Cultura

Por qué el judaísmo crea tantos intelectuales

Hannah Arendt, Joseph Roth, Susan Sontag, Franz Kafka, Woody Allen… A pesar de representar una porción minúscula de la población mundial, el judaísmo es una gran factoría de talento. Así lo demuestran los datos: alrededor de un 25% –y hasta un 29% en el caso de Medicina– han sido otorgados a intelectuales y artistas judíos.

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10
octubre
2022

Si se interpreta como una de las grandes religiones de la historia, el número de adeptos es especialmente escaso. Mientras el cristianismo y el islam cuentan con una población global del 31,2% y 24,1% respectivamente, el judaísmo ni siquiera se acerca; cuenta con tan solo un 0,2% de la población mundial (o lo que es lo mismo, alrededor de 15 millones de personas). Su huella, sin embargo, es especialmente profunda más allá de la pura cuestión de la fe: alrededor de un 25% –y hasta un 29% en el caso de Medicina– de los Premios Nobel han sido otorgados a intelectuales y artistas judíos. 

La lista, de hecho, se sirve de algunos de los nombres que han impregnado las raíces más profundas de la historia: desde Baruch Spinoza, Moses Mendelsohn, Karl Marx, Sigmund Freud o Albert Einstein hasta Max Liebermann, Felix Nussbaum, Joseph Roth, Franz Kafka o Woody Allen. Así lo apuntaba el antropólogo Jesús Mosterín en Los judíos, donde señalaba, en relación a los galardones y otros éxitos, que «estadísticamente, la contribución intelectual promedia de un judío es cien veces mayor de lo que cabría esperar».

Quiñones: «A lo largo de la historia, los judíos han sido sociedades minoritarias, lo que les ha llevado a dispersarse por el mundo y generar miradas más libres de prejuicios»

En términos fisiológicos, la creatividad surge a partir de las chispas generadas por las distintas redes neuronales de nuestro cerebro, pero ¿cuáles son los componentes culturales y sociales que nos empujan a crear? En el caso del judaísmo, si bien comparte aspectos con las religiones cristianas e islámicas, tiene un elemento esencial que la distingue de las demás. «La imagen de la relación con la divinidad se subraya más que en ninguna otra religión: el pacto que el pueblo de Israel hace con Dios a través de su líder Moisés», explica Pedro Cordero Quiñones, investigador de sociología de la religión en la Universidad de Salamanca.

Es decir, la idea de que a partir de entonces no son una nación más, sino que se convertirán en el pueblo de Dios. Una creencia que obliga a ser constantemente reinterpretada y debatida (incluso discutida) lo que, añade Quiñones, «introduce un elemento intelectual añadido: examen, cuestionamiento, interpretación, discusión y escepticismo. Se suma una teología moral que invita a la acción meditada y el hecho de que no hay un clero especializado; el rabino, aquí, es simplemente un erudito que funciona a modo de guía o árbitro».

Aunque las implicaciones culturales son demasiado profundas como para desmadejarlas, esta clase de factores únicos podrían haber favorecido cierto desarrollo intelectual, así como la alfabetización, necesaria no solo para el tratamiento de las escrituras, sino también por el énfasis que suelen desarrollar los rabinos respecto a la educación. No obstante, Quiñones advierte: el ingrediente especial no tiene tanto que ver con el sistema de creencias judías como con la condición judía.

Durante el siglo XX, el abandono del judaísmo, y sobre todo el desarraigo, impulsaron el florecimiento intelectual

«Se trata de comunidades que, en las sociedades cristinas y musulmanas, eran minoritarias y ‘dispersas’ por el mundo; comunidades que no pertenecían del todo a las sociedades en las que se insertaban y que se encuentran siempre entre dos o más mundos», señala el profesor, que defiende que es aquí donde se ha de buscar la «mirada distante, escudriñante y más ‘libre’ de prejuicios».

Algo similar defendía en 1919 el sociólogo clásico Thorstein Veblen en La preeminencia intelectual de los judíos en la Europa moderna, donde señalaba que la «preeminencia intelectual de los judíos ha sido impulsada desde dentro de la comunidad de pueblos gentiles [esto es, no judíos] y no desde fuera; que los hombres que han sido sus portadores han estado inmersos en la cultura gentil». De hecho, «parece ser que el judío talentoso solo se convierte en líder creativo en la empresa intelectual del mundo cuando escapa al medio cultural creado y nutrido por el genio particular de su pueblo, cuando entra en las líneas de investigación gentil». Es decir, cuando el judío se adentra en la sociedad donde, a pesar de vivir, no convive. 

Quiñones: «Situados entre varios mundos, los judíos se ven obligados a dominar varias lenguas y dedicarse forzosamente a tareas artesanas y comerciales, de carácter más cosmopolita»

Una vida mixta que conllevaba, además, la dedicación forzosa a tareas artesanas y comerciales, de carácter móvil y más cosmopolita que, por ejemplo, la agricultura. «Situados entre varios mundos y no pertenecientes de forma total a ninguno, se ven obligados a dominar varias lenguas, conocer variados ambientes y hacer tareas de mediación como el comercio o la traducción», explica Quiñones, que señala estas condiciones como algo que «entra en bucle de realimentación con ese trasfondo religioso que sostiene la racionalización del individualismo, la especulación y la discusión».

Es aquí probablemente donde surge la paradoja fundamental producida durante el siglo XX, cuando el abandono del judaísmo impulsa el florecimiento intelectual entre los judíos en tanto que, como señala Quiñones, «incrementan los factores que ya estaban latentes, añadiendo algo que estimula aún más la afición intelectual, como el desarraigo».

Algo similar a lo que sostenía también el sociólogo Jesús Mosterín: «Solo los judíos liberales o reformados, con la mente libre de ataduras ortodoxas, han hecho grandes contribuciones a la cultura universal». No es una afirmación casual ya que, tal como señala, de cada 100 de los considerados grandes pensadores judíos, más de 90 han vivido en el siglo XX. Son, entre otros, Karl Popper, Ludwig Wittgenstein, Hannah Arendt, Susan Sontag, Ernst Cassirer, Raymond Aron o Isaiah Berlin: casos que, al fin y al cabo, han dado forma al mundo que hoy habitamos.

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