Siglo XXI

Así impactará en el amor la inteligencia artificial

A pesar de que los algoritmos aún sean imperfectos, cabe la posibilidad (real) de que, en menos tiempo del que pensamos, acaben dictando por completo en nuestra forma de conectar emocionalmente. De ser así, ¿qué quedará entonces del elemento humano? ¿Qué será de las imperfecciones que generalmente nos enamoran de otros?

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29
julio
2022

La inteligencia artificial es un fenómeno tecnológico cada vez más presente, factible y real, aunque curiosamente no se habla tanto de él como antaño. Gran parte de la ciencia ficción, a mediados y finales del siglo pasado, lidiaba con su potencial amenaza: la idea de que los ordenadores serían cada vez más perfectos y cobrarían conciencia de sí mismos hasta suplantar al ser humano. Esta es la base de libros y películas como Yo, robot (1950) o 2001: Odisea del espacio (1968), e influye en otras como Terminator (1984) o Robocop (1987). La propia noción de yo, robot expresa la idea de que el mecanismo tecnológico ya cuenta con una identidad autoconsciente.

La ciencia ficción es algo así como la disciplina de los futuros posibles, de una historia que se proyecta no hacia el pasado, sino hacia el futuro. Y ocurre que hoy la ciencia ya se pregunta por la amenaza de la IA. En la actualidad ya existen robots extremadamente similares al ED-209, el androide enemigo de Robocop. Son robots que caminan, se tropiezan y aprenden de dichos tropiezos para no volver a cometer el mismo error.

El físico teórico Michio Kaku afirma que estos robots van a ir mejorando poco a poco hasta adquirir la inteligencia de una cucaracha (ya están cerca de ello), de un perro y, en un futuro no tan lejano, de un ser humano. Para entonces habría que tener mucho cuidado y sería necesario programar a tales dispositivos para su autodesactivación en caso de contar con impulsos destructivos. Los androides al estilo de Terminator no están tan lejos de lo que algunos creen. 

La herramienta más decisiva de toda corporación que aspire a controlar nuestra conducta consiste en poseer el elemento sexual y sentimental

Otro campo de interés relacionado con la inteligencia artificial es el amor. Por un lado, la IA ya se expresa en la forma de algoritmos que nos permiten conectar con otras personas en redes sociales y aplicaciones de contactos. Aunque estos algoritmos parecen todavía bastante imperfectos, como cualquiera puede comprobar en su vida cotidiana, probablemente habrán de ser refinados en no demasiado tiempo, por lo que quizás puedan resultar esenciales a la hora de establecer relaciones sentimentales con otros.

Naturalmente, en ese caso, habría que tener muy en cuenta quién o quiénes son aquellos que programan los dispositivos y aplicaciones de contactos, pues serán ellos quienes condicionen decisivamente nuestra existencia y, cabría esperar, adaptarán a sus intereses esos mismos algoritmos y canales para la comunicación y relación sentimental y sexual.

La herramienta más decisiva de toda corporación que aspire a controlar nuestra conducta y hacer de nosotros suscriptores compulsivos consiste en controlar el elemento sexual y sentimental. Es decir, que si, por poner un ejemplo, Facebook quisiera seducirnos para implantar microchips en nuestro cerebro y sistema nervioso, su instrumento más eficiente sería incluirnos en sus redes de contactos amorosos (implantando el chip) o excluirnos (no hacerlo), integrándonos o no en un mercado de potenciales relaciones sexuales y sentimentales.

El mejor modo de que la tecnología funcione en sociedad consiste en que se adapte a nuestra constitución genética, fisiológica y biológica

Hay quien busca sexo y hay quien busca el amor, ambas caras de una misma moneda. Para Freud, por ejemplo, lo sentimental representaría una sublimación del instinto sexual. Ya hablemos de sexo o amor romántico, los seres humanos estamos biológicamente diseñados para anhelar ambos, o uno o el otro, como medio inconsciente de satisfacer el instinto reproductivo. Por tanto, si una determinada corporación monopoliza los microchips que permitan conectar íntimamente unos con otros, habrán dominado a la mayoría de ciudadanos.

Pongamos por ejemplo un microchip que sirva para conectar con un desconocido con quien nos topamos en la calle, la playa o un restaurante. Los tímidos podrían ligar con mayor facilidad puesto que solo habrían de realizar un pensamiento voluntario: «conectar con la chica morena», por ejemplo. Si la chica morena, portadora de ese mismo microchip Facebook (por decir algo), accede a esa invitación que recibiría en la aplicación instalada en su mente, la cita podría arreglarse esa misma noche o en ese mismo momento.

La IA, no obstante, tendría acceso a nuestros pensamientos y deseos más íntimos: el objeto último de la economía digital

Muchas oportunidades de conectar con otras personas que normalmente pasarían desapercibidas servirían de base para nuevas potenciales relaciones, tanto sexuales como románticas. Y, seamos realistas, por este mecanismo la mayoría de las personas relativamente jóvenes estarían deseando portar tales chips. El mejor modo de que la tecnología funcione en sociedad, al igual que sistemas económicos como el capitalismo, consiste en que se adapte adecuadamente a nuestra constitución genética, fisiológica y biológica. Siempre y cuando la tecnología sirva para satisfacer necesidades biológicas, triunfará sin excepción. 

Lo peligroso serían las potenciales consecuencias de una tecnología tan invasiva en nuestro propio cuerpo. ¿Podrían desde ese momento controlar y moldear nuestro ser y voluntad las corporaciones? Tendrían acceso a nuestros pensamientos y deseos más íntimos, que son, en esencia, el objeto último de la economía digital asociada a las redes sociales: estas aspiran, ante todo, a recolectar y vender nuestros datos, que servirán a otras empresas para diseñar sus campañas de marketing, etc.

Es muy posible también que seamos nosotros los futuros androides, pues podremos mejorar o transformar nuestras emociones y carácter por vía de este tipo de tecnología. Dicho lo cual, ¿qué quedaría del elemento humano? ¿Queremos, de veras, ser perfectos? ¿Qué espacio habría para la mejora y el aprendizaje? ¿Habría posibilidad en un mundo como ese de realizar excelsas obras de arte? ¿Existirían esas particularidades e imperfecciones que generalmente nos enamoran de otros? Al igual que los cuerpos, que cada vez representan más el producto de una ingeniería (son más perfectos y bellos que hace treinta años), es casi seguro que podremos modificar nuestro carácter para ser más perfectos, aunque también más uniformes, estandarizados y deshumanizados.

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