Energía
¿Jaque a la transición energética?
La guerra en Ucrania ha demostrado que hace falta mayor velocidad en la transición, pero el punto de partida no es sencillo. La dependencia de los recursos fósiles es todavía muy elevada y se debe aceptar que la transición energética obligará a hacer cambios profundos.
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A finales del pasado mes de abril coincidieron las juntas de accionistas y los congresos de los tres mayores bancos de Estados Unidos, Citi, Bank of America y Wells Fargo Banco, con activos de varios billones de dólares. Preguntaron a sus accionistas si estaban dispuestos a seguir las políticas de emisiones netas cero en 2050. La cuestión de fondo era si continuaban invirtiendo en las industrias fósiles y sus aledaños o se retiraban. El horizonte verde solo fue respaldado por entre el 11% y el 13% de los accionistas. Mientras, el banco de inversión Goldman Sachs calcula que Europa debe movilizar en los próximos nueve años unos 3,7 billones de euros para electrificar el Viejo Continente. «Urge acelerar la inversión verde», sostiene la institución.
La guerra en Ucrania ha demostrado que hace falta mayor velocidad en la transición, pero también lo que cuesta salir del bucle político-energético. Solo en los primeros 100 días de conflicto, Rusia ganó unos 93.000 millones de dólares (unos 89.000 millones de euros) por sus exportaciones de combustibles fósiles, según datos del Centro Finlandés para la Investigación Energética y el Aire Limpio. El 61%, unos 56.000 millones, lo pagaron países de la Unión Europea.
«Cerrar las plantas nucleares en Alemania puso a Europa en manos de la energía rusa», apunta José Antonio Montalvo, catedrático de Economía de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC). «Putin no se habría atrevido a atacar Ucrania sin tener a Europa capturada energéticamente», añade. «No sorprenden las prisas de Alemania por dejar de comprar petróleo ruso: es la prisa de la mala conciencia. Resulta imposible optimizar la transición sin tener en cuenta las restricciones y que el problema de la sostenibilidad no es europeo, sino mundial», reflexiona. Sin embargo, la urgencia de la transición admite pocos sentimientos de culpa: hay que reducir las emisiones de dióxido de carbono en Europa un 55% antes de 2050. El coste, sobre todo tecnológico, es ya de 350.000 millones de euros anuales. La inflación y la factura del gas, según Goldman Sachs, supondrán un aumento del recibo de 1,4 billones de euros.
Los efectos de la guerra también se han notado en el transporte marítimo. El bloqueo en la práctica del mar del Norte ha revelado la importancia que este tiene en los ritmos económicos y medioambientales. La transición verde de los grandes buques de carga es un reto para el que la tecnología aún carece de respuestas. Se ha llegado a hablar incluso de aceite y plástico reciclado a modo de combustible. «Unos ingresos para la industria de entre 10.000 y 20.000 millones de dólares son buenos», explica Jeremy Nixon, consejero delegado de Ocean Network Express, una empresa situada en Singapur. «Pero tenemos que destinar una inversión de 1,5 billones los próximos 20 o 30 años. Necesitamos beneficios sostenibles», añade.
Sinergias y factor humano
«Para potenciar la sostenibilidad en la industria, principal motor del empleo estable, es necesario sumar sinergias y desarrollar grandes clústeres que dinamicen la colaboración entre industrias cercanas y complementarias», observa Antonio Joyanes, director de Energy Parks de Cepsa. Los fondos europeos pueden utilizarse en proyectos tractores que impulsen la transición energética.
El coste de la transición, sobre todo tecnológico, es ya de 350.000 millones de euros anuales
«Un buen ejemplo de la fuerza de estas sinergias es la constitución, hace ya casi un año, del consorcio IndesIA, promovido por ocho grandes empresas ligadas al sector industrial español», indica Mariano Marzo, catedrático emérito de Ciencias de la Tierra en la Universidad de Barcelona y consejero externo independiente de Repsol. Su objetivo: compartir conocimientos, casos de uso y experiencias en la aplicación de los datos, sobre todo de pequeñas y medianas empresas. «La tecnología resulta clave y, en esta fase de la descarbonización, lo es sobre todo para sectores de gran intensidad energética», asume Marie Vandendriessche, investigadora sénior de EsadeGeo.
Antes este escenario, Goldman Sachs calcula que todo este universo de la captura de hidrógeno, los biocombustibles, las energías renovables o la nueva era de electrificación (tanto en las líneas de suministro como en las redes de carga) ofrecen una oportunidad de inversión de 16 billones de dólares (aproximadamente 15,3 billones de euros). Es un escenario donde se podría cumplir con el objetivo recomendado de una reducción de 2ºC de las temperaturas. Otro informe –este del Instituto Económico de Deloitte– estima que la economía estadounidense puede sumar dos billones de dólares si se descarboniza con rapidez durante los próximos 50 años.
