Siglo XXI

Sobrevivir a la tecnofobia

Como los luditas que hace doscientos años destruían telares, hay quienes ahora se plantan ante la revolución tecnológica y la rechazan. Tecnoestrés, tecnofobia, ciberfobia… Los términos que capturan este pavor ante el progreso son múltiples. Aunque estos fóbicos tecnológicos tienen sus razones, corren el riesgo de que sus miedos oculten los numerosos beneficios que la revolución tecnológica aporta a la humanidad.

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Óscar Gutiérrez
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09
enero
2023

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Óscar Gutiérrez

Varios días antes de que Elon Musk presentara en sociedad su última creación, Optimus, el robot humanoide que pretende llevar masivamente hasta los hogares de todo el mundo –los pudientes; su precio rondará los 20.000 dólares–, las redes comenzaron a llenarse de comentarios críticos sobre la nueva ocurrencia del empresario. En teoría, Optimus realizará tareas domésticas sencillas como regar las plantas, pero sus tempranos haters ya hablaban del prototipo como un nuevo Terminator. «¿Solo porque podemos, debemos hacerlo?», se preguntaba un artículo en la prensa estadounidense reflexionando sobre –a su juicio– el irresponsable empeño de Musk en desafiar continuamente los límites de la innovación sin reparar en sus posibles consecuencias.

Este tipo de reacciones furibundas frente a la última milla de la revolución tecnológica no son algo aislado. Tecnofobia, fobia digital, ciberfobia o tecnoestrés son algunos de los términos que designan un fenómeno –el rechazo a la tecnología y a todo lo que conlleva– que se extiende casi a la misma velocidad a la que lo hacen los desarrollos a los que se opone. Innovaciones como la inteligencia artificial, el 5G, el internet de las cosas o el big data provocan tanta admiración y curiosidad en unas personas como pavor en otras.

«La sensación de miedo ante lo desconocido y aquello que nos saca de nuestra zona de confort es normal», señala Viviana Konstantynowsky, ingeniera informática y experta en innovación. Esta especialista apunta que la pandemia hizo que estas herramientas irrumpieran con fuerza «sin pedir permiso» en la vida de la gente. Es una auténtica invasión que abruma y que asusta, «especialmente a aquellas personas más mayores, generaciones que no son nativas digitales y sienten que no poseen los conocimientos y las habilidades necesarias para abrazar ese enorme cambio tecnológico», indica.

Enrique Dans (IE Business School): «Ignorar la tecnología no te pone a salvo, te hace más vulnerable a sus efectos por desconocimiento»

Aun así, el miedo al progreso es tan antiguo como la humanidad, como recuerda Fernando Botella, CEO de Think&Action y autor de Bienvenidos a la revolución 4.0. «Cada vez que hay un avance disruptivo que anuncia un cambio de época hay oposición, miedo y se vaticina todo tipo de desastres», indica, ejemplificando que «sucedió con la imprenta, con la máquina de vapor, con internet…». «De lo que esos agoreros que se niegan a relacionarse con el futuro no se dan cuenta es de que es imposible detener el desarrollo humano», añade, asegurando que «cualquier tiempo pasado siempre fue peor».

La tecnología, defiende Enrique Dans, profesor en la IE Business School, no es ni buena ni mala. «Todo depende del uso que hagamos de ella», señala. Y pone un ejemplo: «Una aplicación como Facebook, pensada originalmente para conectar al mundo, puede ser utilizada, como hemos visto, para confrontarlo, manipularlo y radicalizarlo». Estas aplicaciones dependen «de las decisiones y la responsabilidad (o falta de ella) de sus gestores». Por eso, añade, «tenerle miedo a la tecnología es absurdo, porque a quienes deberíamos temer es a las personas y al uso que puedan hacer de ella».

Ahora bien, no toda esta mala fama es del todo infundada. Brechas de seguridad, ciberdelincuencia, la excesiva dependencia tecnológica o el uso indiscriminado de los datos personales de los usuarios son usos perversos derivados todavía por resolver.

Así son los nuevos luditas

Los detractores de la tecnología adoptan distintas formas y posturas. Están los que simplemente se sienten inseguros porque se ven sobrepasados por sus continuos avances y están quienes la rechazan de plano porque creen que robots y máquinas destruirán su modo de vida.

