Cultura

Cuatro siglos de Molière

En 2022 se cumplieron 400 años del nacimiento de quien es considerado el padre de la comedia francesa y uno de los dramaturgos más valorados de la literatura universal: llevó a sus obras la sana intención de «corregir las costumbres riendo», con un acerado sentido satírico como principal herramienta.

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03
enero
2023

En España tenemos a Cervantes, en Inglaterra cuentan con Shakespeare, y en Francia siguen reverenciando la figura de Molière, el más grande de sus dramaturgos. Jean-Baptiste Poquelin estaba llamado desde muy joven no solo a trocar su nombre de cuna por un pseudónimo más adecuado a su temprano oficio de actor teatral, sino también a cambiar el rumbo de comedia francesa.

Nacido en París, en 1622, a los 20 años se enroló, autonombrándose ya con su célebre pseudónimo, en una gira por diversas provincias al frente de la compañía El Ilustre Teatro. Desde muy joven había sentido una feroz querencia por el mundo de la farándula y su puesto como director le ayudó a ir delimitando su camino. No fue destacado el éxito de las farsas que representaba; de hecho, las numerosas deudas acumuladas provocaron que el joven Molière sufriera varios días de prisión a modo de castigo por no poder saldarlas.

Lejos de batirse en retirada, continuó formándose no solo como actor, sino también como dramaturgo. De regreso a París, la compañía cambió su nombre por el de Troupe de Monsieur y conoció su primer y muy significativo éxito, justamente con una comedia escrita por Molière, Las preciosas ridículas. En un solo acto ya contenía el ingrediente principal de una extensa obra que convertiría al autor en el padre de la comedia francesa: su crítica abierta a la moral y las costumbres establecidas.

La benevolencia del monarca permitió que se mantuviese a salvo de sus detractores, que le acusaron de libertino, obsceno, inmoral e irreverente

Molière llevó a sus comedias la sana intención de «corregir las costumbres riendo», con un acerado sentido satírico como principal herramienta. Aquella primera obra obtuvo el favor del rey Luis XIV que, a partir de entonces, nombró al autor responsable de las diversiones de la corte. Bajo tan magna protección, la pluma de Molière comenzó a afilarse para dejar en evidencia las flaquezas de la aristocracia y la alta burguesía.

La benevolencia del monarca permitió que se mantuviese a salvo de sus detractores, que le acusaron de libertino, obsceno, inmoral e irreverente. Todas aquellas críticas no hicieron más que estimular su afilado sentido cómico y su feroz cariz sarcástico. En 1664 concluyó su memorable Tartufo, inigualable denuncia de la hipocresía religiosa que llegó lo suficientemente lejos para que el propio rey, presionado por los dirigentes eclesiales, prohibiese su representación. A día de hoy no solo se continúa representando, sino que se utiliza como arquetipo de la persona hipócrita.

La oleada de indignación beata continuaría al año siguiente con el estreno de Don Juan, en que Molière estableció un nuevo arquetipo, el del libertino seductor. Muchos vieron la obra como una apología, justamente, de dicho libertinaje, pero el autor seguía en ella censurando la hipocresía y el cinismo, sin importarle quien los ostentase.

A estas dos inolvidables comedias daría continuidad, en 1966, un nuevo doblete de obras maestras en que el autor seguía despachándose a gusto con los vicios más recalcitrantes de la sociedad de la época: El Misántropo y El médico a palos. Los años posteriores, debido en parte a la tuberculosis que había comenzado a sufrir, y al incremento de los beatos detractores de su obra, el autor permaneció inactivo hasta que en 1968 regaló al público una nueva pieza capital de la comedia creando, de paso, un nuevo arquetipo: El avaro.

La actualidad que siguen gozando sus comedias demuestra que su habilidad para la sátira surgía de otra: utilizar una profundidad psicológica sin parangón para establecer arquetipos de conducta

Un año después, y tras haber realizado varias versiones, lograba que se levantase la prohibición de representar su Tartufo. El éxito fue apabullante. Logró lo que ninguna obra teatral había conseguido hasta entonces: su representación durante cuarenta y cuatro jornadas sucesivas. Para lograr tamaño éxito, Molière había llevado su escritura a unos límites desconocidos hasta entonces: actualizó sus formas para evidenciar los vicios y debilidades humanas más típicas de la sociedad de la época.

El tiempo y la actualidad de que siguen gozando sus comedias han demostrado que su habilidad para la sátira surgía de otra maestría, la de utilizar una profundidad psicológica sin parangón para establecer arquetipos de conducta. Todo ello lo hizo, además, con un estilo directo, cercano, humorístico hasta los límites de la bufonada, alejado de cualquier pedantería y accesible, por tanto, al gran público.

El 17 de febrero de 1673, mientras representaba el papel principal de su última gran comedia, El enfermo imaginario, Molière sufrió un ataque al corazón que le llevaría a morir siete días después. Desde entonces, en los teatros franceses se alude a la mala suerte de vestir de verde, por ser el color de la última ropa que vistió sobre el escenario el más insigne autor de las letras francesas. Con el tiempo se ha demostrado que Molière no vestía de verde aquel día, pero parece que quiso también regalarnos con este último acto el arquetipo del supersticioso.

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