Educación

«Aprender a ser docente tiene una parte práctica tan importante como aprender a ser médico»

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15
noviembre
2022

Un buen sistema educativo no solo mide su éxito a través de los logros académicos. La diferencia, defiende Carmen Pellicer, directora de la Red de Escuelas que Aprenden, viene marcada por lo intangible: la estimulación, el aprendizaje y las habilidades blandas y socioemocionales. Esa nota humanística, ahora uno de los principales retos del sistema educativo español, ha vertebrado las III Jornadas de Innovación Educativa, celebradas por esta red, y que aglutina a centros educativos nacionales e internacionales de todos los tamaños y tipologías –públicas, concertadas, grandes y pequeñas, rurales y urbanos–. En esta entrevista, Pellicer insiste en la urgencia de mejorar la calidad del docente para garantizar el desarrollo de un currículum educativo ligado a la actualidad que asegure el futuro del alumnado a la vez que ejerce de una herramienta de justicia social.


Participaste en la mesa que daba forma a la estrategia España 2050, donde se dedican varios capítulos a cómo debería rediseñarse la educación en las tres próximas décadas. ¿Cuáles son los asuntos más urgentes que debemos resolver para mejorar la calidad de enseñanza en las aulas?

El principal desafío, sin duda, es mejorar la calidad del profesorado; tanto los sistemas de acceso a la profesión docente como la formación de docentes en la educación obligatoria y superior. Eso sí: no solamente como profesores acotados a las asignaturas concretas que enseñen, sino con todos los roles. En cuanto al alumnado, propusimos varias medidas, entre las que destaca la propuesta para ampliar la educación obligatoria hasta los 18 años: no puede ser que salgan personas de 16 años sin ninguna calificación. Pero no estamos hablando de un modelo de formación que los encierre en clase, sino que multiplique las ofertas formativas, como la Formación Profesional.

«Necesitamos caminar en ese modelo de FP dual que todavía nos queda de adaptar al mercado»

Cuando mencionamos la Formación Profesional pensamos, inevitablemente, en la paradoja de la universidad y la FP: formamos a jóvenes para carreras que ya no tienen plazas libres pero falta gente en la Formación Profesional. ¿Qué mitos nos quedan por despejar en torno a este tipo de formación?

Todavía nos quedan asuntos por resolver, pero por supuesto que ya no nos encontramos en aquella dicotomía de hace 15 años, cuando veíamos la FP como la hermana pobre. La FP ya ha ganado muchísimo prestigio a pesar de las dificultades. Hay que pensar que generar especialidades y apostar por ciertos tipos de formaciones requiere muchísima agilidad burocrática y también flexibilidad para saber tratar los contenidos. Ahora necesitamos caminar en ese modelo de FP dual que todavía nos queda de adaptar al mercado, pero que tiene una clave práctica fundamental: en la FP hace falta incrementar el tiempo que los estudiantes pasan en las empresas porque es lo que hace que luego, como profesionales, estén mejor preparados. Pero insisto: hemos avanzado muchísimo.

Recientemente, la ministra Pilar Alegría afirmó en una entrevista con Ethic que «la calidad del sistema educativo nunca es mayor que la del profesorado» y que el sistema de acceso a la profesión docente llevaba décadas pendientes de la actualización. Precisamente vosotros habéis propuesto una especie de MIR educativo. ¿Es factible? 

Hace unos años escribí junto al pedagogo José Antonio Marina el Libro blanco de la profesión docente, donde recogíamos una propuesta que apostaba por ese MIR docente, igual que se hace en la medicina o en otros ámbitos. Es decir, que los maestros que terminen su preparación teórica en las universidades pasen uno o dos años de prácticas en las escuelas, preparándose para lo que realmente es dar clase. Ahora mismo, el practicum que se lleva a cabo en las universidades es demasiado corto, por lo que habría que actualizarlo y tener en cuenta también, como ocurre en la sanidad, de qué forma y con qué metodología vamos a evaluar ese desempeño profesional. No se trata de dar el título a todo el mundo, sino de que los profesores se formen como debe ser.

La profesión docente es muy vocacional. ¿Evitaría esa nueva forma de evaluación esa visión del magisterio como una segunda opción para los que no llegan con la nota de corte a su primera opción de carrera y eligen esta?

Eso ya no ocurre tanto porque la nota de corte de magisterio ahora mismo es bastante más elevada. Pero vuelvo a la pregunta anterior: los programas de magisterio tienen que revisarse porque aprender a ser docente tiene una parte de práctica tan importante como la de la medicina.

Otro de los grandes problemas de nuestro país es el abandono escolar. Aunque en 2021 consiguió su cifra más baja desde que existen registros (13,3%), España no alcanza la meta europea de reducir la deserción en un 10%. ¿Resolverlo es solo cuestión de una profunda renovación de la metodología, como defienden numerosos expertos, o hay más pilares que reforzar?

No cabe duda de que el currículum hay que revisarlo. De hecho, este año estamos estrenando un currículum nuevo que ofrece muchas posibilidades para avanzar. Hay que revisar metodologías, aprendizaje y modos de organización de los centros. Imaginarlo como un gran puzzle donde la clave es dotar de verdadera autonomía a cada centro educativo para gestionar los proyectos. Para eso, por supuesto, se necesita una inversión muy fuerte y una cierta estabilidad a la hora de hacer esa revisión.

«Debemos imaginar el currículum como un gran puzzle donde la clave es dotar de verdadera autonomía a cada centro educativo para gestionar los proyectos»

No obstante, muchos profesores han alegado que no tienen tiempo para llevar a cabo sus proyectos, precisamente, por la inmovilidad del currículo educativo.

