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¿Somos más inclusivos que hace 40 años?

La integración laboral de las personas con discapacidad ha evolucionado desde que en 1982 el Congreso aprobó la LISMI, pero todavía quedan muros que derribar. Para lograrlo, es necesario preguntar a las personas que los sortean a diario. Elena, Enrique, Marina y Jorge responden.

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Yvonne Redin
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Fue en el año 1982 cuando en España se aprobaba la Ley de Integración Social de los Minusválidos, más conocida como LISMI, un simbólico paso que prometía garantizar la total integración sociolaboral de cualquier ciudadano con discapacidad. Han pasado cuarenta años desde este hito y, si bien hemos sido testigos de grandes cambios, lo cierto es que existe una gran distancia entre los avances legislativos y la realidad.

«El mercado laboral actual es muy competitivo, y creo que las personas con discapacidad tenemos que demostrar el triple», reflexiona Elena Diosdado, de 36 años, que debido a la artritis reumatoide sufre una discapacidad por movilidad. «Me da mucha rabia, porque hay muchas empresas ordinarias de diferentes sectores que alardean de que incluyen a personas con discapacidad, pero esa no es la realidad», añade. Actualmente, Elena trabaja en una empresa de ingeniería aeronáutica, pero para llegar a ese puesto ha sido necesaria «una formación continua». ¿La razón? Los prejuicios: «La gente cree que las personas con discapacidad no vamos a ser capaces de hacer muchas cosas o que no tenemos ciertas aptitudes».

«El mercado laboral actual es muy competitivo, y creo que las personas con discapacidad tenemos que demostrar el triple», reflexiona Elena Diosdado

Estos prejuicios se mantienen incluso cuando durante toda una vida te has dedicado a derribarlos. Enrique Rovira-Beleta tiene 64 años y es arquitecto, profesor universitario en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Internacional de Cataluña, responsable de la supresión de barreras de los Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992 y autor de numerosos libros, publicaciones y normativas. Sin embargo, a muchas personas les cuesta ver más allá de su silla de ruedas. «Antes te preguntaban si era contagioso y te llamaban inválido o lisiado. La mentalidad ha cambiado, pero todavía te pueden decir estas barbaridades. Ayer, por ejemplo, me arreglaron el ascensor y me preguntaron si era el minusválido del séptimo. No, soy el arquitecto del séptimo», declara este referente mundial en accesibilidad. «Estamos en el siglo XXI, en el mundo de los derechos, pero a nosotros se nos patean cada día. Hay un incumplimiento de la normativa generalizado y, en algunos casos, sigue siendo todo como hace años. No hay control de calidad ni rigor a la hora de aplicar la accesibilidad», reflexiona.

«Como adaptar el entorno de trabajo tiene un coste, no es tan fácil encontrar un empleo si vas en silla de ruedas», indica Rovira-Beleta. A este coste se suma la falta de asesoramiento y la escasez de diversidad. «Es necesario dar formación en los colegios para que los niños vivan con compañeros con discapacidad, y cambiar la mentalidad de la población. Lo mismo debe suceder en el contexto de la universidad. En todas las universidades debería haber asignaturas de accesibilidad y representación para poder ver a la persona que va en silla de ruedas como un profesional», puntualiza con conocimiento de causa, pues imparte la asignatura de Accesibilidad en la única Escuela de Arquitectura española en la que es obligatoria. Con su esfuerzo, busca algo sencillo: la normalidad, «quiero que todo lo que se haga sea accesible. Si pasa la silla de ruedas, pasamos todos».

La accesibilidad es precisamente uno de los mayores obstáculos para Marina Mirchandani, médico de 25 años con discapacidad por ataxia de Friedreich, una enfermedad que daña el sistema nervioso. En la actualidad, trabaja en un centro de salud a la par que realiza un doctorado en biomedicina en una de las facultades más antiguas de Málaga, viéndose obligada a lidiar con barreras que no deberían existir: «Para entrar hay escaleras y una rampa con mucha pendiente. Sola no puedo subir. Para acceder al aula de primero, donde doy clase, tengo que subir o bajar escaleras porque el ascensor está siempre apagado. Después, en la clase, hay escalones para subir a la parte donde imparte la clase el profesor». Marina solicitó en marzo algunas adaptaciones a los especialistas en salud laboral, pero no ha obtenido ninguna respuesta.

Más allá de las dificultades de accesibilidad, también se enfrenta a grandes retos en su ejercicio profesional, como tener que renunciar a las especialidades de medicina que le apasionaban porque son incompatibles con las competencias a adquirir como Médico Interno Residente. «Hay un derecho que estipula que todos los puestos están adaptados, pero depende mucho de la persona con la que te toque trabajar y de su empatía», enfatiza. Esto se suma a los prejuicios sociales: «A veces todos se quedan mirando cuando paso por un pasillo, y eso me pone nerviosa, lo que repercute en mi ataxia porque ando más torpe». Además, «muchas personas no están acostumbradas a ver a un médico con discapacidad y se quedan mirando asombrados o te preguntan qué te ha pasado, añadiendo siempre un pobrecilla».

