Cultura

Javier Marías, el Rey de Redonda

La muerte de Javier Marías, escritor clave de la literatura en español, dejó un enorme vacío, pero también un consuelo: su obra fértil, acaudalada, espléndida; una de las más incontestables del último tercio del siglo XX de la literatura universal.

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12
septiembre
2022

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Javier Marías, escritor, traductor, editor y académico, murió a los 70 años, de improviso, inesperadamente. «Nadie acepta ya que las cosas pasan a veces sin que haya un culpable, o que existe la mala suerte, o que las personas se tuercen y se echan a perder y se buscan ellas solas la desdicha o la ruina». Qué tono aciago adquiere esta reflexión suya de cuerpo presente.

Como consuelo, una obra fértil, acaudalada, espléndida; una de las más cuajadas e incontestables del último tercio del siglo XX de la literatura universal. No es boato mortuorio, sino hecho defendible. Una obra en prosa que gravita, casi de manera invariable, sobre un narrador reflexivo –y digresivo– que construye un relato con la soga y tizón de los hechos sucedidos en su pasado.

Hijo del filósofo y discípulo de Ortega y Gasset Julián Marías, y de escritora y traductora Dolores Franco, hermano del historiador del arte Fernando Marías y del crítico de cine y economista Miguel Marías, sobrino del cineasta Jesús Franco y primo del también director y guionista Ricardo Franco, Javier Marías ostentó hasta hoy mismo, día luctuoso de su deceso, el título de Rey de Redonda.

La historia tiene su miga. El banquero Matthew Shiell compró la isla de Redonda –de poco más de kilómetro y medio, ubicada en Barlovento, en Antigua y Barbuda, lo que conocemos como las Islas del Caribe– en 1865, al nacer su primer hijo, el escritor M.P. Shiel. No sólo eso: solicitó el título de Rey de Redonda a la Reina Victoria, quien se lo concedió a condición de abstenerse en materia política. Es decir, a condición de que fuera un título regio ficticio. 

Marías era un un escritor que alumbraba personajes en busca del sentido de sus vidas a través del pensamiento, una frágil línea argumental y un frondoso aderezo acumulativo de laberintos discursivos

M. P. Shiel cedió el título de monarca al también escritor John Gawsworth, quien a su vez (no sin vender de forma ilícita su derecho monárquico en varias ocasiones) se lo legó al escritor John Wynne-Tyson, quien abdicó en la década de los 90, otorgando todos los derechos sucesorios a Javier Marías, en recompensa por haber incluido a Gawsworth como personaje en su novela Todas las almas. El propio Marías describe cómo se convirtió en Rey de Redonda en su libro Negra espalda del tiempo: el rey Xavier I –tal fue el nombre elegido para reinar– dispuso la concesión de títulos nobiliarios a distintas personalidades relacionadas con las artes, que recibieron, además de un premio monetario, un ducado. Así, Pedro Almodóvar fue investido como duque de Trémula, Eduardo Mendoza como duque de Isla Larga, Coppola como duque de Megápolis, Steiner como duque de Gerona, Eco como duque de La isla del Día de Antes, Kundera como duque de Amarcord o Sebald, duque de Vértigo.

Las novelas del Rey de Redonda, en primera persona sujeta a los vaivenes memorísticos de quien se cuenta, tienen carácter fragmentario, ajeno a la cronología de los hechos, con lo que la propia narración va construyéndose en las tentativas e incertidumbres de quien teje su historia, al tiempo que la metaliteratura (las deliberaciones sobre el arte mismo de contar) son recurrentes en su prosa.

Hoy, en el Reino de Redonda lucen crespones negros.

Marías, tras sus primeras novelas de aventuras, Los dominios del lobo y Travesía del horizonte, un libro de relatos y una pieza teatral, publicó El hombre sentimental, donde ya Javier Marías es Javier Marías: un escritor que alumbra personajes en busca del sentido de sus vidas a través del pensamiento, una frágil línea argumental y un frondoso aderezo acumulativo de laberintos discursivos. Así se construyen Corazón tan blanco, Cuando fui mortal, Los enamoramientos o Berta Isla, entre otras.

En palabras del autor: «Nadie acepta ya que las cosas pasan a veces sin que haya un culpable, o que existe la mala suerte»

Pasó su infancia en Estados Unidos, ya que su padre fue represaliado por el régimen franquista y se le prohibió dar clase en la Universidad, hasta que, restaurado su prestigio, regresó a España, en 1964. Para desvincularse del poder, y para honrar la memoria paterna, que no recibió premio alguno en vida, rechazó numerosos galardones, salvo el Nacional de Traducción (vertió al castellano a Conrad, Isak Dinesen, Stevenson y Yeats, entre muchos otros).

Defensor a ultranza de los clásicos (Cervantes, Dante, Proust, Faulkner, Montaigne…), Marías recaló en Shakespeare para titular algunas de sus novelas, como Mañana en la batalla piensa en mí o Todas las almas. Apoyó económicamente al Numancia, el equipo de fútbol, junto al Real Madrid, por el que sentía fervor. Y no huyó de las polémicas: se batió en duelo –pluma en ristre– con Jorge Herralde (el editor del sello que le descubrió, Anagrama, al que comparó con un «proxeneta dedicado a traficar con putas de postín»), Elías y Gracia Querejeta (a los que llevó a juicio —y ganó—por «deformar» Todas las almas en el cine bajo el título de El último viaje de Robert Rylands), Juan Manuel de Prada (a quien imputó el delito de plagio) e incluso con el Grupo El Correo como respuesta a la censura de su artículo, Creed en nosotros, por sus invectivas contra la Iglesia.

En 2006 ocupó el sillón R en la Real Academia Española, del que había encargado Lázaro Carreter. Su discurso, La dificultad de contar, fue contestado por el filólogo Francisco Rico, a quien convirtió en personaje reiterado de sus novelas. Articulista prolífico, sus obras han sido traducidas a cuarenta idiomas.​ El sello inglés Penguin incorporó siete de sus libros a su colección Modern Classics, convirtiéndose en el sexto escritor en lengua española incluido, junto a Borges, García Lorca, García Márquez, Neruda y Paz. ​

Poco importa de qué mueren aquellos cuya muerte nos conmociona. «Los muertos, a falta de un lugar más confortable, se quedan en la cabeza de los seres queridos». El Rey ha muerto, larga vida al Rey.

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