Las sociedades abiertas de Karl Popper y el pesimismo del futuro
En 1945, el filósofo austriaco ya preconizaba en una de sus obras más celebradas la llegada de las democracias plenas al servicio de la ciudadanía. Hoy, sin embargo, tan solo el 20% del mundo vive en sociedades plenamente libres.
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A nadie nos pilla de nuevas a estas alturas: vivimos inmersos en una sociedad global instalada en la polarización, una suerte de efecto pendular capaz de provocar, por ejemplo, que la Primavera Árabe corriese en 2011 más rápido que una cerilla en un campo de algodón, desde la plaza Tahrir de El Cairo hasta la Puerta del Sol de Madrid. Exactamente la misma energía que ha llevado a centenares de seguidores de Jair Bolsonaro a replicar en Brasilia los ataques que los Proud Boys cometieron en Washington el 6 de enero de 2021. La Colombia de Petro mirándose en el espejo de Portugal. La ultraderecha volviendo a plantar semillas de intolerancia desde Budapest hasta Roma. Y todo ello en el mismo momento histórico. Con este panorama, y con la sombra del poder acercándose a las ideas más autoritarias, se hace necesario volver la vista atrás y revolver en el inventario del pensamiento moderno. Y es ahí donde toca poner el ojo en el filósofo liberal austriaco Karl Popper.
Especialmente en la publicación en 1945, desde su exilio en Nueva Zelanda, de la que probablemente fue su obra más celebrada: La sociedad abierta y sus enemigos, donde expresa abiertamente las diferencias existentes entre lo que el autor denomina «sociedades abiertas» (es decir, aquellos sistemas políticos en los que los líderes y los gobiernos son reemplazados sin necesidad de violencia) y las «sociedades totalitarias» (donde los cambios suelen venir propiciados por revoluciones o golpes de Estado).
Para el vienés, filósofos como Platón, Hegel o Marx fueron responsables de sentar las bases de los totalitarismos ulteriores
El concepto de sociedad abierta, no obstante, ya venía enunciado desde décadas atrás por el filósofo francés Henri Bergson, que lo usaba para referirse a sociedades con gobiernos tolerantes y resueltos a dar respuesta a los deseos e inquietudes de la ciudadanía desde parámetros de transparencia y flexibilidad.
Sin embargo, en el ideario de Popper acerca de la democracia plena cabía mucho más: «Si queremos que nuestra civilización sobreviva debemos romper con el hábito de reverenciar a los grandes hombres, […] alguno de los cuales apoyaron el ataque perenne a la libertad y la razón». Para el pensador vienés, filósofos como Platón, Hegel o Marx, entre otros, fueron los auténticos responsables de sentar las bases de los totalitarismos ulteriores. Especialmente beligerante fue Popper con el último de ellos –a pesar de sus tempraneros orígenes marxistas– por sostener este teorías historicistas que aseguraban que la realidad siempre es producto de un devenir histórico. Para el austriaco, es inherente a una sociedad libre que sus individuos tomen decisiones personales, frente a las sociedades tribales, dominadas por pensamientos mágicos o colectivistas.
Los servicios públicos abren sociedades
Llegados a este punto, mientras vemos pasar ante nuestros ojos un paisaje sociopolítico tan poco halagüeño en lo que se refiere a sistemas alejados de posturas populistas y con afán de servicio público, cabe preguntarse si los postulados de Popper en relación a los sistemas de gobierno que expone en su obra tendrían sitio en el mundo actual. ¿Existen sociedades abiertas en el siglo XXI?
Se trata de la primera vez en más de 25 años que cuatro quintas partes del planeta derivan hacia regímenes autoritarios
La oenegé norteamericana Social Progress Imperative, creada en 2012, es la encargada de elaborar periódicamente el llamado Social Progress Index, un índice que calcula la medida en la que los diferentes países satisfacen las necesidades sociales y ambientales de sus ciudadanos basándose en 54 indicadores relacionados con las necesidades humanas básicas, el bienestar y las oportunidades, tales como la salud, la igualdad, la inclusión, la sostenibilidad, la seguridad personal, el acceso a la vivienda, a la educación o al conocimiento. Los cinco primeros puestos de la clasificación de 2022 estuvieron ocupados por Noruega, Dinamarca, Finlandia, Suiza e Islandia (esto es, los países europeos con mejores y más eficientes servicios públicos); España alcanzó tan solo en el vigesimoprimer puesto.
