Cultura

¿Por qué nos gusta tanto Tintín?

Tintín y sus aventuras no dejan de encandilarnos casi cien años después de su primera aparición: de rostro anodino e inmune al paso del tiempo, con ideología conservadora, pueril en tantas ocasiones y, sin embargo, fascinante, este reportero perezoso encarna valores luminosos, la pureza misma.

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10
enero
2023

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Un tipo de edad indeterminada (pongamos de entre 18 y 30), asexuado, de indumentaria formal y maneras prudentes (rayando en el puritarismo), que desconoce los excesos. De rostro anodino e inmune al paso del tiempo, con ideología conservadora, pueril en tantas ocasiones y, sin embargo, fascinante. Tintín y sus aventuras no dejan de encandilarnos casi cien años después de su primera aparición. Fue un 10 de enero de 1929, como tira semanal, en el suplemento infantil Le Petit Vingtième. El dibujante belga Georges Prosper Remi (1907-1983), conocido como Hergé, lo creó «como parte de su deseo inconsciente de ser perfecto».

Tintín (de quien desconocemos aficiones, filiaciones, apellidos) es un periodista digamos perezoso (en los 24 volúmenes que integran sus peripecias, solo aparece una vez escribiendo una crónica para su periódico), con un tupé más que reconocible, producto de un acelerón cuando conducía un Mercedes Benz junto a su inseparable fox terrier, Milú (los tintinólogos aseguran que el nombre de la mascota es un hipocorístico tributo a un amor de juventud de Hergé, Marie-Louise van Cutsem). Tintín y el país de los Soviets (1930), el primer título publicado de manera independiente.

Carece de malicia, dobleces, zonas oscuras. Un muchacho de esos de los que fiarse en cualquier situación. Un personaje plano. Y, sin embargo, fascinante. Su curiosidad le lleva a enfrascarse en diferentes aventuras a lo ancho del mundo: Asia, África, América, Europa –viajó mucho más que su creador–… hasta la Luna, que pisó diecisiete años antes de que lo hiciera Neil Armstrong en 1969. Tintín es la querencia de cualquiera de nosotros por la aventura, el goce del peligro, los conflictos y enigmas resueltos (siempre), la camaradería, el triunfo de la astucia sobre la fuerza, la derrota de los malvados. Hergé, maestro del trazo, de elipsis, de transiciones.

Tintín no es un héroe ni un triunfador al uso, sino un reportero que lucha contra el comunismo y trata de erradicar el mal en el mundo

En el éxito de este jovenzuelo, curioso impenitente, tienen mucho que ver sus amigos, con bastantes más aristas que él. Los agentes de la policía secreta Dupont y Dupond (a quienes únicamente diferenciamos por sus bigotes; uno recto, otro con cierto repunte), que no queda claro si son gemelos, pareciera que vivieran juntos, y que se refieren el uno al otro indistintamente como «colega» o «amigo». Un tanto incompetentes pero muy divertidos, en España pasaron a llamarse Hernández y Fernández. Aparecieron en Los cigarros del faraón (1934), y están inspirados en el padre y el tío del propio Hergé, quienes vestían de forma casi idéntica (bombín incluido).

Pero Tintín no es un héroe ni un triunfador al uso, sino un reportero que lucha contra el comunismo y trata de erradicar el mal en el mundo. Su origen es tan propagandístico como el del Capitán América, pero se diferencia del personaje de Marvel en que el muchacho recibe casi tantos golpes como los que da. Sin embargo, ambos son fascinantes.

El capitán Haddock, un entrañable borrachín lenguaraz y cascarrabias, sirve de contrapeso al candor del protagonista, una especie de Sancho bucanero, aunque más idealista y monárquico, que disfruta de tabaco fumado en pipa. Hubo que esperar a El cangrejo de las pinzas de oro (1941) para conocerlo. Claro que Hergé quiso ser tan correcto que los exabruptos que suelta el rudo capitán se convierten en una suerte de ofensas casi esotéricas cuando no delirantes, como «bachibazuk», «visigodos», «anacoluto», «parásitos», «vegetarianos» o «ectoplasma».

El personaje creado por Hergé encarna valores luminosos, la pureza misma, ayuda a quienes lo necesitan y es leal a sus amigos

Otro gran acierto: el profesor Silvestre Tornasol, un excéntrico científico prácticamente sordo, inspirado en el inventor Auguste Piccard, amigo de Hergé. Es capaz de construir los más extravagantes artilugios para que Tintín triunfe en la resolución de la intriga. Entra en escena en El tesoro de Rackham el Rojo (1943).

Tintín encarna valores luminosos, la pureza misma, ayuda a quienes lo necesitan y es leal a sus amigos. En sus aventuras la cronología importa. No ya solo por el contexto histórico en el que transcurren las historias (la Guerra Fría, la colonización belga del Congo, la conquista del espacio…) sino porque los personajes van ganando en matices (salvo nuestro protagonista, cuyo arco dramático permanece inalterable, todo lo que da de sí lo sabemos en su primer lance). Sale indemne incluso del veredicto correctísimo de la posmodernidad: que si antisemita (La estrella misteriosa), que si racista (Stock de coque), que si misógino (apenas 25 mujeres entre los más de 300 hombres que aparecen en las páginas que dan cuenta de sus episodios, dos de ellas de cierta relevancia, Bianca Castafiori, una cantante de ópera de fama internacional, y Peggy, esposa del general Alcázar, líder militar de la República de San Theodoro; por cierto, ambas entradas en años y poco agraciadas).

Un total de 24 títulos componen la colección de Tintín, el último de ellos inconcluso: Tintín y el arte-alfa. De entre los más logrados El loto azul, La isla negra, El cangrejo de las pinzas de oro, Las siete bolas de cristal, Objetivo: La Luna, El asunto Tornasol o Las joyas de la Castafiore, traducidos a más de cien idiomas, algunos tan sorprendentes como tahitiano, tibetano o alguerés (variante del catalán que se habla en una zona de Cerdeña). Tal vez el más celebrado sea Tintín en el Tíbet (1960), la favorita del propio Hergé, que confeccionó en plena crisis sentimental, al abandonar a su mujer por otra más joven; un auténtico homenaje a la amistad y la única historia en la que no hay villano alguno.

De Tintín se encuentra todo tipo de merchandising. Hasta películas, como la trilogía producida y en parte realizada por Steven Spielberg y Peter Jackson. El general de Gaulle lo consideraba su «único rival internacional». Tintín. El muchacho pacato, falto de complejidad, en exceso sensato, entretenido sin más… y, sin embargo, fascinante.

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