Sociedad

¿Cuerpos con conciencia o conciencias con cuerpo?

Desde la edad antigua, filósofos y expertos se han replanteado la naturaleza humana a través del debate mente-cuerpo, ese intento de comprender la relación entre los fenómenos físicos, como el cerebro, y los mentales, como nuestro yo interior. Pero seguimos sin respuesta.

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24
octubre
2022

En 1848, un obrero estadounidense llamado Phineas Gage sobrevivió, de milagro, a un accidente propio de la cinematografía gore. Y además se convirtió en una gran inspiración para la neurociencia moderna: estaba trabajando en la construcción de unas vías de tren cuando, de repente, una explosión hizo saltar una barra de hierro que le atravesó el cráneo verticalmente, de abajo a arriba. El hombre no solamente sobrevivió, sino que se mantuvo consciente en todo momento. No obstante, cuando Phineas se recuperó y retomó la vida cotidiana, algo en él era diferente. Si antes se le describía como un obrero educado, comprometido y cortés, tras el accidente se había vuelto irreverente, impaciente y desagradable.

La barra había alterado la estructura de su cerebro, y en consecuencia, su personalidad cambió. Ahora bien, ¿no sería lógico que el mal genio hubiera surgido por la experiencia traumática y no solamente por los daños cerebrales? Según las herramientas que se emplearon para evaluar al paciente, no.

El caso de Phineas Gage fue, para los neurólogos del siglo XIX, como la manzana que cayó sobre Newton: un acontecimiento para replantearse la existencia humana. La personalidad, algo que hasta entonces se entendía como una sustancia abstracta no física, ahora estaba directamente afectada por lo que ocurría en el mundo físico; es decir, en el cerebro. De este modo resurgió el milenario debate mente-cuerpo, también conocido como nuestro torpe intento de explicar la conciencia, las creencias o emociones de un organismo vivo.

La mente sigue sin desvelar muchos de sus secretos: ¿Tenemos conciencia? ¿Qué es el ‘yo’? ¿Acaso hay alguien pilotándonos desde nuestro interior?

El debate pretende descubrir la relación entre las propiedades físicas y mentales, y para ello pone sobre la mesa algunas cuestiones preliminares como qué es exactamente un estado físico o uno mental, la independencia entre ambos o la posibilidad de que sean causa y consecuencia. Estas preguntas, desafortunadamente, suelen conducir a más preguntas en lugar de respuestas; sin embargo, gracias al desarrollo científico-tecnológico, cada vez entendemos mejor el mundo físico.

La mente, en cambio, sigue sin desvelar muchos de sus secretos. ¿Tenemos conciencia? ¿Qué es el yo? ¿Acaso hay alguien pilotándonos desde nuestro interior? ¿Una glándula como sugirió Descartes que nos conecta con un supuesto alma? En esta búsqueda de agua clara se enfrentan varias corrientes de pensamiento. Los dualistas, por un lado, creen que lo físico y lo mental (el cuerpo y la conciencia) conviven pero son elementos radicalmente distintos, por lo que es imposible explicar cualquier estado mental mediante términos físicos.

Los monistas, contrariamente, dicen que cuerpo y mente pertenecen a la misma categoría ya sea física o mental, pero solamente es una. Esta es la perspectiva más común entre los neurocientíficos de Occidente, y más concretamente, es la monista materialista (o reduccionista fisicalista), o sea, solo creen en la sustancia física. Según esta visión, todos los estados mentales son conexiones neuronales, ya sean emociones, el yo interior o cualquier consideración espiritual. No hay nada en nuestro mundo que no sea material o intangible, ni siquiera la mente, y por ende, la conciencia debe ser el resultado de una serie de procesos biológicos.

El caso de Phineas Gage fue, para los neurólogos del siglo XIX, como la manzana que cayó sobre Newton: un acontecimiento para replantearse la existencia humana

Pero si las emociones humanas son sistemas de supervivencia y adaptación al medio, ¿podría la conciencia serlo también? Estas teorías, aún por confirmar, también han sido criticadas por ser demasiado limitantes en cuanto a que son obstinaciones del método científico del siglo XXI.

El otro monismo, el que no es materialista, es el idealismo, que afirma que todo nuestro mundo es mental, incluso los componentes físicos. Esta corriente, que quizás suena más abstracta, no defiende necesariamente  que vivimos en una ilusión al estilo Matrix, sino que simplemente nuestro mundo es un producto de la experiencia humana colectiva y solo existe porque la pensamos. Sin nosotros, no hay realidad. Finalmente, de la contienda entre dualistas y monistas emergieron cantidad de variaciones cada cual con su matiz, pero el gran mediador entre amabas es el interaccionismo, que apoya la idea de que existen dos sustancias, cuerpo y mente, pero que se influyen mutuamente.

En definitiva, existe un consenso sobre el problema mente-cuerpo, pero no sobre la solución. La conciencia sigue sin poder analizarse mediante la observación humana, y por suerte o por desgracia, eso es lo que nos permite seguir imaginando, como llevamos haciendo desde tiempos de Platón. Habrá que esperar al siguiente Phineas Gage, alguien que sin querer ilumine de nuevo el camino.

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