En esa confianza en las posibilidades tecnológicas se obvia que el mayor poder de transformación recae en el factor humano y su capacidad de movilización y queja. «Estamos en un momento donde los gigantes inversores del mundo ven el cambio climático como una amenaza real a la salud financiera de todos los sectores», reflexiona Miguel Jaller, vicepresidente del departamento de Ingeniería Civil y del Medioambiente de la Universidad de California.
Un nuevo sistema neutro debería alimentar en 2050 una economía global con un PIB próximo a los 185 billones
En conclusión: la transición no será sencilla. La consultora McKinsey estima que en 2050 se perderán unos 185 millones de puestos de trabajo y se crearán cerca de 200 millones, tanto directos como indirectos. El cambio implica dar la vuelta a 150 años de historia. En términos globales, de los 86 billones de dólares de su PIB, el hombre obtiene cerca del 81% de la energía primaria de los hidrocarburos. Un nuevo sistema neutro debería alimentar en 2050 una economía global con un PIB próximo a los 185 billones. «Va a resultar una ardua tarea», resume Marzo.
Además de las transformaciones macroeconómicas, también se modificarán cuestiones más cercanas, como la movilidad. El coche de combustión cambió la sociedad estadounidense, pero, para lo bueno y lo difícil, el mañana es eléctrico. «Las grandes disrupciones suelen venir precedidas por un cambio o evolución tecnológica, por novedades normativas o regulatorias y por la entrada de nuevos actores en el mercado», describe Edgar Costa, responsable de Sostenibilidad de Seat. Y añade: «La transición hacia la electrificación llega precedida por los tres factores a la vez».
La transición energética, una oportunidad para España
Surgirán oportunidades. Por ejemplo, el proyecto Future Fast Forward (F3), promovido con fondos europeos, quiere impulsar la transformación de España hacia la electrificación y crear en el país un hub de movilidad eléctrica. Igualmente, se baraja la idea de que España pueda crear un fondo soberano partiendo de la irradiación social. A la par es posible, sintetiza Carlos Bendito, consejero delegado de Aurea Capital Partners, desarrollar un Fondo Nacional de Transición Energética que movilizaría la co-inversión de las pensiones y de inversores institucionales con un coste de capital bajo. Esto llevaría hacia la puesta en marcha de una red de productores independientes de energía (IPP, según sus siglas en inglés).
Gómez-Acebo: «El hidrógeno puede ser la estrella de la movilidad, sobre todo para los vehículos pesados»
Otras tecnologías son también una potencial luz verde. «El hidrógeno puede ser la estrella de la movilidad, sobre todo para los vehículos pesados», califica Tomás Gómez-Acebo, catedrático de la Universidad de Navarra. En los vehículos eléctricos, las baterías tienen casi el doble de eficiencia energética que los de pila de hidrógeno, apunta el docente. Sin embargo, este último tiene mucha mayor densidad de energía (40.000 vatios hora por kilogramo de hidrógeno frente a 278 Wh/kg de las baterías de litio). Una vez comprimido ocupa menos espacio para que el vehículo recorra una distancia determinada y se tarda cinco minutos en recargar, en lugar de las tres horas que se toma un modelo eléctrico de Tesla.
Las entidades financieras en España parecen comprometidas con la transición. «Es un planteamiento de ambición global necesario», concreta Severiano Solana, director de Seguimiento y Estrategia de Sostenibilidad de CaixaBank. «La taxonomía europea no plantea una descarbonización a corto plazo de muchas de las actividades que son requeridas en la economía actual ni existe aún la tecnología propicia para dar ese paso. Pero anima a las empresas y a todos los que intervenimos en el ciclo económico a apostar por los operadores que realicen su producción de la forma más eficiente posible en términos de emisiones de CO2», añade.
Todos estos datos importan, incluso teniendo presente el trabajo de la Universidad de Oxford y la gestora Pictet, que sostiene que no se pueden eliminar todos los efectos negativos del cambio climático. A algunos ya llegamos tarde. «Ahora bien, en cualquier caso, no emitir dióxido de carbono resulta más barato que retirarlo», comenta Xavier Chollet, gestor de Pictet Clean Energy. La Agencia Internacional de la Energía estima que las baterías de próxima generación, el almacenamiento de carbono o ciertos tipos de producción de hidrógeno podrían reducir las emisiones globales de CO2 en el sector energético en casi 35 gigatoneladas para 2070, lo que se considera sostenible.
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