El currículum, especialmente el actual, da muchísimas posibilidades para desarrollarlo de la forma que se considere. Pero hay que saber hacerlo. Ahora mismo no estamos teniendo ese problema de inmovilidad porque las últimas tres leyes educativas han recogido todas las líneas de competencias necesarias para avanzar en paralelo con el resto de países. De hecho, en julio de este año publicamos un estudio donde analizábamos la evolución de las políticas curriculares en 23 países y España no lo está haciendo nada mal.

¿Dónde está entonces el problema?

En lo que hacemos luego a la hora de implantar el currículum en el centro. El desafío está en la burocracia, la didáctica y la preparación. Pero es que no nos podemos permitir como país unas tasas de abandono escolar tan altas. Por no hablar de las de repetición, que rozan el 30%: un tercio de la población española es incapaz de seguir el ritmo del sistema educativo. Además, la repetición es ineficaz y carísima. Consume un montón de recursos económicos.

Siguiendo en el plano laboral: el desempleo juvenil en España alcanza actualmente una tasa del 29,4%. ¿Cómo mejoramos la relación entre educación y empleabilidad?

Ampliando la oferta de titulaciones y superando las reticencias que impiden las pasarelas entre Formación Profesional y Universidad. Esas suspicacias debemos superarlas porque necesitamos multiplicar las posibilidades para que la FP se mantenga siempre al día.

Precisamente en las jornadas hablasteis de cómo el currículum puede convertirse en una herramienta de justicia social. ¿Cómo sería uno adaptado a los tiempos actuales que vivimos?

El currículum educativo es un arma muy poderosa para resolver esas brechas que han distanciado a la población de tantos países. Personalmente, he visitado numerosos países de América Latina donde las aulas han estado cerradas dos años por la pandemia y las consecuencias han sido muy serias. En este sentido, un buen curriculum que sea ágil y motivador junto a una escuela que haga posible que ese currículum tenga vida es la herramienta perfecta para garantizar la experiencia educativa.

La asignatura de educación para la ciudadanía, que pretende favorecer las buenas decisiones en el aula y la vida (otro de los temas en vuestras jornadas), siempre ha estado sujeta a una cierta politización, como otros asuntos educativos. La solución, sin embargo, no es desconectar la educación de la política: ¿necesitamos un Pacto de Estado que blinde al currículum educativo de posibles alteraciones tras el cambio de legislatura?

Yo he trabajado muchísimo por ese Pacto, y es cierto que he sido muy optimista en este asunto. También junto a José Antonio Marina publiqué Papeles para el pacto, un esfuerzo de síntesis que pretendía demostrar cómo se habían logrado los pactos sociales en otros países. Sin embargo, en este preciso momento, los políticos no tienen la generosidad suficiente para llevar a cabo un acuerdo de esta envergadura. Y necesitamos esa estabilidad: necesitamos tener esa visión a largo plazo para asegurarnos de que, cuando un niño entre en la escuela con tres años, no haya sufrido vaivenes en la educación una vez finalice en el sistema. Para conseguirlo hay que trabajar desde todos los ámbitos. Y aquí incluyo a los medios de comunicación, que tienen muchísimo peso en cómo se genera el debate público en el imaginario colectivo y, muchas veces, han arrojado numerosos estereotipos que no han permitido abordar la conversación.

«La tecnología tiene que estar al servicio del aprendizaje, nunca al revés»

¿Qué sistemas educativos europeos e internacionales pueden inspirarnos de cara a reforzar los pilares del nuestro?

Como siempre, el gran paradigma educativo es el de Finlandia. Pero no podemos mirar únicamente hacia un sistema, ya que también hay iniciativas preciosas en Canadá, Escocia, Nueva Zelanda… Y también hemos visto grandes modelos de la FP en Alemania o propuestas muy interesantes provenientes de Corea del Sur o Singapur. Es imposible encontrar la inspiración solo en un Estado porque cada uno aborda su educación de una forma muy contextualizada por sus sistemas políticos.

Sin embargo, ya es imposible plantear cualquier sistema educativo sin que la digitalización se sitúe en el centro de la mesa. Desde tu punto de vista, ¿cómo debe interaccionar la tecnología con el aprendizaje?

Tiene que estar al servicio del aprendizaje, nunca al revés. Para empezar, hay que superar ese fetichismo de que la tecnología va a mejorar las aulas solo por estar dentro de ellas, ya que lo primero que hay que hacer es preparar mucho mejor a los docentes. Lo digo yo, pero también lo dice una consultora del calibre de McKinsey cuando insiste en que es muchísimo más importante la inversión en el manejo de la tecnología que la inversión en la entrada masiva de dispositivos para el alumnado. Además, a la hora de incluirla, debemos tener en cuenta que sus funciones varían dependiendo del ciclo educativo: no es lo mismo recurrir a ella en infantil que en secundaria, bachillerato o FP.

Cuando queremos medir el éxito educativo casi siempre recurrimos a datos cuantitativos. Pero ¿hay algún ingrediente más abstracto detrás? Es decir, ¿qué es aquello que no podemos medir y que, sin embargo, es un diagnóstico preciso de la salud del sistema educativo?

Hay que distinguir entre el éxito académico y el educativo. El académico es importante, pero un buen sistema educativo se caracteriza por un alumnado que sea feliz en la escuela, que esté motivado y que su curiosidad se despierte gracias al profesorado y a lo que enseña. En otras palabras, la calidad humana y moral del sistema marca su éxito. Es lo que hace que se distinga una buena escuela, y también uno de los mayores desafíos para nuestro país.

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