Cultura

¿Para qué sirve un crítico?

El documental ‘El crítico’, que arroja luz sobre la polémica figura de Carlos Boyero, parece ser una suerte de epitafio: el de la figura del experto capaz de hacer fracasar o triunfar una obra cultural con su opinión.

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16
diciembre
2022

El pasado 25 de septiembre de 2021, el escritor y crítico cinematográfico Carlos Boyero cerraba su última crónica desde el Festival de Cine de San Sebastián citando el título de la autobiografía de Robert Graves, Adiós a todo eso. Ponía fin así –lamentando, además, lo que él consideraba un escaso nivel para los premios de ese año– a cuatro décadas cubriendo ese tipo de certámenes. No se jubilaba (sigue teniendo su columna de opinión en El País y colaborando en el programa de radio La Ventana), pero decía adiós. Entonces tampoco se sabía, pero estaba rodando una película que resumía el adiós: El crítico.

Estrenada el pasado octubre en el canal TCM y dirigida por Juan Zavala y Javier Morales Pérez, la película se presentó, con toda la intención, en el Festival de San Sebastián de 2022, el mismo donde Boyero anunció su retirada. Se trata de un documental como hay muchos, donde la cámara sigue a una persona relevante en su trabajo y se repasa su trayectoria con testimonios de archivo y gente que lo conoce tanto personal como profesionalmente. Pero cuenta con una novedad: en la mayoría de documentales en los que el protagonista vive, es raro que alguien hable mal de él salvo que se trate de un villano al uso, como por ejemplo un político corrupto. En el de Boyero, sin embargo, han invitado a hablar mal de él a sus compañeros y a sus enemigos declarados. Muy mal, de hecho.

¿Qué es un crítico y para qué sirve? ¿Se acaba con Carlos Boyero el tipo de crítico capaz de salir de su burbuja, llegar al gran público y tumbar –o elevar– un estreno? Las primeras son preguntas que el mundo de la cultura se ha hecho siempre. La segunda se la hacen desde septiembre de 2021 la profesión periodística y los lectores del crítico, y la respuesta es que, en efecto, es bastante probable.

Con la marcha de Boyero, probablemente se acaba el tipo de crítico capaz de llegar al gran público y tumbar (o elevar) un estreno

En Estados Unidos fueron famosas las andanzas de Gene Siskel y Roger Ebert, dos críticos de la prensa de Chicago con criterios tan diferentes que un productor decidió sentarlos delante de una cámara de televisión y ponerlos a discutir. Se pasaron más de 20 años en antena, y cuando saltaron a la televisión nacional en Estados Unidos eligieron un método para dar su valoración final de cada película: pulgar hacia arriba, pulgar hacia abajo. Mark Zuckerberg, ya se ve, no parece haber inventado nada. Años después, no obstante, dijeron casi lamentar aquella decisión: el público se quedaba con ese gesto y olvidaba los matices o las explicaciones que daban antes.

Ese problema, el de la falta de matiz, es lo que reprochan precisamente los críticos a Boyero. Paradójicamente, él también se lo reprocha a ellos: afirma que se ha infantilizado el criterio para considerar una película de calidad y se premian los temas políticos de moda. Algo que también se relaciona con la actual incapacidad de una columna de provocar el triunfo o el hundimiento de un estreno. 

Las redes sociales y las nuevas formas de consumo cultural han desplazado ese lugar de filtro entre la maraña de estrenos y publicaciones que podía tener la crítica especializada. Los portales de cine, como el polémico Rotten Tomatoes, IMDB o FilmAffinity han visto cómo sus sistemas de puntuaciones se usaban para campañas de boicot, además de para mostrar la diferencia de criterios entre las puntuaciones de la crítica profesional y el público general. No es raro que la penúltima película Marvel o la entrega de turno de Fast and Furious recoja un suspenso crítico y un sobresaliente popular.

Criticando al crítico

En el documental, las críticas a Boyero van desde lo superficial a lo estilístico. Las hay más espectaculares y polémicas –con acusaciones de machismo o misoginia–, pero también otras más discretas y, quizás, más hirientes: otros analistas veteranos, como Miguel Marías (hermano del escritor, Javier), le reprochan que deje de lado la parte interpretativa de los textos. «No explica por qué le gusta lo que le gusta o no le gusta lo que no le gusta. Es inconcebible», espeta durante el metraje. Una labor clave que se espera del crítico clásico y que indica que quizás Boyero no lo era. 

Las críticas a Boyero van desde la misoginia hasta el abandono de la parte interpretativa de los textos

Tampoco se debe hacer drama: el veterano escritor, según su propio relato, se muestra en desacuerdo con la deriva reciente del cine de festivales. Le han llegado algunas de las críticas que internet vierte sobre él, pero difícilmente las ha leído de primera mano: Carlos Boyero no tiene redes sociales, y cuando responde a chats de los lectores, lo hace con un redactor al lado que le pasa las consultas y filtra sus respuestas. Si Boyero ha sido «cancelado» por Twitter, él nunca se ha enterado.

Su condición de estrella, de opinador capaz de hacer que una película pierda 40 salas, le libró de cosas peores: en los ochenta fue despedido de La Guía del Ocio por negarse a hablar bien de las películas de distribuidoras que ponían publicidad, mientras que en la primera década de los 2000 se enfrentó a una recogida de firmas entre el sector audiovisual que pidió a El País que dejase de enviarlo a cubrir festivales. Su pública y notoria enemistad con Pedro Almodóvar, el director español vivo de mayor prestigio, llena de morbo cada estreno del manchego. Este, por cierto, llegó a pedir públicamente su despido.

Por otra parte, hay un pasaje que pasa desapercibido en la polémica sobre El crítico. Uno en el que compañeros de Boyero más jóvenes, pero ya con cierta trayectoria, admiten que este rompía un «pacto tácito» en el sector español: pasar la mano a lo muy malo y celebrar mucho lo bueno para ayudar a su éxito (algo que condenaría Miguel Marías y, por supuesto, el propio protagonista: la falta de exigencia). 

Quizás ese fenómeno, que se pasa por encima al centrarse en otros pasajes más atractivos de la película, es el más peligroso para la labor de filtro y divulgación de la profesión. Es el de la cercanía y el apego al mismo sector al que se pretende interpretar y exigir, el de los críticos que escriben para otros críticos y para los profesionales del sector, y no para informar y formar a un público general.

Ese es el legado de Carlos Boyero que queda por debatir. ¿Puede todavía existir una crítica capaz de no mirarse el ombligo y de servir como guía, que no como juez, para el gusto cultural? O lo que es lo mismo, aunque no parezca igual, ¿es posible aún el periodismo independiente? 

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