Marina Mirchandani: «Hay un derecho que estipula que todos los puestos están adaptados, pero depende mucho de la persona con la que te toque trabajar y de su empatía»

Si bien en la última década ha aumentado la contratación de personas con discapacidad en un 109% según los datos del Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE), hay ciertos muros que no se han logrado derribar: gran parte de la población sigue aferrada al estigma de que las personas con discapacidad son frágiles o extremadamente dependientes. Con el tiempo, tanto ellas como su entorno familiar y social asumen el prejuicio como cierto. No es casualidad que el porcentaje de analfabetismo sea cinco veces mayor en personas con discapacidad o que muchas de ellas no decidan cursar estudios secundarios y superiores. Cuando se repite una y otra vez desde diferentes sectores que no vas a poder ser independiente, acceder a una educación superior o conseguir un trabajo digno porque no tienes las capacidades necesarias, uno puede acabar creyéndoselo.

El resultado de estos prejuicios y de la falta de accesibilidad es una indefensión generalizada en la población con discapacidad, lo que se traduce en las cifras de desempleo. Según los datos de 2020 del Instituto Nacional de Estadística, el 65,7% de las personas con discapacidad en edad laboral no tiene empleo, un porcentaje que desciende hasta el 23,9% en la población sin discapacidad. Esta vasta diferencia choca con los avances sobre el papel: un cambio social no se va a producir si solo cambia la legislación.

Alcanzar una participación idéntica de las personas con discapacidad en el mercado laboral parece una utopía a día de hoy. Para lograrlo, es vital mejorar las cifras año tras año y, sobre todo, crear ambientes que fomenten y respeten la diversidad. Eso es lo que Jorge Rodríguez encontró en su actual empleo: «En mi empresa no me ponen ningún problema, trabajo con total normalidad», relata. Tiene 30 años, una discapacidad por síndrome de Asperger y ciertas dificultades puntuales: «Alguna tarea me puede agobiar, sobre todo si son muchas cosas de golpe o no me explican bien lo que tengo que hacer». Cualquier limitación, no obstante, se puede compensar con los apoyos necesarios: «En mi trabajo se adaptan, se preocupan, me preguntan y me hacen la vida más sencilla». Eso es precisamente lo que marca la diferencia, tal como defiende. «Hay que dar formación a los empleados, enseñar que no todas las discapacidades son iguales, que la psíquica puede costar más porque no se ve a simple vista» y, en definitiva, «que nos apoyen y no nos excluyan».

Según los datos de 2020 del Instituto Nacional de Estadística, el 65,7% de las personas con discapacidad en edad laboral no tiene empleo

Para todas las personas que han compartido su testimonio hay un aliado clave en la lucha por la inclusión: Fundación Adecco. «Yo quiero que haya más empresas como Fundación Adecco, porque sé que apuesta por la inclusión», afirma contundentemente Enrique Rovira-Beleta. El arquitecto es colaborador externo de la Fundación y coautor de la guía de accesibilidad para empresas de Adecco Health & Safety.

Elena y Jorge, en cambio, forman parte del Plan Familia de la Fundación Adecco, una iniciativa que surgió en 2001 para asegurar el futuro laboral de las personas con discapacidad. «Solo puedo darles las gracias. Empecé con ellos en 2014 y cada vez que me han podido ayudar o han visto alguna dificultad, han estado ahí», comparte Elena Diosdado. «Me han apoyado desde el minuto uno: a acceder a los portales de empleo, a buscar trabajo con cierta cordura, a hacer amigos y a estar con mis compañeros de trabajo», explica Jorge Rodríguez.

Finalmente, Marina Mirchandani resalta el apoyo a nivel psicológico: «Conocí la Fundación Adecco cuando estaba terminando la carrera y pasándolo mal, ya que no sabía a qué me iba a dedicar». Gracias al asesoramiento, al cuidado y a una beca para poder estudiar, Marina ahora tiene más confianza.

La clave que guía el trabajo de la Fundación Adecco es la accesibilidad universal; es decir, asegurar que todos los contextos sean comprensibles y utilizables para cualquier ciudadano. Para lograrla, es necesaria una educación inclusiva: se debe fomentar la excelencia de cualquier alumno y no relegar a un segundo lugar a las personas con capacidades diferentes. En tercer y último lugar, son vitales las políticas de bienestar social y de empleo reales, no solo sobre el papel. ¿La consecuencia inherente a estos cambios? Un mercado laboral verdaderamente diverso.

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