Cambio Climático
¿Podrá el ser humano controlar el clima?
China, Estados Unidos, Emiratos Árabes… Cada vez más países se embarcan en la aventura de gestionar los eventos meteorológicos para hacer frente al cambio climático. Es lo que el ser humano lleva deseando desde tiempos inmemoriales, pero las cuestiones geopolíticas y la complejidad del sistema meteorológico plantean múltiples riesgos difíciles de resolver en la actualidad.
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«Todas las tempestades y los vientos se desencadenaron;/ en un instante, el diluvio invadió los templos./ Después de que el diluvio hubo arrasado la tierra durante siete días y siete noches,/ y la enorme barca hubo sido bamboleada sobre las vastas aguas por las tempestades/ Utu salió, iluminando el cielo y la tierra». Allá donde la memoria alcanza, el ser humano siempre ha intentado controlar el clima. Mediante sacrificios, ofrendas, ritos y oraciones. A través del ingenio humano. Con el esplendor de la ciencia, mediante estudio y lógica.
Como se narra en la tablilla hallada en la ciudad sumeria de Nippur, seguimos temiendo la ferocidad de un clima cambiante. Sin embargo, y ante un cambio climático con consecuencias cada vez más serias, el objetivo de controlarlo continúa siendo, por el momento, inalcanzable a pesar de que, en una época dominada por el big data y los satélites, los esfuerzos por domesticar los vaivenes atmosféricos se hayan multiplicado. Cada vez son más los países que se lanzan a la conquista del dominio climático.
«Para 2035, la modificación del clima deberá llegar a un nivel avanzado del globo». Ese es el rotundo mensaje que lanzaron al mundo las autoridades chinas a principios de 2021, en un momento en el que la nación presentaba un ambicioso plan para intervenir en el clima de su región facilitando que áreas que adolecen de una creciente escasez de precipitaciones vuelvan a disfrutar de su frecuencia y abundancia. Para 2025, esperan haber completado el proyecto en al menos un 56%.
La técnica más común para provocar lluvia artificial es recurrir al yoduro de plata como un desnaturalizador para romper las nubes
No es el único Estado que recurre a la siembra de nubes para suministrarse de una pluviosidad extraordinaria. Emiratos Árabes Unidos ya ha iniciado un proyecto que recurre a aviones, descargas eléctricas y drones para conseguir que el agua llegue a tierra. Literalmente, porque en un territorio desértico, con temperaturas de hasta 40ºC, las nubes no están ausentes, pero prefieren escurrir el bulto y descargar su preciada mercancía en áreas más amigables.
No obstante, la dificultad técnica en este caso es doble, a diferencia de los programas de países donde abunda un clima más templado: en Emiratos Árabes, la lluvia provocada se evapora antes de rozar el suelo. Así que, además de aglutinar las diminutas gotas acuosas, deben conseguir que precipiten antes de evaporarse.
Al igual que nación arábiga, otros tantos países llevan décadas dedicando esfuerzos en la investigación climática (y no siempre con fines bondadosos). De hecho, la técnica más común para provocar lluvia artificial es recurrir al yoduro de plata o dióxido de carbono en estado sólido (hielo seco) como un desnaturalizador que afecte a los cristales de hielo y permita su crecimiento en tamaño, rompiendo las nubes o produciendo condensación a voluntad si la humedad en el ambiente lo permite. La gravedad hace el resto una vez que la masa del cristal es demasiado pesada para sustentarse en la dinámica de flujos de aire ascendente que modelan las nubes.
Luces y sombras de una obsesión
Históricamente, los esfuerzos con base científica por controlar la lluvia han respondido a una doble conjunción. En los años treinta, climatólogos nórdicos presentaron el primer modelo verosímil de cómo funcionan por dentro las formaciones nubosas mixtas al mismo tiempo que, en Estados Unidos, seis años de sequía arruinaron cosechas, azotando a un país tocado por el crack del 29.
No fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial cuando se encontró que el hielo seco, el yoduro de plata o el propano líquido podían servir para favorecer las precipitaciones. En Australia se dedicaron ingentes esfuerzos en investigación adscrito al Plan Snowy Mountains, mientras que Canadá realizó experimentos para disolver huracanes y tormentas tropicales y Estados Unidos empleó la siembra de nubes durante la Guerra de Vietnam (Proyecto Popeye) para provocar inundaciones que impidiesen la organización y avance de su enemigo, tal y como se pudo conocer a partir de 1972.
San Martín: «Hay que actuar bajo el principio de prudencia, es decir, si no están claras todas las implicaciones ambientales es mejor no arriesgarse: el resultado puede ser irreversible»
De la misma forma, otros países europeos, como Rusia, también realizaron investigaciones y experimentos con la atmósfera. Frente al proyecto HAARP norteamericano se puso en marcha el SURA, ambos estudiando cómo influir en algo más que la precipitación: en los vientos, en las borrascas, en la humedad ambiental y en la infinidad de interacciones físicas que configuran la climatología como la conocemos.
