Sociedad

«Hemos convertido tratarnos mal en un hábito»

Fotografía

Elvira Megías
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22
septiembre
2022

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Elvira Megías

El científico experto en neurociencia Mariano Sigman es una de las personas que mejor conocen cómo funciona nuestro cerebro y cómo piensa nuestra mente. Director del Human Brain Proyect, la más importante iniciativa para entender y emular este órgano, a día de hoy es un referente en la neurociencia de las decisiones, de la comunicación humana y de la educación. Una extensa experiencia que le ha llevado a comprender que nuestro cerebro es más maleable de lo que creíamos y depende de nuestras palabras cambiarlo, como defiende en su nuevo libro, ‘El poder de las palabras’ (Debate).


¿Cómo de maleable es nuestro cerebro, tanto a nivel fisiológico como emocional?

Que el cerebro es plástico es algo que la ciencia nos ha enseñado contundentemente. Sabemos que de niños tenemos mucha facilidad para aprender, pero de adultos parece que perdemos esa capacidad. No es del todo cierto: lo que va cambiando es la necesidad y, por ende, la motivación. De pequeños estamos obligados a descubrir, cosa que de adultos no. Pero, si por alguna razón lo necesitamos, lo podemos aprender con la misma facilidad que de niños.

Defiendes que a esta plasticidad llegamos gracias a las palabras, las cuales nos dan la oportunidad de mejorar nuestras vidas. Un hecho del que muchas veces no somos conscientes.

Exacto. El problema es que este poder puede ser positivo o negativo. Muchas veces no hacemos cosas porque nos convencemos de que no podemos hacerlas, algo que nos limita a la hora de cambiar. Tenemos mucha oportunidad de cambio, pero para ello es necesario aprender a conversar con nosotros mismos y cuidarnos. El problema es que tenemos muy pocas para las emociones, únicamente contamos con, como mucho, 16 términos para definir las miles de cosas que nos pueden pasar. Por eso los buenos escritores pueden describir tan bien lo que nos interpela a todos. Sin embargo, a la mayoría de nosotros no nos sale, por lo que muchas veces es difícil tomar el control.

«Debemos eliminar ese reflejo antiguo de explorar el miedo; a día de hoy no tiene sentido»

Respecto a su poder negativo, comentas que para luchar contra él tenemos que ser más autocompasivos con nosotros mismos. Tratarnos como trataríamos a un amigo.

Tratarnos mal es un hábito. Hay muchas cosas que no nos han enseñado y en las que todos convergemos más o menos. Por ejemplo, si en el trabajo hacemos algo mal, lo sentimos como una desgracia, pero ese sentimiento no nos afectaría igual si le sucediera a una persona cercana. El problema es que cuando es propio toma una dimensión enorme. Está bien porque nos hace ser comprometidos con las cosas que hacemos –si no tuviéramos esa pulsión, estaríamos todos desparramados y no nos preocuparíamos por subir montañas, hacer ciencia o cuidar nuestra casa– pero a la vez nos hace ser muy exigentes con nosotros mismos.

En este sentido, la conversación con otros es de gran ayuda, ya que esclarece lo que tenemos en la cabeza. Defiendes que se trata de una gran herramienta para buscar soluciones y romper con automatismos a la hora de enfrentarnos a los problemas.

Pensar es una conversación interna. Nuestro cerebro murmura dudas, prejuicios, anhelos, miedos. Y todo eso se funde en una idea que surge de una charla mal hecha porque viene del ruido interno del cerebro. Por eso cuando la sacamos a la superficie recibe claridad, se vuelve más visible y descubrimos cosas que nos ayudan a pensar mejor. Empezamos a ver que había errores, consideraciones que no importan tanto o que el miedo tenía mucho peso. Algo que es muy difícil de ver dentro de uno mismo.

¿Y respecto a la crisis de salud mental que estamos atravesando? ¿Cómo pueden contribuir la neurociencia y la neuropsicología a protegernos y a mejorarla?

Entendiendo qué produce, qué dispara y qué atenúa nuestros problemas. La mejor manera de protegernos de nuestras emociones es pararlas antes de que ocurran. Es decir, no llegar a ellas. La ansiedad no llega de golpe. Está bien descubrir que uno fue a buscarla, por lo que es importante cortarlas antes. Debemos eliminar ese reflejo antiguo de explorar el miedo. A día de hoy no tiene sentido. Tenemos que aprender a dialogar con nosotros mismos sobre a dónde queremos ir. Necesitamos tener herramientas y pautas para ello. Igual que cuando hace frío nos ponemos una bufanda, debemos hacerlo también con nuestras emociones.

«En la experiencia emocional hay cientos de automatismos que podemos cambiar para vivir de otra manera»

¿Puedes poner un ejemplo práctico?

En el libro desarrollo la idea de que tenemos la oportunidad de reintrepetar cómo vivimos una experiencia. Cuando una persona sufre un ataque de ira es algo muy tóxico. Una herramienta para manejarlo es ser conscientes de que casi todas esas emociones surgen de un cortocircuito. Un ataque de ira no nace porque una persona está enfadada, sino que se enfada con el enfado en una especie de loop infinito. Cuando pasa eso, hay que usar un cortafuegos. Hay que intentar generar silencio. ¿Cómo? Tomando distancia. Muchas veces estas emociones se irradian tan fuertemente porque nos obnubilan.

Si todo es maleable en nuestro cerebro, ¿no puede ser peligroso caer en la relatividad de las emociones?

No, porque las cosas tienen límites. Lo que yo cuento es que en cualquier dominio de la vida podemos mejorar. En unos territorios más y en otros menos, pero en la experiencia emocional hay un montón de automatismos que podemos cambiar y vivir de otra manera y mucho mejor. Aunque haya emociones que nunca te gusten.

Algo que explicas a través de las vecindades emocionales.

Sí. Por ejemplo, el enfado es un sentimiento que se encuentra cerca de la tristeza, pero lejos de la alegría. Es fácil cambiar uno por otro, pero no por el de la alegría. O sustituir el miedo por el vértigo placentero o por el entusiasmo. Parecen lejanos, pero están muy cerca porque los dos tienen que ver con el miedo, con la duda. Es una leve reinterpretación que cambia la experiencia totalmente. Lo que quiero dejar claro es que no todo es relativo, pero tenemos un rango que es mucho más grande del que creemos. Y justamente entender esto es un buen punto de partida, ya que así no nos pediremos lo imposible.

¿Cómo podemos conocer ese límite que parece tan abstracto?

La intuición nos dice que es abstracto, pero lo que nos pasa es que no tenemos mucha experiencia en este campo. En el libro cuento qué emociones son más fáciles de cambiar. También que nos ayuda mucho reírnos de ellas o pensarlas en tercera persona. Hablar con alguien de las razones o por qué sentimos miedo. Tenemos que indagar en nuestra vida y preguntarnos con curiosidad. Debemos observarnos más. Esto tiene que ver con apreciar la diversidad del repertorio más allá del reflejo casi automático de catalogar las emociones como buenas o malas.

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