Cultura

«Necesitamos subrayar todo aquello que no encaja en la camiseta de ‘hooligan’»

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11
noviembre
2022

Paco Cerdà (Valencia, 1985) es uno de esos reporteros a los que les quema el periódico en las manos. Tras una década midiéndose día a día con el oficio en Levante-EMV y desde la publicación en 2017 de ‘Los últimos. Voces de la Laponia española’ –la crónica de la España despoblada que lo presentó ante el público– se ha centrado en formatos narrativos más extensos, aunque manteniéndose en la no ficción, un género al que también se dedica como editor: en 2018 fundó La Caja Books, sello dedicado a este tipo de literatura. Además de haber continuado firmando libros en valenciano sobre temáticas regionales, en 2020 publicó ‘El peón’, una obra en la que, a partir de la historia del niño prodigio del ajedrez Arturo Pomar, recupera la de otros peones igualmente sacrificados por el franquismo; y, el mes pasado, ’14 de abril‘ (Libros del Asteroide), donde compone un fresco del advenimiento de la II República a partir de las historias de un puñado de personas anónimas que vivieron ese día. Es una crónica de largo aliento que tiene la peculiaridad de extraer el foco de Madrid y narrar la llegada del nuevo régimen en un puñado de ciudades del país.


A quien desconozca tu trayectoria en la no ficción puede sorprenderle que al final de 14 de abril consigas las fuentes que te permiten justificar hasta el gesto más aparentemente irrelevante de quienes discurren por él. Hasta entonces, uno puede leerlo como si fuera una ficción. ¿Había algún motivo para que no lo fuera?

Que pueda leerse como una novela me lo tomo como un elogio. Creo que es por la propia textura de la no ficción, que [por su gran desarrollo] permite ya una gran narratividad. En realidad, nunca me planteé escribir una novela. El motivo es la pasión que siento por el periodismo narrativo, no solo por autores próximos como Chaves Nogales, Ramón J. Sender o Josep Pla; también por la escuela americana, la latinoamericana y una parte de la europea, en la que destaco a Carrère. Los admiro porque siempre me ha parecido algo mágico convertir la realidad en materia narrativa mediante el cruce del rigor y la investigación que exige el periodismo con la capacidad de emoción y de reflexión propia de la literatura. Hubo una época en la que el periodismo era considerado un género menor, pero esa visión hace tiempo que ha caducado.

En uno de los epígrafes citas a Perec para subrayar la necesidad de dar cuenta de lo cotidiano, de lo reiterativo, de lo que él denomina ruido de fondo. ¿Es eso lo que de alguna manera has perseguido con las emociones del 14 de abril, sacarlas a la superficie? 

A mí me apasiona la historia como disciplina, pero sobre todo la microhistoria, la que practican, por poner dos ejemplos, Edward Palmer Thompson y Carlo Ginzburg. Y más específicamente, las voces en los márgenes, a las que ya atendí en mi viaje por la España despoblada que dio lugar a Los últimos y en El peón. Por tanto, no es que 14 de abril exigiera este abordaje, sino que lo hacía mi propia manera de mirar el mundo. Aunque es cierto que, en las lecturas que se han hecho del 14 de abril, ha habido una sobredosis de himnos y banderas y escasez de rostros y de vidas. He tratado de compensar eso.

«Me interesaba ver cómo es desde dentro ese sacrificio a una causa colectiva, sobre todo cuando uno no cuenta con las consecuencias más fatales»

El relato lo construyen personas que viven en diferentes ciudades españolas. ¿El abordaje narrativo de la República, la Guerra Civil y la dictadura ha prevalecido lo que ocurrió en Madrid.? Ni siquiera es muy conocido que el primer lugar donde se proclamó la República fue Eibar.

El 14 de abril es [el resultado de] un proceso revolucionario liderado por masas urbanas de todo el país que, de manera coral, hicieron convulsionar las principales ciudades españolas. No se entiende sin esta coralidad geográfica que empezó con una bandera en Eibar, continuó a mediodía con una República Catalana proclamada como spin-off de la República que se estaba proclamando en España y siguió con el gran teatro político que estaba ocurriendo en Madrid con la huida del rey [a Cartagena para, desde allí, coger un barco a Marsella] y el reparto de poderes desde el Ministerio de Gobernación. La llegada de la República no fue madrileña, fue de las capas urbanas de todo el país. Una mirada centralista nos hace perder muchos matices, porque la llegada del nuevo régimen fue diferente según la zona del país. Pasa algo parecido con los matices ideológicos: olvidamos que, ya desde el comienzo, la República respondía a intereses muy diversos.

Sin embargo, quien acapara cierto protagonismo en el relato es Emilio Arauzo, un encuadernador en paro de 52 años que es disparado fatalmente en Madrid en plena celebración del nuevo régimen. ¿A qué responde el papel prevalente que le reservas?

Creo que es una decisión irracional. Tal vez se debe a que vi la foto de Emilio muriendo en una clínica. No es lo mismo mirar el rostro de alguien que no mirarlo. Esa mirada moribunda, de alguna manera, me interpeló. Dice [la poeta polaca] Wisława Szymborska que mil y uno siguen siendo mil y uno, y ese uno has de buscarlo. Y, en este caso, era Emilio. Por eso investigué su historia, era mi deber.

En el relato hay varios muertos más. No deja de resultar paradójico retratar un día de entusiasmo generalizado a partir de tanta sangre. Habrá quien, al leer este libro, pensará: «Con todo lo malo que iba a venir después, esto nos lo podría haber ahorrado».