Pero controlar el clima, en realidad, se trata de una seria responsabilidad. Dependiendo del objetivo y del método empleado, las consecuencias pueden ser un obsequio o una maldición. Ante el cambio climático, tanto Gobiernos como instituciones internacionales se muestran favorables a seguir investigando sobre cómo modificar el clima y emplear las técnicas que ya se conocen: la siembra de nubes podría paliar una sequía cada vez más asentada, favorecer la agricultura y evitar futuros racionamientos de la preciada agua dulce mientras que, en otras áreas de la tierra, como el Pacífico o el Caribe, podría emplearse para disolver ciclones y huracanes destructivos. También se han presentado planes para aumentar la reflexión lumínica y así enfriar la atmósfera, en caso de que fuese necesario.
Por el contrario, no faltan los detractores que ven en esta geoingeniería una posible manipulación interesada de los ciclos naturales con fines bélicos o de codicia. No obstante, Julio Juan Fernández Sánchez, profesor del Departamento de Física Fundamental de la UNED, asegura que, pese a los esfuerzos, «todavía estamos muy lejos de saber controlar este tipo de técnicas completamente» por varios motivos, siendo el más importante la naturaleza de la atmósfera terrestre: «Es un sistema complejo en el que existen relaciones que hacen dependientes unos factores de otros».
Fernández se muestra tajante ante la posibilidad de que el homo sapiens pueda afectar al clima de una región determinada. «Sin duda puede», asegura. «Pero lo importante no es eso, sino plantearnos si tenemos el control sobre los cambios que provocamos. La respuesta a esta pregunta es no, no lo tenemos».
Fernández: ««Puede que con la siembra de nubes consigamos que llueva, pero ¿y si el caudal de la lluvia que provocamos es excesivo?»
A la advertencia se suman también Enrique San Martín, profesor de la Facultad de Económicas y Empresariales de la misma universidad: «Con los temas medioambientales hay que actuar bajo el principio de prudencia, es decir, si no están claras todas las implicaciones ambientales es mejor no arriesgarse, ya que las consecuencias pueden ser muy graves e, incluso, irreversibles».
«En mi opinión, cualquier alteración significativa del clima de una región hecha de forma correcta puede alterarlo de forma puntual; es decir, cambiaríamos lo que en los telediarios se llama el tiempo», afirma Fernández. Y añade: «Un ejemplo es la siembra de nubes: hacemos lo que podemos para provocar lluvias en un determinado momento, pero eso no quiere decir que podamos hacer que esa zona de la geografía se vuelva lluviosa. Lo que puede suceder es que la alteración conlleve un cambio más permanente».
Sin embargo, esto es peligroso. «En la mayor parte de los casos no sabremos cuál es ese cambio hasta que ya se haya producido. Puede que induzcamos incluso un cambio a más largo plazo que el que hemos querido provocar a corto plazo», defiende.
¿Mejor dejar el clima como está?
Desde una perspectiva más conservadora, multitud de especialistas destacan lo contaminantes que pueden ser algunos compuestos empleados en las técnicas actuales, como el yoduro de plata cuando precipita al suelo. Sus efectos sobre los acuíferos y su toxicidad en plantas y animales, incluyendo el ser humano, podrían aumentar la contaminación del aire, la tierra y el agua, con el daño ecológico que supone.
San Martín ve claro que los efectos que la alteración de la meteorología podría inducir sobre los vecinos son, además de incontrolables, presumiblemente nocivos. «Si la precipitación se produce por concentración, ¿podríamos estar quitando humedad al entorno cercano? Si fuese así, se generaría un nuevo desequilibrio y se agudizarían las brechas económicas y sociales ya existentes, puesto que la aplicación de nuevas tecnologías suelen estar condicionadas por la renta», explica. «Creo que sería mejor aprovechar los problemas de escasez de agua, por ejemplo, para repensar el modelo más que invertir para mantenerlo a toda costa».
Desde una perspectiva más conservadora, multitud de especialistas destacan lo contaminantes que pueden ser algunos compuestos empleados en las técnicas actuales, como el yoduro de plata cuando precipita al suelo
De la misma manera, Fernández confirma que «responder a si el cambio sería bueno para la población a largo plazo sería muy complejo». «Es imposible que sepamos cuáles serán las consecuencias exactas. Además, las consecuencias políticas de una intervención de este tipo son también impredecibles, siendo más tendentes a establecer tensiones políticas que a aliviarlas», añade. Sobre el riesgo de efectos indeseados, el físico es tajante: aparecerán. «Cualquier intervención en la atmósfera tendrá consecuencias. Por tanto, la pregunta correcta es: ¿qué importancia tendrá dicha influencia?», plantea. La respuesta, de nuevo, es incierta: «Puede que con la siembra de nubes consigamos que llueva, pero ¿y si el caudal de la lluvia que provocamos es excesivo? A lo mejor la consecuencia de nuestra intervención no es la esperada y ni siguiera es buena».
Diluvios, plagas, sequías, vientos huracanados y periodos heladores. ¿Estamos ante el inicio de una nueva época para la humanidad o ante el retorno al relato de los mitos de arcilla, lodo y catástrofes? El tiempo, nunca mejor escrito, lo dirá.
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