Cultura

Colette y la libertad

Sidonie-Gabrielle Colette no solo escandalizó a la sociedad de su época con sus abiertas y explícitas relaciones sexuales sino que construyó una extensa obra literaria que le valió la admiración de varias generaciones.

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21
marzo
2023

Son muchos los ejemplos de pensadoras, científicas y artistas ocultas a la sombra de hombres con quienes mantenían una relación sentimental que solo a ellos proporcionaba rédito. El caso paradigmático es el de Madame Curie, pero tenemos otros más cercanos como el de Gerda Taro, cuyas fotografías de guerra fueron atribuidas, hasta finales del pasado siglo, a su pareja, el reportero Robert Capa.

¿Qué poderosa fuerza sometía a dichas mujeres, más allá de la presión social, para no atreverse a revelar su grandeza? Lo cierto es que es difícil saberlo: es lo que tienen las cuestiones sentimentales. Afortunadamente, hubo otras mujeres que no se doblegaron al chantaje emocional, emergiendo en toda su grandeza para sorprender a la sociedad circundante. Sidonie-Gabrielle Colette fue una de ellas, tal vez la más transgresora.

Nacida en un pequeño pueblo de la Borgoña francesa, hace ahora 150 años, llegó a la capital muy joven y ya casada con Henri Gautier-Villars, un conocido personaje de la noche parisina que vivía de publicar obras que escribían para él una amplia nómina de «negros» literarios. Henri incitó a su joven esposa a escribir una serie de novelas subidas de tono protagonizadas por una joven rebelde de nombre Claudine. Por supuesto, dichos libros los firmaba él, que disfrutaba de los beneficios logrados por sus ventas durante noches eternas en las que corría el champán y se sucedían los cortejos fugaces.

Sus novelas, que exponían relaciones sexuales y sentimentales con un estilo carente de ambigüedades, alcanzaron un notable éxito

No obstante, Colette comienza pronto a canalizar la indignación que le provocaban las infidelidades de su marido y su manera de constreñirla y minimizar su capacidad creativa. Así, se lanza a frecuentar la noche, escandalizando a la sociedad al vestirse como un hombre y dar inicio a una relación sexual con otra mujer, Mathilde de Morny, con quien actúa en espectáculos de music hall que llevan al mismo Moulin Rouge. En uno de aquellos espectáculos, ambas se besan: es el momento en que Colette toma las riendas de su vida, escenificando públicamente su rebelión y divorciándose de Henri.

A partir de entonces, Colette decide no dejarse soterrar por ningún hombre. Su bisexualidad, conocida ya por la sociedad parisina, eleva sus ansias de libertad, lo que no le impide casarse de nuevo, en este caso con Henry de Jouvenel, redactor jefe del rotativo Le Matin. Idéntica libertad le permite comenzar a publicar artículos y críticas de teatro en dicho periódico y mantener una relación con el hijastro de su marido cuando ella tenía 40 años y el joven solo 17. El suceso daría al traste con el matrimonio, del que nació una hija por la que Colette no sintió excesivo apego.

Por aquel entonces, la escritora ya había comenzado una frenética producción literaria. Sus novelas, que con un estilo directo y carente de ambigüedades exponían relaciones sexuales y sentimentales basadas en su propia experiencia, alcanzaron un notable éxito. El género masculino paseaba por sus páginas como débil, despreciable, carente de escrúpulos y sensibilidad. A pesar de ello y de todas las batallas que Colette libró en favor de la liberación femenina, su carácter controvertido le llevó a responder, en una entrevista en que se le preguntaba por su feminismo: «¿Feminista yo? ¡Bromea! Las sufragistas me asquean. Se merecen el látigo y el harén». Así era Colette: inclasificable. 

De sus novelas, tal vez fuese Gigi la que le reportase más fama e incluso lograse, cuatro años después de ya fallecida, que su figura literaria fuese recuperada. El motivo fue la adaptación cinematográfica que dirigió Vincente Minnelli en 1958, cuyo papel protagonista estuvo a cargo de una esplendorosa Leslie Caron. No obstante, la transgresora autora francesa ya había mantenido cercanía con la gran pantalla al colaborar con Max Ophuls en el guion de Divine, estrenada en 1935. Más allá del cine, también escribió el libreto para la ópera El niño y los sortilegios, con música de Maurice Ravel.

Su popularidad no tuvo freno, y en 1945 se convirtió en la primera mujer miembro de la Academia Goncourt, que incluso presidiría años después. Su inobservancia de las estrictas reglas sociales de la época provocó que la iglesia le negase un funeral católico aunque no es descabellado pensar que a ella tampoco le habría molestado: siempre se declaró atea.

Su vida, además, esconde una parábola: nada mejor que comprenderse sometido a los deseos de otra persona para permitir que eclosione, en toda su grandeza, la propia personalidad. La de Colette, irrepetible, y su fértil carrera literaria así lo confirman.

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