Quería poner esa contradicción de relieve. «Viva la República», y tú muriéndote. Me interesaba ver cómo es desde dentro ese sacrificio a una causa colectiva, sobre todo cuando uno no cuenta con las consecuencias más fatales. Me despierta mucho interés emocional ver cómo, para que todo avance, hay quien tiene que pagar las consecuencias por el bien de todos los demás.

« Fueron muchos los que silenciaron un trauma colectivo durante tanto tiempo»

El narrador del libro recurre en ocasiones a una segunda persona que lo aproxima, a él y al lector, a las personas a las que se dirige. ¿Hay una razón ética detrás de esta elección?

Esa segunda persona, circunscrita a un muerto, salió sola. Sin pensar, sin meditar. Seguramente es un reflejo de la humanidad que los personajes despertaron en mí. Creo que, a su vez, me permitían separar aquellos momentos íntimos suyos que quería resaltar del resto de la historia. Por eso combiné la segunda y la tercera persona.

A propósito de lo anterior y ya que editas no ficción, ¿defiendes que el narrador tenga en la no ficción una mayor libertad que en una crónica o reportaje al uso?

Creo que el cronista debe perder el miedo a todo tipo de riesgos narrativos. El único miedo debe ser la invención, la fabulación. La no ficción también admite gotas de reflexión externa. Rigor no quiere decir rigor mortis. Me gusta decir medio en broma que a aspiro a hacer no fricción, un género que me he inventado y que sería aquel que permite desplegar una historia real sin obstáculos para el lector: sin notas a pie de página, sin decir constantemente de dónde viene cada cosa que se dice. Eso puede reservarse para el final y así potenciar la lectura del texto como novela.

De los tres libros que has publicado en castellano, este es el segundo que se ubica en el período 1931-1975. Es algo común entre narradores españoles centrarse en este período. ¿A qué crees que se debe?

Seguramente a que es un período histórico cercano a nosotros y a que se beneficia de que la Transición no ha sabido despertar el sex appeal que tiene el blanco y negro de la República. Creo que la nostalgia de los ochenta que existe en la música no ha llegado a la narrativa. En mi caso, el interés quizá se deba a que a menudo trabajo desde lo micro para, a partir de ahí, componer un panorama con todas las ramificaciones, y me he encontrado con que este es un período fértil para hacer esto.

«La palabra crea realidad y eso no lo saben solo los psicólogos y los confesores: en la política tiene también esta dimensión performativa»

¿A qué narradores que hayan escrito sobre este período te sientes próximo sentimentalmente?

En la no ficción, posiblemente a Chaves Nogales. Y en la ficción, seguramente a Cercas, primero porque abrió un camino nuevo a la ficción española, un camino más europeo, tanto en Soldados de Salamina como en Anatomía de un instante; y segundo porque complejizó la materia.

Lo pregunto porque, entre tanto material sobre la República, la Guerra Civil y la dictadura, ¿con qué criterio seleccionas aquello que te interesa?

Lo único que no vale es la mentira y la exageración. Y en ficción, no me gusta lo malo, lo aburrido, lo anodino. Por otra parte, el boom es, en cierto modo, lógico. Fueron tantos los que silenciaron un trauma colectivo durante tanto tiempo que, aunque haya llegado tarde y sea profuso, hemos de celebrar el fenómeno.

Hay un momento en el texto en el que planteas el punto que para algunos especialistas es el fundamental a la hora de evaluar históricamente la II República: la determinación del nuevo régimen de combatir a sus enemigos monárquicos y anarquistas por todos los medios, incluso sin intervención judicial. ¿Era necesaria esa determinación o se trataba de puro despotismo?

Para mí era muy importante subrayar todo aquello que en ocasiones no encaja en la camiseta de hooligan. Debemos tener la mirada limpia. El posicionamiento seguramente sea producto de las circunstancias determinadas en las que nacía la República, pero debemos prestarle la atención que se merece. La República dice públicamente que se defenderá de sus enemigos a toda costa y si para ello tiene que coartar las libertades, las coartará. Este era el planteamiento. De algún modo, todos los sistemas tienden a esto, pero creo que no debe olvidarse este brote de celo autoprotector del nuevo régimen, sin perjuicio de que rompiera con otro absolutamente caciquil y tolerante con los abusos a las clases bajas.

El libro también recoge una cita de Breton sobre las palabras que, dichas en un determinado momento, todo lo salvan o todo lo echan a perder. El narrador recuerda esto a propósito de la proclamación de Macià de la República catalana. ¿Dijeron los líderes republicanos demasiadas palabras de más?

El análisis de la palabra en este período es fundamental, porque la palabra es siempre performativa, crea las acciones que enuncia. Pienso en la nostalgia, por ejemplo. Hasta que no se creó la palabra, referida al mal que experimentaban unos soldados por combatir lejos de sus casas, ese sentimiento no existió. La palabra crea realidad y eso no lo saben solo los psicólogos y los confesores. En la política la palabra tiene también esta dimensión performativa. Y personalmente tengo la intuición de que, ya desde la alocución del 14 de abril de Alcalá Zamora [el primer jefe de Estado del nuevo régimen], las palabras explican en parte el fracaso de la II República. Generaron tanto entusiasmo, expectativa y esperanza que era imposible no defraudar al sentimiento colectivo.

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