Opinión

El test de Macron

La comparación con figuras políticas como la suya suele ser nuestro baremo de calidad. Hoy, pocos políticos lo aprueban: ni la oposición ni el Gobierno parecen haber estado a la altura de unos sólidos valores democráticos tras el atentado en Algeciras.

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Remi Jouan
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01
febrero
2023

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Remi Jouan

El baremo de calidad de una actuación política en España suele ser el siguiente: ¿qué haría Macron en esta situación? De entrada, no me parece mal. Hay peores alternativas a los ejercicios de comparación ficticia. Pero, si se hace, hay que hacerlo bien, intentando arrimar lo mínimo la ascua a tu sardina. Y ese es el caso del ataque –o atentado– de Algeciras. También la denominación del asesinato del sacristán, y las heridas sufridas por un sacerdote y tres feligreses, depende, a expensas de la calificación oficial que le otorgue la justicia, de tus gafas partidistas.

Se ha dicho y escrito, con razón, que las declaraciones iniciales de Feijóo –«no verá usted a un católico matar en nombre de su religión»– hablando de «pueblos» (para referirse a las comunidades religiosas, no las políticas) serían inconcebibles en un líder político europeo como Macron. Ciertamente, son más que desafortunadas: son erróneas en sus conclusiones y en su forma del alcanzarlas. Esto no va de pueblos religiosos, de cristianos contra musulmanes. Esto va intolerantes radicales y totalitarios contra la ciudadanía democrática, independientemente de su fe religiosa o su ateísmo. 

Las consecuencias de utilizar el razonamiento del «nosotros» frente a «ellos» son potencialmente muy negativas. Cuando intentamos coser los hilos de la cohesión social, señalar una posible división dentro de nuestra comunidad política entre los defensores de una fe y los de otra es imprudente.

«Las declaraciones de Feijóo son más que desafortunadas: son erróneas en sus conclusiones y en su forma del alcanzarlas»

Tan nocivas como las consecuencias me temo que pueden ser las causas. Aunque las manifestaciones de Feijóo fueran improvisadas, parcialmente accidentales y no meditadas con profundidad, obedecen a una peligrosa estrategia implícita que el PP está transitando (por cierto, siguiendo el camino de otros partidos conservadores europeos, que en estos momentos encabezan la lista de especies políticas en peligro de extinción). La táctica consiste en no compartir las opiniones islamófobas de la extrema derecha, pero también en enviar una señal clara de que tampoco se está con «la izquierda» o «el cosmopolitismo liberal». Que no me pongan en el mismo saco que Vox, pero tampoco en el del PSOE. Una opción habitual es la de declarar que no se está de acuerdo con las propuestas políticas (como expulsar a inmigrantes) pero, al tiempo, dejar caer que, en las motivaciones de fondo, algo de razón tienen estos chicos de la extrema derecha. 

Puede ser una reacción casi inconsciente, y no podemos juzgar severamente a políticos como Feijóo, sometidos a una presión mediática constante (¿cuántas veces meteríamos nosotros la pata?), pero sus declaraciones a raíz de lo sucedido en Algeciras van en línea con esa filosofía que ya vimos en la convocatoria de la manifestación contra el Gobierno de Sánchez del 21 de enero en Madrid: no estoy con Vox, pero un poco sí. Y de esta forma, la idea que cala en la población es que el mensaje de Vox (ya sea sobre el supuesto autoritarismo de Sánchez o sobre cierta inmigración) contiene las semillas de una verdad tan incómoda para el establishment como importante para la gente de a pie. En otras palabras, la actitud del PP legitima el discurso de Vox en lugar de contraponer uno alternativo.

«La actitud del PP legitima el discurso de Vox en lugar de contraponer uno alternativo»

Sin embargo, esa pregunta inicial –¿qué haría Macron?– no sólo debería ruborizar a nuestra derecha, sino también a la izquierda. Porque es probable que, ante un ataque tan brutal como el de Algeciras, el presidente Macron y su Gobierno hubieran actuado de forma distinta, mostrando un apoyo más explícito a las víctimas. No me refiero necesariamente a rendirles un homenaje como la ceremonia nacional que el presidente francés organizó para Samuel Paty, el profesor de Historia decapitado por un yihadista en 2020, a quien se le otorgó a título póstumo la Legión de Honor, la máxima condecoración francesa. No me refiero a declarar, como hizo Macron hablando de Paty, que las víctimas encarnaban la República, pero sí a hacer sentir a los supervivientes y a sus familias de la forma más explícita posible que el Estado está con ellas. Echo de menos una implicación y una visibilidad mayor en declaraciones y una presencialidad en los actos de homenaje a las víctimas del Jefe del Estado, del presidente del ejecutivo y de los ministros más directamente responsables. Entre los asistentes al funeral, por ejemplo, no hubo altos representantes del Gobierno, ni tan siquiera el delegado en Andalucía.

Todas las víctimas de actos extremos de odio –y, por tanto, inspirados por una ideología totalizante– merecen un consuelo particular por parte de las más altas autoridades del Estado. Es el deber político de una democracia mostrar apoyo a quienes sufren a nivel personal los ataques contra la misma. Es una equivocación moral, pero creo que también desde el punto de vista político y electoral: la extrema derecha acaba beneficiándose de la sensación de desagravio relativo que pueden sentir las víctimas de determinados crímenes contra los valores fundamentales de nuestra sociedad. En resumen, pocos políticos pasan en esta ocasión el Test de Macron.

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