Siglo XXI

Qué hacer ante la crisis alimentaria global

El número de personas en situación de inseguridad alimentaria ha aumentado en 150 millones desde la aparición de la pandemia. Hoy contamos con los medios necesarios para acabar con el hambre, pero ¿contamos también con la voluntad necesaria?

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Naciones Unidas
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31
octubre
2022

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Los conflictos, la pandemia de la covid-19, el cambio climático y la escalada de los precios de los alimentos confluyen y tienen un impacto global devastador en la escalada del hambre. En consecuencia, las cifras del hambre no paran de crecer: más de 828 millones de personas en el mundo lo padecían en 2021 (casi el 10% de la población mundial), un aumento de unos 46 millones desde 2020 y 150 millones desde que comenzó la pandemia de covid-19. Y hoy son aún más. 

Estamos hablando de una crisis alimentaria global sin precedentes. La situación es especialmente dramática en el Sahel occidental, con 38 millones de personas en situación de inseguridad alimentaria –la peor crisis en 10 años–, y en el Cuerno de África, con la peor sequía en 40 años, donde aproximadamente 20,5 millones de personas padecen inseguridad alimentaria aguda.

Si bien ha habido avances importantes (se logró reducir a la mitad la población afectada entre 1992 hasta 2016), desde hace cinco años observamos un cambio de tendencia que obliga a cambiar la forma de abordar esta lucha para hacer realidad nuestra visión de un mundo sin hambre.

Para empezar, entendemos que el hambre es el resultado de una serie de factores políticos, violentos, climáticos y socioeconómicos que necesitan ser abordados de forma integrada y que, por tanto, exige la implicación coordinada y coherente de actores muy diversos. Para debatir y encontrar nuevas propuestas se ha impulsado el movimiento Together Against Hunger, formado por expertos, activistas, filántropos, donantes y legisladores comprometidos con la erradicación del hambre en el mundo. El primer encuentro de este movimiento tuvo lugar en Washington, los días 12 y 13 de octubre. 

Más de la mitad de los 828 millones de personas que padecen inseguridad alimentaria grave viven en contextos violentos

El hambre es predecible y prevenible. Disponemos de sistemas de análisis que indican, cada año, dónde y cómo evolucionará la seguridad alimentaria y nutricional en las regiones más expuestas del planeta. La incorporación de innovaciones de todo tipo –tecnológica, estratégica, de gestión– es esencial, pero insuficiente para acometer el reto de hacer retroceder el hambre anticipándonos a su impacto; es necesario incrementar y apuntar la inversión en los sectores clave (como la asistencia humanitaria, la agricultura, el agua o la salud pública). Según nuestro reciente informe, The Hunger Funding Gap, en la actualidad solo se moviliza el 7% del llamamiento de Naciones Unidas para cubrir las necesidades de seguridad alimentaria detectadas, y esto dentro de un marco general de caída de la financiación humanitaria de un 27% en la última década. A pesar de la crisis global anunciada en todos los medios, el llamamiento global humanitario de Naciones Unidas para 2023, estimado en 41.000 millones de euros, solo lleva un 37,5% cubierto hasta ahora.

Pero no solo es necesario movilizar más recursos: planteamos tres medidas tanto desde los programas que ejecutamos junto con nuestros socios en los contextos críticos como desde el diálogo que mantenemos en foros globales con estados y organismos internacionales.

La primera es poner coto progresivamente a la utilización del hambre como arma de guerra. Más de la mitad de esos 828 millones de personas que padecen inseguridad alimentaria grave en el mundo viven en contextos violentos. Tenemos una resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, la 2.417 unánimemente aprobada, en la que se establece la prohibición de atacar la seguridad alimentaria de las poblaciones, una resolución que necesita traducirse en una acción política que anticipe, prevenga y persiga la comisión de actos violentos contra los bienes alimentarios, los bienes necesarios para la producción de alimentos o la ayuda humanitaria destinada al alivio de las necesidades alimentarias básicas. El conflicto de Ucrania no es el único –ni el más grave– caso de esta práctica, pero está siendo un punto de inflexión a la hora de abordar el hambre como uno de los factores clave de la inestabilidad regional y global.

Revertir el hambre debe comenzar, en primer lugar, por los más vulnerables: los menores de cinco años aquejados de desnutrición severa aguda, que suman 16 millones (de los que 9 fallecen cada año)

En segundo lugar, transformar el modelo de sistemas productivos y apoyar el trabajo de pequeños productores, próximos a los mercados finales, que aseguran el 80% de la producción agropecuaria del mundo, en especial mujeres y jóvenes. Es clave promover el enfoque de gestión integral de los recursos naturales que hace posible la intersección de explotaciones agrícolas y ganaderas para no sólo hacer más sostenible el medio natural, sino para reducir el impacto de las emisiones capturando CO2.

Por último, revertir el hambre debe comenzar, en primer lugar, por los más vulnerables: los menores de cinco años aquejados de desnutrición severa aguda, que suman 16 millones (de los que 9 fallecen cada año). Es necesario, y posible, multiplicar por tres la cobertura de los servicios básicos de salud de forma universal apoyándose en la enorme implicación de las comunidades locales en zonas aisladas, así como el refuerzo de los sistemas de salud pública con protocolos y recursos para detectar, prevenir y tratar la desnutrición antes de que se convierta en una amenaza mortal. Este reto sería posible aumentando hasta el 3% del presupuesto nacional dedicado a los programas de nutrición en los países más expuestos.

Por nuestra experiencia en muchos de los 53 países en los que trabajamos sabemos que estas medidas son factibles cuando se reúnen la voluntad política, la inversión económica y la movilización de actores diversos. La crisis alimentaria global se está sintiendo en todas las regiones, incluso en nuestro país, haciendo que se perciba su gravedad más que nunca. Aprovechemos esta circunstancia para impulsar las medidas que, tanto coyuntural como estructuralmente, aborden causas y efectos y volvamos a cambiar la tendencia que estaba haciendo que esta lacra sea historia. Tenemos todos los medios, pero también la oportunidad para que esta generación acabe con el hambre.


Manuel Sánchez Montero es director de Incidencia y Relaciones Institucionales de Acción contra el Hambre.

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