Sociedad

Por qué los jóvenes no tienen hijos

En 2020, la cifra de nacimientos en España batió un récord por lo bajo: tan solo se registraron 336.811. Las razones detrás de esta caída en picado de la natalidad son multifactoriales, pero responden en gran parte al contexto económico actual y a un cambio en las ambiciones de vida.

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26
septiembre
2022

Sara tiene 32 años y trabaja dando clases particulares en una pequeña academia de su ciudad. Lleva años planteándose tener hijos, pero su situación económica no le permite dar el paso: «Te dicen que te des prisa y no saben lo mal que lo pasamos mi novio y yo, me parecería tan egoísta tener un hijo en estas condiciones». Ana y Juan, de 29 y 30 años respectivamente, se conocieron en Londres trabajando ella como camarera y él como repartidor, y aunque les haría ilusión ser padres, prefieren esperar a llegar a España, aunque nunca saben cuándo llegará ese momento.

Para Paloma, de 28 años, el factor económico no es un impedimento, pero sí le echa para atrás la dificultad para conciliar siendo tanto ella como su pareja autónomos. Juan Miguel tiene 34 años y compagina el teletrabajo con horas extra en el negocio de su padre; «si no tengo tiempo para encontrar pareja, de dónde voy a sacarlo para tener un hijo», se lamenta. Como ellos, millares de jóvenes lidian a diario con la precariedad, la sobrecarga laboral y la presión de una sociedad que les juzga por no cumplir con el cometido que antaño se imponía a cualquier pareja mayor de edad: tener hijos.

Según los datos del Instituto Nacional de Estadística, en el año 2011 se registraron 471.999 nacimientos, una cifra que en aquel momento resultaba descorazonadora y que se enmarcaba en una crisis económica sin precedentes. La situación no ha mejorado en la actualidad: el número de nacimientos de 2020 fue de 336.811, cifra récord, pero por lo bajo.

Las razones detrás de esta caída en picado de la natalidad son multifactoriales; no basta con entonar el «querer es poder», más aún en un contexto precario y solitario. De hecho, una de las principales causas que explica el descenso de la natalidad es estrictamente económica: la pandemia sumergió a medio millón más de jóvenes por debajo del umbral de la pobreza, ascendiendo la cifra total a 1,4 millones de personas de entre 16 y 34 años en situación de riesgo, tal y como apunta un informe de la Fundación Foessa.

En un clima de incertidumbre como este se hace complicado priorizar el formar una familia, pues son muchos los jóvenes cuyos ingresos apenas les permite mantenerse

Además, hay que añadir que la generación millennial, que es la que está en primera línea frente a la presión de tener hijo, ha crecido entre dos crisis muy cercanas en el tiempo. Aquellos que interiorizaron la creencia de que los estudios les asegurarían un futuro, llevan años enfrentándose a un mercado laboral que exige experiencia, pero no ofrece la oportunidad de adquirirla. Esta problemática ha propiciado el aumento de emplesos con escasa estabilidad, condiciones abusivas o limitados en el tiempo. Por tanto, la incertidumbre resulta insostenible: muchos jóvenes retrasan el momento de independizarse o emigran al extranjero en busca de un futuro mejor. En un clima así se hace complicado priorizar el formar una familia, pues son muchos los veinteañeros y treintañeros cuyos ingresos apenas les permite mantenerse a ellos mismos.

La falta de trabajo lleva a abrazar con fuerza a cualquier oportunidad laboral, aunque implique comenzar a vivir para trabajar en vez de trabajar para vivir. La rutina a contrarreloj dificulta la socialización, especialmente en ciudades grandes en las que es obligatorio desplazarse para ir de casa al trabajo y del trabajo a casa. Sin apenas tiempo para ver una serie de veinte minutos a la hora de la cena, resulta difícil encontrar momentos en los que conocer a alguien y construir una relación sólida y estable. Algunos lo consiguen, pero se enfrentan al mismo reto: conciliar la vida profesional y familiar.

Si bien son muchas las jóvenes que desean disfrutar de la maternidad pero no pueden, otras sencillamente no quieren ser madres (y esto es algo que a la sociedad le cuesta entender)

Tradicionalmente, esa conciliación recaía forzosamente sobre las mujeres, pues se asumía que eran las madres quienes tenían que renunciar a su carrera profesional para dedicarse a la crianza. Con algo de suerte, ambos conservaban el trabajo si las condiciones económicas permitían contratar a una cuidadora o si la familia cercana –generalmente los abuelos– estaba dispuesta a ayudar. A día de hoy, pocos pueden recurrir a una niñera de pago, pero también es complicado apelar al altruismo de la familia puesto que muchos jóvenes viven en una ciudad distinta a la de sus padres.

Tampoco es una opción que sea la mujer quien exclusivamente se haga cargo, dado que la sociedad ha evolucionado evolucionado lo suficiente como para entender que la paternidad es un ejercicio compartido y que una mujer no es peor madre por querer triunfar en su carrera profesional o por no querer tener hijos. Y es que si bien son muchas las jóvenes que desean disfrutar de la maternidad pero no pueden, otras sencillamente no quieren ser madres. 

Una persona joven, independientemente de su género, de su situación laboral o de sus condiciones económicas, no tiene que justificar la elección de no querer tener hijos. Hay muchas más áreas vitales que nos pueden enriquecer como personas. Quizá es el trabajo, pero otros jóvenes ambicionan viajar, salir de fiesta cada fin de semana, jugar a juegos de mesa con sus amigos, adoptar a un animal o convertir la casa en una jungla urbana. No son proyectos vitales vacíos, como se les intenta hacer ver en muchas ocasiones. Sin embargo, se sigue tratando con cierta lástima y desprecio a las parejas sin descendencia. No es país para niños, afirman algunos. Quizá no lo es para los jóvenes que lo tienen claro, pero el futuro oscuro.

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