«La ‘cultura de la cancelación’ es un delirio malintencionado»
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«Es irrelevante», señala Gonzalo Torné (Barcelona, 1976) acerca de la llamada cultura de la cancelación. Aunque Torné es conocido sobre todo por su faceta como novelista, con títulos como ‘Divorcio en el aire‘ o ‘Años felices‘, además de la controvertida ‘El corazón de la fiesta‘, muy crítica con el nacionalismo catalán, también es un tuitero muy activo. Nunca rehúye las polémicas tan habituales en la red social, lo que puede ser el motivo de su última publicación, ‘La cancelación y sus enemigos‘ (Anagrama). Y aunque niega la existencia de esta, sí que advierte contra dos fenómenos que él mismo bautiza: la «cancelación positiva» y la «cancelación interior». Conversamos con Torné acerca de sus propias experiencias de rechazo y su aversión al uso impropio de un concepto tan rotundo como «censura».
¿Por qué escribir un libro sobre la «cancelación»?
El libro parte de un artículo publicado en CTXT que surgió con la voluntad expresa de discutir la tendencia de cineastas, cómicos, presentadores de televisión y escribidores varios de acusar de «cancelación» cualquier crítica en su contra (y también para tratar de distinguir la crítica de la censura, que en puridad solo pueden ejercer los Estados). La propuesta de editarlo y convertirlo en libro fue de mis editoras. La recibí con mucho interés, pero no tenía ni idea de por dónde tirar, hasta que se me ocurrió vincularlo con mis propios problemas a la hora de imaginar personajes para mis novelas y con la posibilidad de hablar de lo que llamo «cancelación positiva» y «cancelación interior»: la primera vendría a ser el esfuerzo del artista por escribir de manera buenista para ganarse el aplauso del público, ya sean comunidades minoritarias o del poder; la segunda, en cambio, vendría a ser el freno que uno mismo se pone a lo que dice para evitar la crítica.
«Vivimos en una edad de oro de la libertad de expresión, y estas conquistas son siempre frágiles»
¿Es el principal debate cultural de nuestro tiempo?
Espero que no. Lo interesante del debate cultural es hablar de las obras, pero es cierto que la «cancelación», por varios motivos, hace mucho ruido. El más interesante es que se sustenta en un cambio estructural profundo en la elaboración y en la emisión de críticas, juicios y opiniones. Es un fenómeno que llamo, a la espera de que alguien encuentre un nombre mejor, «emancipación de las audiencias», y que surge del cruce de dos situaciones: por un lado, la ilustración acelerada por el Estado del bienestar –que propicia el acceso a la lectura, los museos y el teatro a hijos de familias que nunca lo habían tenido, y además con una formación a sus espaldas–, y por el otro, la red, que permite que estas audiencias se asocien, compartan juicios y opiniones y los propaguen. Este fenómeno es nuevo, es estructural y no tiene sentido juzgarlo bien o mal en bloque. Es un tablero de juego del que salen cosas buenísimas y otras no tan buenas (o buenas para unos y malas para otros). Se trata de un debate más vivo y variado, uno en el que las comunidades minoritarias pueden defender sus gustos y su idea de representación… y también uno donde existen las masas de acoso. La «cancelación», por tanto, es interesante como fenómeno derivado de la «emancipación de las audiencias», pero es irrelevante y no tiene el menor calado como tema de agenda política. La «cultura de la cancelación» es un delirio malintencionado, una cortina de humo ideológica que señala una realidad inexistente. Lolita y Ulises se hubiesen publicado ahora sin problemas, Flaubert no hubiese terminado en el banquillo de los acusados, no tenemos ningún Voltaire pidiendo (y consiguiendo) que se amputen las obras de Shakespeare… ni hay apenas límites en la representación de la violencia o de la sexualidad, como sabe cualquiera que tenga televisión. Vivimos en una edad de oro de la libertad de expresión, y estas conquistas son siempre frágiles. Si alguien de verdad quiere luchar por apuntalarlas, haría bien en enfrentarse a la Ley Mordaza y a las Injurias a la Corona, dos vergüenzas vivas de nuestro sistema legislativo.
¿Dónde está el límite entre la «cancelación», la censura o la simple crítica?
La censura solo la puede aplicar un Estado. Si la empresa privada no te quiere en un sitio, te puedes ir a otro. La empresa privada está continuamente seleccionando: hay criterios de venta, de simpatía, de idoneidad… Los medios de derechas no suelen querer ofender a sus lectores hablando de las bondades del socialismo, por decir algo, y nadie lo considera censura, ni tampoco a la inversa. En este sentido, una editorial puede no querer herir ni ofender a sus lectores homosexuales o gitanos. Uno puede estar en desacuerdo en que una editorial rechace publicar las memorias de Woody Allen, pero censurado no está si a la semana siguiente las publica en otro sitio. Lo que se está dando es una ampliación del campo de batalla, de los criterios de selección. Curiosamente, la ampliación solo molesta cuando son las minorías o los colectivos débiles los que se revelan influyentes y poderosos. Los humoristas que jamás se han metido con el poder, ahora, por ejemplo, tampoco van a poder reírse impunemente de los gangosos o los transexuales. Los humoristas (así como los presentadores de televisión, los directores de cine o los columnistas) están sujetos ahora a una crítica abierta y constante; es decir, su trabajo tiene un retorno social. Adiós a la torre de marfil, estas son las nuevas reglas del juego. En estos casos hablaría de crítica, una que puede ser muy dura y severa, sí, pero no más que la que ejercían la Iglesia, el Comics Code o Samuel Johnson. Reservaría el término «cancelación» para casos de acoso sistemático. Una especie de bullying de la opinión.
