Sociedad
¿Funciona la reinserción social?
La Constitución española blinda la reinserción como la base del sistema penitenciario. Interior defiende que solo el 19% de los reclusos reincide, pero ¿es realmente ese número un éxito o hay margen para hacer mejor las cosas?
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No es extraño que en período de elecciones la delincuencia y el sistema penitenciario entren en el debate de la agenda pública. Es algo que ocurre también cuando se produce algún crimen altamente mediático, que acaba lanzando a periodistas, tertulianos y a la propia sociedad a un bucle de análisis y contra-análisis teñidos por las emociones sobre la aplicación de la justicia. Pero más allá de esas declaraciones y valoraciones, ¿qué es exactamente lo que dice la ley española?
En España, la propia Constitución deja claro en su artículo 25 que «las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y la reinserción social». Más allá de la ética de la cuestión, por tanto, es la propia ley fundamental la que indica que el castigo debe servir para que la persona penada pueda volver al seno de la sociedad.
«Hay que tener presente que la reinserción a la que apela el artículo 25.2 de la Constitución no es un derecho fundamental del interno», explica Sara Carou García, profesora del Grado en Criminología de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR). «Es una obligación dirigida a la Administración para que incluya todos los medios necesarios para que el interno pueda reincorporarse con éxito a la sociedad extrapenitenciaria, sin delinquir nuevamente», apunta.
Según la carta magna, «las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y la reinserción social»
Es este hecho el que marca en qué se deberían centrar los esfuerzos del Estado a la hora de afrontar la cuestión. «El sistema penitenciario español puede definirse como un sistema –presidido por un criterio de individualización científica– de progresiva incorporación del penado a la vida en libertad», indica la profesora. En él, se debe diseñar un recorrido para que, a medida que el interno evoluciona, también lo vaya haciendo su grado de libertad (hasta que sea completamente excarcelado).
Aun así, y a pesar de todo, cuando se habla con unos cuantos expertos en la cuestión todos acaban señalando lo mismo: el sistema español es altamente punitivo y uno de los más duros en Europa. Como indica Álvaro Crespo, de la secretaría técnica de la Red de Organizaciones Sociales del Entorno Penitenciario (ROSEP), en España se sigue pensando que la cárcel es la solución ideal para quien ha cometido un delito. El discurso, a su vez, lleva «varios años centrado en el populismo de «quién la hace la paga»».
España, así, es un país con un bajo índice de criminalidad, si bien cometer un crimen en su territorio conlleva pasar mucho tiempo –impone unas penas más largas que otros del entorno europeo– entre rejas. Es algo que el resto de la sociedad tiene poco presente, puesto que, como señala Crespo, «solo nos acordamos de lo que es la cárcel cuando truena». Pero en las prisiones españolas, añade, hay unas 55.000 personas –«con nombres y apellidos»– que quizás no hubiesen acabado allí con otros modelos de prevención o con otras formas de sanción como las empleadas en otros países europeos. Los datos demuestran, además, que los países que tienen penas más duras –Estados Unidos es un ejemplo– no tienen los mejores datos de seguridad ciudadana.
La importancia de la educación
En el proceso de reinserción social, «la educación es clave», como apunta al otro lado del teléfono Núria Fabra, coordinadora del Máster de Ejecución Penal en la comunidad y Justicia Restaurativa de la Universidad de Barcelona (UB). Es clave ya desde el punto y hora en que es fundamental para asentar un nuevo proyecto de vida; esto es, de afianzar el deseo de dejar de delinquir. Esta toma de conciencia, explica Fabra, se asienta en tres patas: la social, la psicológica y la educativa.
En esta última no solo hay que dar nuevas habilidades prácticas a las personas que –por una razón o por otra– han acabado en prisión; también es la esencia de un proceso más complejo y profundo. «Es tan importante tener un trabajo como tener capacitación social», asegura la experta, insistiendo en el valor de trabajar en las que llama «competencias transversales», que darán una base a ese nuevo proyecto vital. De hecho, la educación está en la esencia de casos de éxito como el Módulo Nelson Mandela, de la cárcel gallega de Teixeiro, en el que se aprenden temas tan variados como igualdad de género, matemáticas o resolución de conflictos.
¿Funciona el sistema?
Más allá de la esencia, es posible que lo que más se pregunte la ciudadanía es si el sistema funciona. Los datos estadísticos más recientes al respecto son los del estudio que ha realizado la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, presentados el pasado mes de septiembre. Según estos números, la reincidencia está en el 19,98%. «Yo prefiero decirlo de otra manera: el 80,02% de los internos que cumplen su condena y alcanzan la libertad no vuelven a prisión por haber cometido nuevos hechos delictivos», aseguraba el ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, que apuntaba que esto daba «una nota muy alta» al modelo español.
Carou García: «El sistema penitenciario tiene una carencia endémica de medios, tanto humanos como materiales»
Sara Carou García concede que «la cifra es buena», si bien la contextualiza. «El estudio se realizó sobre 19.909 personas excarceladas en 2009 y aplicando criterios de reincidencia exclusivamente penitenciarios», indica. «Sería necesario un estudio más amplio sobre esta cuestión, englobando a reclusos excarcelados en años sucesivos» añade. «Deberíamos aspirar a una cifra más alta, aunque son números esperanzadores. Podría ser mucho mejor, pero respecto a lo que teníamos es bastante buena», apunta, por su parte, Álvaro Crespo. «Desde ROSEP creemos que debería cambiarse el paradigma», afirma, señalando su apuesta por una mayor prevención y más recursos.
Esa apuesta por más medios es, al final, en lo que inciden las fuentes expertas. «El sistema penitenciario tiene una carencia endémica de medios, tanto humanos como materiales», señala Carou García. Y añade: «A ello se suma que la reinserción es un proceso muy complejo que no depende exclusivamente de factores controlables por la Administración penitenciaria».
En cierta manera, para abordar el éxito o el fracaso de la reinserción también debería hablarse del resto de la sociedad. Al fin y al cabo, como apunta Núria Fabra, para que este proceso tenga éxito, esta debe dar una oportunidad a las personas excarceladas: si nadie quiere darles un trabajo o tropiezan con más dificultades para ese nuevo proyecto vital, se encontrarán en una situación poco propicia para conseguirlo. Fabra recuerda la paradójica situación de los reclusos extranjeros, que cuando salen de prisión se tropiezan con que no tienen permiso de trabajo. Se encuentran así en una tierra de nadie en la que, por muy buena voluntad que tengan, no pueden reinsertarse.
Como sociedad, cabría también preguntarse si se comprende realmente cómo funciona el sistema. Carou García indica que «hay un gran desconocimiento». «Existen múltiples creencias erróneas, posiblemente surgidas del cine, las series de televisión o incluso algunos medios de comunicación. Ni es un camino de rosas, ni un espacio marcado por la constante vulneración de derechos», señala. Y sentencia: «La prisión es un entorno difícil de gestionar: debe de compaginar el mantenimiento de unas condiciones de seguridad óptimas con la realización de actividades que permitan una posterior reinserción del penado». Un juego de equilibrios que «siempre es muy complicado».
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