Sociedad

Hitchens, el polemista ilustrado

Quizás el menos conocido de una notable generación de escritores británicos, Hitchens trabajó desde el periodismo y el ensayo aproximándose a los grandes temas de su tiempo.

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Christian Witkins/Editorial Debate
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29
marzo
2023

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Christian Witkins/Editorial Debate

Lo de Christopher Hitchens (Portsmouth, Inglaterra, 1949-Houston, 2011), de alguna manera, podría resumirse como una continua refutación teórica contra sí mismo. Antiabortista furibundo, terminó considerando el aborto como un derecho inalienable y como fértil método de control de la natalidad; reclamado como socialista, terminó abdicando del adjetivo por considerar que el socialismo había dejado de ofrecer una alternativa al mundo; admirador entregado de Che Guevara, se distanció con los años de su figura por considerarla fundadora de una secta… Mantuvo, eso sí, un principio inquebrantable: su ateísmo militante. A su juicio, la religión dinamita la libertad individual y aquieta el progreso. Se refería a las religiones monoteístas como el «eje del mal». Dios no es bueno fue uno de sus ensayos más exitosos.

Sus artículos y ensayos estaban cuajados de erudición, vehemencia y retranca. Su prosa gozaba de una energía volcánica, de unos conocimientos casi abrumadores, y su tino en escoger citas y anécdotas era proverbial. Resultaba ingenioso y directo y, sobre todo, controvertido como pocos, al utilizar la polémica como método de conocimiento. «La labor habitual del intelectual es defender la complejidad e insistir en que los fenómenos del mundo de las ideas no deberían convertirse en eslóganes ni reducirse a fórmulas fáciles de repetir. Pero existe otra responsabilidad: decir que hay cosas sencillas y que no hay que oscurecerlas», escribió en su autobiografía, Mortalidad.

Hitchens acaso fue el menos conocido de una notable generación de escritores entre los que se encuentran Ian McEwan, Julian Barnes, Kazuo Ishiguro, Graham Swift, Salman Rushdie o Martin Amis (su mejor amigo, contra quien escribió sin caridad alguna). Consciente de que lo suyo no era la narrativa, se entregó a escribir piezas periodísticas y ensayos de manera incesante. Ni siquiera el cáncer de esófago que lo mató a los 62 años (causado acaso por el exceso industrial del consumo de alcohol y tabaco) refrenó su ritmo. «Escribir no es lo que hago, es lo que soy», afirmó.

Hitchens: «La labor habitual del intelectual es defender la complejidad e insistir en que los fenómenos del mundo de las ideas no deberían convertirse en eslóganes»

Inició su carrera en cabeceras como New Statesman, Daily Express o The Sunday Times y desde sus columnas se iba granjeando tanto el afecto entusiasta como el odio recalcitrante. Escribió reseñas devastadoras sobre las películas de Michael Moore o Mel Gibson; acusó al que fuera secretario de Estado y consejero de Seguridad Nacional Henry Kissinger de «criminal de guerra» por las intervenciones en Chile, Indonesia, Bangladesh, Timor Oriental y Chipre; tachó de manipulador y mentiroso a Bill Clinton y sacó los colores a Hillary Clinton demostrando algunas de sus mentiras; denostó la –a su juicio– ceguera política de Chesterton y su fanatismo católico; consideró a Stalin como prototipo de la maldad; reprobó algunas actuaciones de la princesa Diana o los Kennedy; y desmitificó a la madre Teresa de Calcuta, para quien Hitchens no era amiga de los pobres, sino de la pobreza, considerándola una iluminada que pervertía el Tercer Mundo con mensajes y consignas retrógradas. Durante el proceso de beatificación, el Vaticano llamó a Hitchens para que ejerciera de «abogado del diablo» (figura que objeta, exige pruebas y descubre errores en la documentación aportada para demostrar los méritos del presunto candidato). De poco sirvieron sus argumentos. La monja albana Premio Nobel de la Paz fue reconocida como santa por el papa Francisco.

También tuvo debilidades. Marx, Troski, Russell, sobre todo Orwell. Evelyn Waugh, Kipling, Graham Green, Wodehuse. Rosa Luxemburgo, de la que le fascina su cosmopolitismo y su defensa radical de la libertad de expresión; Ayaan Hirsi Ali, una de las feministas más críticas con la práctica de la ablación femenina; y Oriana Fallaci (aunque poniendo reparos al catolicismo que reivindicó durante sus últimos años).

Partidario de la legalización de las drogas y de la eutanasia, este «burgués romántico», como se definía, acreditó hasta sus últimas consecuencias la Guerra de Irak, justificada a su juicio por las tropelías cometidas por Sadam Hussein (violaciones de derechos humanos, asesinato masivo de kurdos, persecución de opositores al régimen…) si bien le causó repugnancia la treta de justificar la intervención por la supuesta tenencia de armas de destrucción masiva. Del mismo modo, mantuvo incólume su adhesión a la invasión de Las Malvinas, apoyando la decisión de Thatcher frente a la tiranía de Galtieri. Se distanció de Chomski y Gore Vidal tras los atentados del 11-S porque, a diferencia de estos, Hitchens no acepta que la ambivalente, cuando no nefasta actitud norteamericana en política exterior, rebajara un ápice lo sucedido. Inventa, él, tan dado a los juegos de palabras, un término: islamofascismo. Lo mismo sucedió años antes, cuando el ayatolá Jomeini decretó la fetua contra Rushdie, a quien defendió sin fisuras, frente a los intelectuales que le afeaban el haber herido el sentimiento de los fieles.

Este intelectual de izquierdas anticolonialista muestra en su trabajo una querencia por el Imperio Británico y su descomposición. Explicaba que no era casual que algunas de las zonas de mayor conflicto en el mundo (Israel/Palestina, India/Pakistán, Irán/Irak) se hubieran originado tras la salida poco atinada del Reino Unido de ellas. A pesar de su crítica al imperialismo, amparó la intervención en la antigua Yugoslavia y la idea de exportar la democracia occidental.

El mismo que acudió en España, en los años setenta, a la manifestación en apoyo al anarquista condenado a muerte Salvador Puig Antic, renunció a todo tratamiento médico para poder morir en paz.

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