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El espacio de la razón entre libres e iguales

La respuesta a los desafíos de nuestro panorama político solo puede encontrarse a través de la conversación pausada, informal pero informada. Esta semana, la Universidad Autónoma de Madrid y el Círculo de Bellas Artes, con la colaboración de la Fundación Banco Sabadell y Ethosfera, han sentado en el ciclo de encuentros ‘Ética, política y virtud pública’ a Aurora Nacarino-Brabo, exdiputada en el Congreso en la XIII Legislatura, y Fernando Vallespín, catedrático de ciencia política en la Universidad Autónoma de Madrid.

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14
diciembre
2022

Estas semanas, la UAM y el Círculo de Bellas Artes, con la colaboración de la Fundación Banco Sabadell y de Ethosfera, organizan el ciclo de encuentros Ética, política y virtud pública, debates que buscan dar respuesta a algunos de los desafíos estratégicos de nuestro panorama político a través de la conversación pausada, informal pero informada. A un lado siempre habrá un académico. Enfrente, casi siempre, encontraremos a alguna personalidad que haya tenido contacto con el ejercicio político.

Fernando Vallespín es catedrático de ciencia política en la Universidad Autónoma de Madrid, y columnista en El País. Aurora Nacarino-Brabo fue diputada en el Congreso en la XIII Legislatura, es asesora parlamentaria y analista política. Ambos participan activamente en el debate público, y, desde sus respectivas instituciones, reivindican una institucionalidad que pueda servir de contrapeso al abuso de poder político.  

En la conversación entre ambos se abordó el decadentismo como una de las cuestiones de las que se habla con frecuencia estos días. Para Vallespín estamos claramente peor que hace 15 años cuando se trata de virtudes públicas y democracia: el mayor problema que tienen las democracias es la polarización y un trasfondo de desconcierto civilizatorio. Para Nacarino-Brabo hay un pesimismo generacional, donde las nuevas generaciones carecen de confianza en el futuro y en la propia idea de progreso.

Vallespín: «Los ‘boomers’ fueron la última generación que supo crear una forma de vida distinta»

En el contexto nacional, ambos consideran que España está perdiendo la capacidad de llegar a grandes acuerdos para el país debido a la polarización. Para la expolítica, «España es un país detenido» incapaz de abordar las reformas que debía haber abordado. Para el profesor, la idea de futuro es esencial para gobernar un presente. Sin esa idea es muy complicado abordar ese gobierno, lo que nos lleva a un «síndrome de la sociedad estancada».

En este contexto, la cultura y el mundo intelectual dejan de producir ideas, y en el escenario artístico no hay gente rompedora porque hay una industria cultural basada en la filosofía del capitalismo tecnológico que lo condiciona todo. Vallespín concluye que «los boomers fueron la última generación que supo crear una forma de vida distinta».

Nacarino-Brabo considera que los millennials viven de las rentas del marco de convivencia del 78. La gran cuestión es a dónde vamos si se erosiona ese marco. Aunque la expolítica no quiere caer en el «discurso complaciente de que el pasado fue siempre mejor que el presente», sí es cierto que hoy no hay hombres de Estado. Sin embargo, parece que la corrupción está mucho más vigilada. Existe una crisis de «auctoritas» en la política, que ella remonta a los métodos de selección de los candidatos, y a la llamada democratización de los partidos, donde se ha tratado de extrapolar el funcionamiento de la representación, cuando en el fondo lo que se da un plebiscito.

Vallespín pone sobre la mesa la idea de que el sistema de gobierno democrático requiere de un compromiso cívico permanente. No basta con que las instituciones estén allí, sino que hay que alimentarlas. En España, muchas de las expectativas que generó la Transición fueron agotándose hasta el 15M, que volvió de nuevo a generar una explosión de expectativas que no se han podido cumplir. Del bipartidismo hemos llegado a un bloquismo, según el profesor. O te abstienes o te incorporas a una tribu ideologizada, donde además los dos grandes partidos están necesitados de los votos de los partidos más radicales. Estamos, en definitiva, en una crisis de representación.

En esa crisis, Nacarino-Brabo considera que a pesar de que los votantes tienen un menú político más amplio, la política no ha mejorado, se ha polarizado y el centro se ha vaciado. Hay una crisis de la democracia liberal. Algo con lo que Vallespín está de acuerdo. Una crisis de tolerancia, una virtud sin la cual la convivencia democrática no puede existir: la tolerancia supone ejercer la opción ética de aceptar a los que discrepan de ti y se ha roto por las nuevas tecnologías de la comunicación.

Nacarino-Brabo considera que a pesar de que los votantes tienen un menú político más amplio, la política no ha mejorado, se ha polarizado y el centro se ha vaciado

Para Vallespín, la erosión de la democracia liberal comienza con el hiper individualismo y la satisfacción de intereses. Un tipo de cultura política de indiferencia de lo que piensa el otro. Pero de ahí hemos pasado a una sociedad tribal. Ambas atentan contra el pluralismo liberal. En una sociedad polarizada, el ciudadano no atiende a los diálogos, sino que se engancha a una de las opciones, algo que ocurre de manera espectacular en Estados Unidos, y vamos camino de ello en España.

En este sentido, Nacarino-Brabo defiende la filosofía política del liberalismo como una filosofía tremendamente moral, en contraposición a los que lo critican por carecer de propuesta moral. La virtud moral del liberalismo es el pluralismo, concluye la expolítica. Para Vallespín el fundamento moral del liberalismo es la idea preliminar de que todos somos libres e iguales, y uno es tolerante con el otro porque se da cuenta de que la idea propia no es la más racional o la mejor, algo que va en contra de las dinámicas de la batalla cultural. No existe una concepción de nada, sino que todas tienen una legitimidad. Ser liberal significa aceptar el principio que permite que todas las opciones sean válidas.

Sobre la batalla cultural, Nacarino-Brabo considera que uno debe de defender sus ideas en democracia, pero sin excluir a los demás, sin intentar acabar con el pluralismo, sin cancelar. Vallespín considera que la moralización de la política impide acceder a ningún tipo de negociación posible. Este es uno de los temas más preocupantes de lo que está ocurriendo en nuestra conversación pública. «Parece que el mundo lo explican mejor los psicólogos», dice la expolítica. Algo tremendamente peligroso según el profesor, porque nos adentramos en lo que es la opinión narcisista, que quiere imponerse sobre las demás.

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