Internacional

¿Por qué triunfaron las armas en Estados Unidos?

El derecho está íntimamente unido a una supervivencia cultural que se retrotrae a los colonos, cuando Estados Unidos ni siquiera existía como Estado: en un país precario, un pueblo armado parecía esencial no solo para defenderse, sino para expandirse.

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02
junio
2022
Fotografía incluida en ‘América’, por Carol M. Highsmith.

La evidencia lo demuestra: el libre empleo de armas por parte de los ciudadanos es un aspecto clave en la identidad cultural de Estados Unidos. De hecho, constituye un elemento ideológico tan esencial que difícilmente podrá ser erradicado en tiempos venideros. Todo lo contrario que ocurre en el continente en que vivimos, donde este afán armamentístico parece inverosímil. El filósofo decimonónico Herbert Spencer, cuestionaba incrédulo hace ya dos siglos, durante la época del salvaje Oeste, el hecho de que no fuera la policía –es decir, el Estado– quien monopolizara el empleo de armas de fuego en el país.

Que la posibilidad de portar armas sea uno de los derechos fundamentales de la Constitución estadounidense da a entender perfectamente el arraigo de las armas de fuego en el espíritu estadounidense. No es algo que se pueda ignorar: los «derechos fundamentales» son aquellos que están particularmente protegidos de toda potencial alteración o eliminación, estando particularmente señalados en la carta magna. En este caso, la opción a poseer y portar armas es reconocida por la Segunda Enmienda de la Constitución, mientras que la Primera Enmienda contiene derechos fundamentales –y que los europeos también reconocemos como tales– como la libertad de expresión, la libertad de prensa o la libertad de reunión. 

Esta potestad respecto al uso de armas de fuego está particularmente asociada a la protección de la propiedad privada, pero también tiene una clara raigambre religiosa: es la Reforma protestante la que otorga particular importancia a la religiosidad interior –no mediada por la Iglesia– y dota a la subjetividad individual de una especial preeminencia, siendo esta un ámbito privado irreductible frente al colectivo; la subjetividad funciona, de este modo, como la contrapartida psicológica del derecho a la propiedad privada.

No es el Estado quien cuenta con el derecho último de proteger la propiedad privada y el propio bienestar físico del sujeto, sino el ciudadano

En el caso de Estados Unidos, además, se dan una serie de circunstancias particulares. No es el Estado en cuanto colectividad quien cuenta con el derecho último de proteger la propiedad privada y el propio bienestar físico del sujeto, sino el ciudadano privado, que habría de contar con las herramientas específicas para poder llevar a cabo la referida protección. Algo que se une, además, a la desconfianza histórica del individuo norteamericano con respecto al Estado. No es extraño: muchos autores defienden el hecho de que Estados Unidos, al menos en sus orígenes, era un país particularmente individualista, lo que se puede observar no solo en el uso de armas de fuego, sino en la defensa acérrima del uso del automóvil frente a formas de transporte público.

Este derecho esencial está íntimamente unido también a una supervivencia cultural que se retrotrae a los colonos (o, lo que es lo mismo, en el periodo previo a la instauración de los Estados Unidos como Estado-nación): en un país todavía inexistente, precario y no asentado territorialmente, sin una ley y unas fuerzas de seguridad adecuadamente establecidas, la utilización de armas de fuego representaba un instrumento clave, tanto para usurpar territorio a otros pueblos y naciones, como para protegerse de estas y de otros colonos. Se trataba de una forma práctica de facilitar el derecho a la autodefensa, a repeler invasiones y a hacer cumplir las leyes. En un cosmos salvaje como el que habitaban los colonos entonces, el uso de armas contaba con una especial utilidad y, aunque esta ya haya desaparecido hoy, su valor ideológico y cultural aún no lo ha hecho. 

Las encuestas modernas muestran un apoyo variable en función del contexto particular. Cuando hay una matanza a tiros en un colegio o algún otro incidente similar, una parte amplia de la sociedad aboga por una mayor regulación de dicho uso. En 2018, por ejemplo, el 60% de la población estaba a favor de dejar la Segunda Enmienda tal como está, frente a un 21% que aspiraba a modificarla. Hoy, tras el tiroteo del 24 de mayo ocurrido en Uvalde, Texas, donde el estudiante Salvador Rolando Ramos ha matado a 21 personas y herido a 18, las encuestas señalan que gran parte de la población desearía restringir el uso de armas de fuego. Es importante, no obstante, tener en cuenta que no se hablaría de prohibir el uso de tales armas, sino siempre de restringirlas o supervisarlas: da la impresión de que el acceso a armas por parte de personas sin formación, menores de edad, sujetos inestables emocionalmente, personas enloquecidas o limitadas intelectualmente es y será un derecho por los tiempos de los tiempos, ya que tal opción es considerada como verdaderamente esencial. Y no solo por ciertos sectores de la derecha o de grupos como la Asociación Nacional del Rifle (NRA), sino también por parte de una población general que, en el más radical de los casos, aspira como mucho a una suave moderación.

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