En este sentido, el de asociar la apertura de las sociedades en primera instancia a los bienes esenciales que proporcionan las administraciones, parece caminar en la senda de la crítica de Popper a las teorías historicistas: frente a los designios de una realidad condicionada por el pasado, igualdad, bienestar y educación para edificar el espíritu crítico.
Popper y la paradoja de la tolerancia
Otro de los puntos clave en La sociedad abierta y sus enemigos es lo que Popper denominó la «paradoja de la tolerancia»: la tolerancia ilimitada, sostenía el vienés, conduciría sin remisión a la desaparición de la propia tolerancia. Pongamos que existe un país donde irrumpe un grupo político que pone en tela de juicio todas las premisas básicas del progreso en materia de respeto a la diversidad, conservación ambiental, defensa de los Derechos Humanos o la igualdad de género. Embriagados por la música populista, arrastran tras de sí a cientos de miles de desencantados y desencantadas que ven en él la solución a los problemas de su casa, de su barrio y hasta de su patria. ¿No se ha escuchado antes esta historia?
Para Popper, extender la tolerancia ilimitada a aquellas personas que son intolerantes provocaría irremediablemente la destrucción de los tolerantes. Lo que es lo mismo: blanquear una ideología autoritaria, presuponer que dentro de un marco democrático cabe cualquier corriente de pensamiento, incluso aquellas que hacen apología de regímenes totalitarios, se carga de plano todo atisbo de tolerancia en el seno de una comunidad. Y si existe un catalizador que le dé brillo a esta paradoja de la tolerancia en las sociedades del siglo XXI, esos son sin duda los medios de comunicación.
Una puerta entornada a la esperanza
En 2021, la organización no gubernamental Freedom House publicaba en su primer informe realizado después de la pandemia que menos de un 20% de la población mundial vive en sociedades plenamente libres. Se trata de la primera vez en más de 25 años que cuatro quintas partes del planeta derivan hacia regímenes autoritarios, poniendo en peligro la democracia. Nunca antes, desde los años de la Guerra Fría, el mundo había visto tan amenazada su libertad. No en vano, hace apenas unos días, el Doomsday Clock (o Reloj del Apocalipsis) nos situaba a tan solo 90 segundos de que todo se fuera al garete. En plena Crisis de los misiles, por ejemplo, el reloj en cuestión estaba a siete minutos de la medianoche de la humanidad.
Precisamente para combatir ese desequilibrio entre sociedades abiertas y sociedades totalitarias que denunciaba Popper trabaja la Open Society Foundations (OSF), cuya misión pasa por apoyar financieramente a grupos de la sociedad civil que trabajan en casi 40 países de todo el mundo en la promoción de la justicia, la salud pública o los medios independientes. Se da la circunstancia de que George Soros, su vilipendiado fundador, fue alumno de Popper en la Inglaterra de 1947, país al que viajó el filósofo austriaco desde Nueva Zelanda y donde pasaría el resto de su vida. De esa relación, y de la fascinación que Soros sentía por La sociedad abierta y sus enemigos, proviene el nombre de la organización.
A pesar de la labor que desarrollan entidades como OSF, la senda hasta la consecución de un ecosistema de sociedades abiertas basadas en paradigmas democráticos reales parece larga, habida cuenta de todo lo que queda por hacer: la invasión rusa de Ucrania, la amenaza de Corea del Norte, Afganistán, los ataques contra los derechos del colectivo LGTBI en parte de África y Asia, los nacionalismos, el posicionamiento frente a China, la irrupción de partidos neofascistas en gobiernos europeos… A pesar de todo, sociedades como la neozelandesa –con el sello de la recién dimitida Jacinda Ardern–, la nueva deriva política de Latinoamérica o los modelos sociales escandinavos dejan entornada una puerta abierta hacia este camino.
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