Biodiversidad

El efecto placebo, ¿en animales?

Algunos estudios sugieren que la mera autoconvicción puede generar en humanos un cambio fisiológico similar al que produce un tratamiento activo. No obstante, otros mamíferos también experimentan este efecto. ¿Es posible que en el reino animal exista algún tipo de cognición?

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28
octubre
2022

Humanos y ratones compartimos ancestros de hace 70 millones de años. También tenemos primos lejanos chimpancés, en este caso de hace unos 8 millones de años. Desde entonces ha llovido mucho, pero todavía a día de hoy mantenemos algo en común pues, al margen de las evidentes diferencias físicas y psicológicas, seguimos compartiendo la función de los genes.

Esta relación evolutiva indica que algunos procesos internos podrían funcionar de forma similar, como la actividad cardiaca, el sistema reproductivo o las respuestas del organismo a enfermedades y tratamientos. De hecho, durante las últimas décadas, varios estudios han sugerido que las expectativas positivas, tanto en humanos como en animales, podrían contribuir a la activación de sistemas internos que reducen el dolor. En otras palabras, la autoconvicción podría generar un cambio físico similar al que produce un tratamiento activo. Hablamos del efecto placebo.

¿Cómo surge este poder de autocuración? La explicación recae principalmente sobre dos teorías: la teoría de la expectativa y el condicionamiento clásico. La primera, generalmente asociada solo al comportamiento humano, afirma que un sujeto que espera mejoras clínicas experimentará cambios físicos aunque no haya usado ningún remedio activo. La segunda, que incluye a humanos y animales, propone que los cambios biológicos causados por un tratamiento inactivo son el resultado de una exposición previa a un estímulo que sí era activo. Sin embargo, el solapamiento entre ambas teorías, la ambigüedad del término ‘expectativa’  y la dificultad para medir las respuestas a un placebo nos alejan de cualquier conclusión definitiva.

En 1962, Hernnstein demostró que las ratas experimentaban cambios fisiológicos al inyectarles agua con sal; sin embargo, el científico sufrió el sesgo del experimentador

¿Podría un animal, a priori sin cognición, beneficiarse de las expectativas? En 1962, el psicólogo R. J. Hernnstein hizo el primer experimento sobre el efecto placebo en animales y usó ratas para ello. Creía que en humanos se podía explicar mediante el condicionamiento clásico, y que lo mismo ocurría en animales. En su estudio, demostró que, cuando inyectaba agua con sal a las ratas, estas experimentaban cambios fisiológicos como si se les hubiera inyectado un medicamento real.

Ahora bien, esto únicamente ocurría cuando las ratas habían asociado previamente ese medicamento real con una mejora física. Con resultados en mano, Hernnstein confirmó su predicción: los animales precisan de experiencias previas para conseguir un efecto positivo de un tratamiento inactivo y no hay razones para pensar que los humanos utilicemos otro método de autocuración.

Sin embargo, este experimento, que apuntaba ser uno de los grandes puentes que unía a humanos con el resto de mamíferos, envejeció peor de lo que se esperaba. A parte de las limitadas herramientas de medición, las conclusiones de Hernnstein fueron rebatidas por varios frentes. El primer pero se llama sesgo del experimentador, que sucede cuando los investigadores saben los resultados que quieren obtener y sin querer –o sin querer evitarlo– influyen en ellos.

Por ejemplo, en un estudio de 1963, los autores Fode y Rosenthal dijeron a unos estudiantes que en un grupo de ratas había una que destacaba por su inteligencia. Posteriormente, invitaron a los estudiantes a tomar notas sobre la actividad de los animales, y estos reportaron que las ratas supuestamente inteligentes completaban las pruebas mejor y más rápido que el resto. Lo anecdótico es que todas las ratas eran iguales.

Actualmente la evidencia sobre el efecto placebo en animales es muy escasa, y como casi cualquier debate científico, la respuesta sigue a la espera de nuevos hallazgos

Este fenómeno dio pie a nuevos estudios, y de entre los más recientes surgió el llamado efecto placebo del cuidador: un tratamiento médico administrado a un animal provoca a sus cuidadores (dueños o veterinarios) una creencia sobre el propio tratamiento, lo que afecta a la forma de analizarlo. El veterinario M. Conzemius, de la Universidad de Minessota, condujo un estudio con perros cuyos resultados mostraron que casi el 60% de los dueños y un 40-45% de los veterinarios señalaron mejoras tras un tratamiento, mientras que una máquina de mediciones objetivas no encontró ningún cambio en los animales.

Actualmente la evidencia sobre el efecto placebo en animales es muy escasa, y como casi cualquier debate científico, la respuesta sigue a la espera de nuevos hallazgos. Si en el futuro se demuestra que los humanos experimentan el efecto placebo mediante un mecanismo diferente al resto de mamíferos, podría ser que nuestra especie hubiera desarrollado un sofisticado sistema de autocuración gracias a la cognición, y por tanto podríamos especular que el periodo que separa al homo sapiens del roedor ha otorgado una ventaja de supervivencia que existe en la conciencia, pero no en el condicionamiento.

Por el contrario, si los humanos experimentan el placebo por el mismo mecanismo que el resto de mamíferos, entonces se abrirían otras dos puertas: quizás los animales también tienen algún tipo de cognición. O, la alternativa, lo que nosotros llamamos conciencia, es solamente un delirio de grandeza fruto del antropocentrismo y, en realidad, no se trata más que de un tipo de condicionamiento algo más complejo que el de un ratón.

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