«Lo que se está dando es una ampliación del campo de batalla, de los criterios de selección»
¿Por qué «responderse» con una parte del libro escrito con la voz de su personaje, Clara Montsalvatges?
Fue casi en defensa propia. Yo no soy un especialista ni un estudioso del tema. Estoy acostumbrado a que las ideas dependan de quién las dice, de su estado de ánimo y de qué pretende hacer con ellas: seducir, fastidiar, imponerse… A un pensamiento situado en las circunstancias del relato. Según avanzaba con el libro me incomodaba más la autoridad de la voz ensayística, como si estuviese expresando mi opinión para siempre, como si no tuviese dudas ni intereses. Al final, escuchaba risas de fondo. Así que convencí a Clara, un personaje de mis novelas, para que me diese la réplica, con la idea de que entrase en el libro el aire de una conversación. Una especie de invitación a que los lectores sigan pensando por su cuenta con las herramientas teóricas que el cuaderno pone sobre la mesa.
Antes mencionaba la «cancelación positiva». ¿La estamos viendo actualmente?
La «cancelación positiva» es la tendencia a juzgar las obras por sus intenciones y no por sus logros, y esto ha pasado siempre, pero es cierto que la vigilancia se ha vuelto más sensible en torno a criterios que le parecen buenos a grandes comunidades de personas. A mí me parece bien que la representación sea más diversa en las películas de Marvel o que la literatura se abra a experiencias «distintas», pero me parece muy pobre que baste con señalar lo bueno de las intenciones para agotar la crítica. La tendencia ejerce su presión en el escritor o en el estudio, a veces de manera hipócrita y otras de manera «sincera». La «cancelación positiva» sería el impulso a satisfacer por encima de todo las demandas más evidentes de las «comunidades emancipadas», pasando por encima de las tensiones y de las contradicciones, del juego de la complejidad, que a mi juicio debería ser el espacio de la ficción.
¿Y la «cancelación interior»? ¿Existe?
Sí, claro que existe, es un fenómeno hermanado con la «cancelación positiva». El miedo a la crítica te lleva a callar, aunque no lo considero un drama: el problema de cualquier artista es articular lo que quiere decir y atreverse a decirlo de la manera más aproximada a cómo quiere decirlo. Un artista que dice «no he podido escribir mi obra porque me presionaba el qué dirán» es como un futbolista que no quiere jugar por si pierde. Lamento su drama interior, pero se les descarta y ya está. Si miles de nuestros antepasados consiguieron expresarse arriesgando sus vidas, su salud y su economía contra la censura del Estado, los señores feudales o los caprichos de los mecenas, ¿por qué no íbamos a sobreponernos nosotros a un poco de crítica excesiva? Puedo manejarme con las hordas de tuiteros, no siento ninguna nostalgia del exilio ni de la guillotina.
¿Es definirse como «cancelado» una estrategia de ventas? Es más, ¿está borrando el victimismo los casos graves de verdad?
No sé si de ventas, quizás de visibilidad, y puede que ni de eso. Quizás se trate solo de sentirse más puro o elevado, no sé. Es un poco raro. Recuerdo un escritor español que iba dando pena por el mundo, diciendo que él era mejor que Javier Marías porque sus padres tenían menos libros en casa. En fin, carne de chiste. Este victimismo grotesco pasa a ser ofensivo cuando se declaran cancelados columnistas, presentadores o directores que no paran de rodar, de salir por televisión o de publicar en los periódicos. La condición de víctima es perversa en tanto que beneficia al que se lo hace tanto como perjudica a quien de verdad lo es. Hay que ser rigurosos con esta clase de gente, aunque son movimientos tan burdos que dudo que su efecto vaya más allá de lo doméstico.
«La condición de víctima es perversa en tanto que beneficia al que se lo hace tanto como perjudica a quien de verdad lo es»
¿Se ha sentido alguna vez cancelado, en algún aspecto de su actividad como autor?
No. Han criticado mis libros. A veces mucho. Esa experiencia sí la tengo. Divorcio en el aire, mi libro más «famoso», puede leerse como un monólogo en primera persona de un incel con una personalidad atractiva, y ha sido criticado como un libro misógino, racista, homófobo y creo que también nazi. Algunos lectores han pedido, sobre todo en Estados Unidos, que nadie lo lea ni se acerque, pero el reto literario era dejar solo al lector con esa mente, sin agarraderos ni complicidades con el autor, nada de sentirse superior moralmente como punto de partida. Pero incluso las palabras más duras me las tomo como crítica legítima. Es una novela que también ha recibido grandes elogios. Es parte del juego. Mi última novela, El corazón de la fiesta, también recibió bastante oposición por parte de un sector de lectores. Aquí fueron más insistentes y a veces se llegó a lo personal, pero derivaba del libro, que es bastante ácido y agresivo con un nacionalismo que es una especie de vocación religiosa para muchos catalanes. De nuevo, es parte del juego. Lo terrible hubiese sido el silencio. Eso sí sería un fracaso.
¿Es posible, entonces, decir que la cancelación no existe?
Excepto en casos muy puntuales, la cancelación no existe, y desde luego no veo por ningún lado una «cultura de la cancelación». He publicado un libro –por encargo– para sostenerlo en una editorial mainstream, con una tirada generosa y una distribución puntual. Estoy dando entrevistas por encima de mis posibilidades. No, paradójicamente, no parece que te vayan a cancelar por ponerle reparos a la «cancelación».
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