Opinión

Por qué el perreo se ha convertido en una reivindicación feminista

Ha leído usted bien: ese baile originado en Puerto Rico y República Dominicana a finales de la década de 1990 se ha convertido en un medio para el empoderamiento de las mujeres. Sin embargo, pese al ‘shock’ inicial, lo cierto es que existe una explicación sobre por qué se concibe en estos tiempos como una herramienta para la búsqueda de igualdad.

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08
septiembre
2022

El éxito de los géneros latinos ha colocado el perreo en la agenda feminista actual. Ha leído usted bien: el perreo, ese baile originado en Puerto Rico y República Dominicana a finales de la década de 1990 y popularizado posteriormente en otros países de Latinoamérica, se ha convertido en un medio para el empoderamiento de las mujeres. Admito que puede sonar un poco marciano, extravagante o incluso superficial que mover y restregar el trasero, ya sea de forma rápida o lenta, tal y como lo hacen muchos animales durante el apareamiento, se reclame como una parte de la lucha por la igualdad entre sexos. Tal vez incluso la sorpresa sea incluso mayor si tenemos en cuenta que algunas de las letras que acompañan a dicho bailecito huelen fuerte a misoginia. Pero, pese al shock y escepticismo inicial, hay una explicación lógica sobre por qué el perreo se ha convertido en estos tiempos (y en el otro lado del charco) en una reivindicación feminista.

En general, la lucha por la igualdad se interpreta de modo materialista, demandando un mayor poder económico o social para las mujeres. Las reivindicaciones se relacionan asimismo con los avances legislativos, esto es, asegurando derechos básicos y eliminando todas las formas de discriminación a las que se enfrentan. Sin embargo, desde la segunda mitad del siglo XX, la teoría feminista ha prestado una gran atención al cuerpo femenino y su sometimiento a prácticas de violencia, disciplinamiento y cosificación, así como a la definición que se ha hecho del mismo, a lo largo de la historia, en los discursos e instituciones que determinaban el saber.

La revalorización social del cuerpo de las mujeres no solo se ha interpretado como la inmanencia, lo otro o la voz corporalizada, tal y como sugerían autoras como Simone de Beauvoir, Luce Irigaray o Hélene Cixous. Asimismo, el cuerpo de las mujeres se ha analizado como uno de los principales objetivos de los designios de la moralidad. Esta cuestión puede observarse en el pensamiento misógino occidental, por ejemplo, en el dualismo platónico, las fuentes aristotélicas o en los fundamentos del credo cristiano, donde se reafirma la asociación de la mujer con la corporalidad, la voluptuosidad y el pecado carnal.

Si en la teoría feminista el cuerpo de las mujeres importa como categoría de análisis, no debería desconcertar que las reflexiones al respecto exploren también su alcance como artefacto subversivo. El cuerpo femenino se representa también como una realidad sexuada, pero a diferencia del pensamiento misógino tradicional, se dota de agencia. De forma que no se presenta el cuerpo femenino simplemente como el resultado de la diferencia sexual, sino como una posibilidad de relación y de contacto con el otro. Es en este contexto donde cabría situar esa reivindicación del perreo o del derecho al perreo en clave de género.

«Si tradicionalmente el cuerpo de las mujeres se ha analizado como uno de los principales objetivos de los designios de la moralidad, ahora este baile se utiliza para reinterpretarlo»

El baile, junto con la música, constituye una de las formas de expresión más importantes que podemos encontrar en las diferentes culturas. Cada estilo forma parte de una tradición heredada y, por ende, precisa un patrimonio cultural, simbólico e identitario. Si bien las culturas no son homogéneas y, mucho antes de la llegada de la globalización, algunos de sus elementos se han prestado al mestizaje y a la influencia exterior. La diversidad de estilos enfatiza la diferenciación con respecto al otro, pero también un sentido de pertenencia a un grupo social. En el baile, el cuerpo se convierte en la expresión material del individuo. A través de él revelamos emociones y sentimientos, significantes culturales y prácticas de vinculación con el entorno.

Así, el perreo representa la reafirmación de los sentidos, la exploración de las sensaciones placenteras y una forma de intimidad física, en cierto sentido, mecánica y relacionada, como ya sugeríamos al principio, con una postura erótica: la denominada «postura del perrito». Es una expresión absolutamente impúdica y que rompe con la sensibilidad convencional. Si nuestra sociedad limita por tradición el contacto físico en público y lo reduce al ámbito privado, el perreo evoca todo lo contrario. Gracias a ello, muchas mujeres toman la iniciativa y rompen con la vergüenza sexual. Este nuevo rol supone además un descubrimiento para los varones: ellas son las que dominan, las que reclaman el libro ejercicio de su poder sexual, y ellos buscan nuevas formas de complacerlas.

Pero este baile puede ser también por y para una misma. En su contoneo podemos divertirnos y sentirnos seguras con nuestro cuerpo. Nos permite explorar nuestra autonomía, consentir o buscar el contacto explícito con el otro. En tiempos de nuestros abuelos, las mujeres vivían angustiadas por si una actitud impúdica arruinaba su reputación. Sin embargo, hoy las mujeres afrontan una nueva controversia: ¿y si el pudor y la represión social sabotean mi empoderamiento, mi conciencia sobre la libertad? ¿Por qué no puedo gozar de un movimiento sexy? ¿Acaso no me pertenece mi cuerpo cuando perreo? ¿Lo hago para disfrutar solo yo? Y si quiero exhibirme para un público, ¿tal cosa me hace menos digna, menos respetable, menos humana? ¿Bailar de esta forma hace que los demás me tilden como una chica fácil? ¿Habrá quién entienda este movimiento como una invitación a sobrepasarse conmigo, a tratarme como un objeto?

Hay quien cree que el perreo es un movimiento poco elegante y que su estética es vulgar. No obstante, al margen de las cuestiones sobre lo que es o no es el buen gusto, con frecuencia subyace en este juicio una forma de estigmatizar a las mujeres. Aquellas que perrean son vistas como provocadoras, indecentes o putas. Rara vez la sociedad comprende que las mujeres que perrean lo hacen como una acción que emana de la libertad, como una forma de romper con los discursos y señalamientos sobre nuestros cuerpos y sexualidad. Perrear es un acto que alude a la transgresión y, quizá por ello, es importante su reivindicación desde el feminismo, sin prejuicios y sin culpas. Nuestro cuerpo se mueve por placer y no por miedo. ¿Acaso no es eso un triunfo para las mujeres?

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