Estos últimos siguen la estela de los luditas de la primera Revolución Industrial, artesanos que se dedicaron a sabotear los primeros telares mecanizados porque destruían empleo. Más de doscientos años después, los nuevos luditas esgrimen argumentos parecidos. Sin embargo, aunque la progresiva robotización del trabajo es una realidad incuestionable –Randstad estima que el 52% de los puestos actuales en España corre el riesgo de ser automatizado–, la mayoría de los estudios coinciden en que, de forma correlativa, se crearán nuevas posiciones relacionadas con la digitalización que remplazarán esos oficios perdidos.

Pero los recelos hacia la tecnología no proceden únicamente de quienes no quieren o no saben utilizarla, sino que también llegan desde sus propias filas. Un caso particular es el de Singularidad, un movimiento que asegura que, más pronto que tarde, la inteligencia artificial acabará superando a la humana. Uno de sus adeptos, Ray Kurzweil, incluso ha fechado ese momento: será en 2045.

Fernando Botella (Think&Action): «Si no fuera por la tecnología, la pandemia habría durado diez años»

Los singularianos no reniegan de la tecnología ni abogan por su abolición, pero sí advierten de ese potencial y buscan maneras desde la Singularity University –ubicada en Silicon Valley, la gran capital tech, y apoyada por instituciones como Google o la NASA– de reconciliar sus caminos con los de la humanidad.

Menos optimistas respecto a la capacidad humana para domesticar a las máquinas se muestran los expertos del Centro para el Estudio del Riesgo Existencial (CSER) de la Universidad de Cambridge. El CSER trabaja partiendo de la advertencia enunciada por el filósofo sueco Nick Bostrom: el riesgo existencial que supone todo aquel uso de la tecnología cuyo resultado adverso podría resultar fatal para la humanidad. Por ello, desde 2012, estudian peligros para la supervivencia de la especie, como riesgos tecnológicos extremos, amenazas biológicas catastróficas globales, el potencial colapso del ecosistema o problemas asociados a la inteligencia artificial.

Los recelos también llegan desde las propias filas de la tecnología: es el caso de ‘Singularidad’, un movimiento que asegura que la inteligencia artificial acabará superando a la humana

El problema de tanta visión catastrofista es que impide ver la vertiente amable del progreso. «La tecnología nos permite comunicarnos, trabajar, relacionarnos, cuidar nuestra salud… ¡Si no fuera por ella, la pandemia habría durado diez años!», argumenta Botella. La revolución tecnológica también puede aportar mucho en la descarbonización, el cambio climático, la gestión eficiente de residuos, la difusión del conocimiento, la creación de ciudades más habitables y sostenibles, la protección de la biodiversidad o la lucha contra las desigualdades.

Igualmente, sus beneficios impactan ya de forma directa en la vida cotidiana de las personas. «La tecnología no es un fin en sí misma, es un medio que nos permite pagar nuestras compras, tomar clases online o hablar con nuestros seres queridos al otro lado del mundo», recuerda Konstantynowsky. «Y si no estás en ese mundo te estás perdiendo infinidad de cosas», advierte.

La tecnofobia se cura

El miedo tecnológico tiene efectos devastadores. «Nos paraliza y nos impide avanzar hacia nuestras metas», resume Konstantynowsky, quien previene sobre los efectos negativos de las llamadas «creencias limitantes». La experta habla de «una percepción de la realidad que nos impide crecer, evita que nos enfrentemos a nuevos retos y dificulta nuestra toma de decisiones». En el terreno de las nuevas tecnologías, es ese momento en el que se dice que «son para nuestros hijos porque nosotros ya llegamos tarde a ese tren».

¿Cómo se superan esos miedos? «Hay que abrazar la tecnología, enfrentarse a ella», aconseja Botella. Y advierte: «Si no lo haces, te quedarás fuera de lo que la sociedad actual demanda», personas «capaces de moverse en un entorno de emociones», lo humano, pero también hábiles en cultura digital. Konstantynowsky recomienda cambiar hábitos, aprender cosas nuevas y desaprender otras, así como «experimentar, porque es imposible aprender nada de estas herramientas si no las usas». También Dans apunta en esa dirección señalando que lo peor que puede hacer una persona para gestionar su aversión digital es adoptar la táctica del avestruz. «La tecnología es un hecho connatural a la naturaleza humana y va a tener lugar contigo o sin ti», indica. «Ignorarla no te pone a salvo; todo lo contrario, te hace más vulnerable a sus efectos por desconocimiento».

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