Cultura

Soma, la droga de ‘Un mundo feliz’

En ‘Un mundo feliz’, la novela que Aldous Huxley, la sociedad vive en una felicidad artificial gracias al soma, una droga sin efectos secundarios que sume en un estado de bienestar a quienes la toman. Pero también anula su voluntad y sus ideas.

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27
marzo
2023

En 1931, el escritor y filósofo británico Aldous Huxley publicó un pequeño ensayo titulado En busca de un nuevo placer. En aquel texto, el autor concluía que tanto las sensaciones de diversión como las de aburrimiento del hombre de su época en nada se distinguían de las experimentadas por civilizaciones anteriores, y se permitía proclamar su deseo de encontrar una droga que transfigurara la forma de sentir del ser humano sin causarle daños físicos ni psicológicos.

Solo un año después, publicaba la que es aún considerada, junta a 1984, de George Orwell, y Farenheit 451, de Ray Bradbury, como una de las más lucidas distopías de la historia de la literatura. Un mundo feliz adentra a los lectores en una sociedad edificada artificialmente, ciencia mediante, en que un autoritarismo apenas visible se esfuerza por perpetuar un orden previamente establecido y una felicidad adulterada.

La sociedad que magistralmente retrata la novela de Huxley es artificial desde la propia concepción de los humanos que la habitan, creados genéticamente y previamente divididos en clases inmutables, al estilo de las castas hindúes. Es el pilar básico para sostener una colectividad en que unos disfrutan de los beneficios aportados por el trabajo de otros y ninguno, sea cual sea su rol social, se plantea lo erróneo de dicho sistema. Con este breve apunte, cualquier lector puede llegar a pensar que lo único distópico en dicho planteamiento es la reproducción genética de los seres, y tal vez no tanto. El propio Huxley pretendía llamar la atención contra los peligros del capitalismo creciente por aquellos tiempos.

Gracias al soma, todos los habitantes de Utopía son iguales en una felicidad autoimpuesta que anula los impulsos naturales del ser humano

Pero tal vez la cuestión clave del planteamiento no sea el qué, sino el cómo. ¿Cómo mantener feliz, de forma vitalicia, a una persona condenada a trabajar sin descanso para el beneficio ajeno? Y en esto tiene mucho que ver aquel pequeño ensayo que el británico publicó un año antes. La respuesta es: soma. Una droga capaz de evadir al ser humano de toda sensación de infelicidad. Una droga «eufórica, narcótica, agradablemente alucinante» que no produce ninguna secuela en quien la toma. Y los habitantes de Utopía, el mundo feliz de Huxley, tienen acceso a ella sin ningún tipo de control, más allá del de quien desea que la sigan consumiendo para mejor poder controlarlos.

Con la dispensación libre de soma, los poderes totalitarios que gobiernan Utopía previenen cualquier tipo de inadaptación o inquietud social y, por supuesto, eliminan cualquier idea subversiva. Todos iguales en una felicidad autoimpuesta que anula los impulsos naturales del ser humano. Si nunca se desea lo que no se puede tener, la felicidad se plantea como un estado alcanzable. Sin sufrimiento no se precisa consuelo y ni siquiera la religión se plantea como opción. Soma abole la voluntad, el individualismo y la diversidad logrando, de esta manera, construir esa sociedad utópica libre de guerras y pobreza en la que cada uno ocupa el lugar previamente asignado. Soma encumbre lo banal, lo trivial, lo vulgar incluso, haciendo creer a sus consumidores que todo está en orden y que, simplemente, son felices a cada instante. Al más mínimo indicio de flaqueza, una dosis de soma y todo vuelve a ese estado de felicidad artificial. Obvio, el pensamiento crítico también queda abolido, previa instauración del «culto a la ignorancia» que denunciase años después Isaac Asimov.

Aldous Huxley tomó de la filosofía hindú no solo el planteamiento de una sociedad dividida en castas, sino también el nombre de la droga que lo permite. El soma es un alucinógeno profusamente citado en los antiguos textos védicos, que lo consideran no solo una droga divina, sino una divinidad en sí misma. Ningún estudio posterior ha permitido averiguar a qué sustancia se referían.

El interés del autor por las drogas está fuera de toda duda. Experimentó con LSD, psilocibina, mescalina y otros alucinógenos, pero siempre con la creencia de que podrían ayudar a fortalecer la sociedad desde el propio individuo, y no desde su anulación, que es lo que logra el soma. Como concluye en Un mundo feliz: «Una dictadura perfecta tendría apariencia de democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en el que, gracias al consumo y el entretenimiento, los esclavos amarían la servidumbre».

Si pensamos en la sociedad actual, es fácil concluir que ese pensamiento de la dictadura perfecta nada tiene de distópico, y que tal vez Un mundo feliz sea la profecía que Aldous Huxley legó a las generaciones venideras. Solo debemos pensar cuál es el soma que tan felizmente consumimos a día de hoy.

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