogió con entusiasmo la teoría de la interseccionalidad. Esta propuesta, que tuvo como principal precursora a la jurista afrodescendiente Kimberlé Crenshaw, incidía en cómo los aspectos que configuran la identidad de una persona (por ejemplo, el género y la raza) se cruzaban y respondían a varios tipos de discriminación. Aunque Crenshaw se centró en la idea de que las categorías de género y raza provocan una discriminación doble, posteriormente su teoría se amplió con otras contribuciones. En ese sentido, se planteó cómo las mujeres y las minorías sociales eran objeto de prácticas de discriminación en base también a la clase social, la orientación sexual, la identidad sexual, la discapacidad o el acceso a los recursos (véase las situaciones relacionadas con el ecocidio y la biopiratería).

«Para ser fieles a los ideales feministas, es urgente revisar las condiciones de libertad  de los sujetos y reconocer que las restricciones»

Desde su formulación, esta teoría se ha convertido en el punto de partida para una parte importante del feminismo popular y para algunas feministas académicas. Se ha consolidado la idea de que la lucha por la igualdad entre los sexos no puede conformarse con conseguir una igualdad legal y social para la mujer occidental, blanca, de clase media-alta y heterosexual. Para ser fieles a los ideales feministas, es urgente revisar las condiciones de libertad (o de posibilidad de libertad) de los sujetos y reconocer que las restricciones en el avance de los derechos de las mujeres a nivel mundial se encuentran a menudo en la cultura dominante, occidental, de tradición liberal y abiertamente democrática.

En primer lugar, el feminismo interseccional ha propiciado nuevas perspectivas de análisis en los estudios de género y los estudios culturales. La interdependencia de las opresiones proyecta una preocupación común: comprender los mecanismos sociales y políticos que condenan a los sujetos a un entramado de relaciones de poder y favorecer una intervención comunitaria que mejore nuestras condiciones de vida, ya sea desde la transgresión o la creación de nuevos pactos sociales. En la tarea por conceptualizar las distintas y múltiples caras de la opresión, el feminismo interseccional conecta con la reflexión filosófica, con las condiciones de formación y de relación de los sujetos sexuados.

Por otro lado, el feminismo interseccional también motiva una reflexión sobre la historia intelectual del propio movimiento. Algunos de los conceptos y modelos teóricos que ha defendido originariamente el feminismo clásico, el cual ha sido visto como «el guardián de la opresión», han sido ampliamente cuestionados. Por ejemplo, la noción de sujeto, la relación entre género e igualdad o el concepto de razón heredado de la Ilustración.

El feminismo clásico, a través de figuras como Celia Amorós o Amelia Valcárcel, ha mostrado una conexión cronológica entre feminismo e Ilustración. Con su labor filosófica, estas autoras señalaron como el proyecto de emancipación, sustentado en conceptos como autonomía, libertad, igualdad o ciudadanía carecía de una visión universal cuando se dirigía al sexo/género femenino. El feminismo interseccional no solo ha aceptado esta crítica, también ha ampliado esta tarea deconstructiva. ¿Y si los conceptos de autonomía, libertad, igualdad o ciudadanía asumen, además de los sesgos patriarcales, sesgos de carácter clasista y colonial?

«El feminismo interseccional ha golpeado el avispero»

En relación a ello, las teóricas del feminismo interseccional vienen señalando la falta de solidaridad del feminismo clásico con otras mujeres, dado que ha prestado atención a determinado grupo (mujeres blancas, heterosexuales, de clase media y/o alta, occidentales) o en su defecto, ha venido a infantilizar y/o desmerecer a aquellas que ofrecían una crítica contundente a sus premisas (esto es, feministas negras o decoloniales, trabajadoras sexuales, ecofeministas, etc).  En este contexto, no debería sorprender cómo la identidad ha cobrado un gran protagonismo. Más allá de la polifonía de voces feministas, encontramos asimismo una lucha por el poder, por el control del discurso y la representación dentro del movimiento.

Hemos pasado de «no soy feminista, pero…» a «soy feminista, pero…» ¿Por qué? Muchas de nosotras hemos nacido en una sociedad que, a grandes rasgos, ha interiorizado los valores feministas y a un mismo tiempo, está siendo testigo de cómo el movimiento feminista se encuentra cada vez más fragmentado y polarizado. El feminismo interseccional ha golpeado el avispero y si bien ofrece grandes desafíos teóricos, esconde algunas limitaciones: ¿tan capaz es el sujeto de identificar las múltiples opresiones en las que está imbuido? ¿Se puede reducir la lucha feminista simplemente a un acto de autoconciencia, a una visión profundamente individualista? Para evitar que la diferencia y la confrontación nos conduzcan a la aporía y al conflicto eterno, es conveniente explorar las luchas políticas que unen al feminismo clásico y al feminismo interseccional.

Quiero subrayar asimismo la dimensión cultural y generacional de la resistencia al cambio en el movimiento feminista. Aunque se comparte la idea de cómo las culturas no pueden ejercer sus reivindicaciones cuando afectan al bienestar de las mujeres, todavía se hace difícil entender que el avance de los derechos de las mujeres no puede ser posible cuando se niega a ciertos grupos, por ejemplo, las trabajadoras sexuales o las personas trans, su capacidad de agencia o su autodeterminación como sujetos. Negar la libertad de determinadas personas cuando desafían nuestra moralidad sexual resulta discriminatorio y negligente. El feminismo no puede convertirse en un «ellas» contra «nosotras». Sin diálogo y sin análisis significativo se desaprovecha la oportunidad de encontrar soluciones para problemas que tienen un impacto global. Un feminismo, ya se base en postulados clásicos o en proclamas de carácter interseccional, está condenado al fracaso cuando promueve el veto y prescinde del debate razonado.

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