Pensamiento

El síndrome del pensamiento acelerado

Los pensamientos son la única compañía que nunca nos abandona, pero si queremos preservar nuestra salud mental y salvaguardar la de los más jóvenes, es imperativo que aprendamos a dejar la mente en blanco.

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05
agosto
2022

Según Alex Pattakos, filósofo y experto en ciencias políticas, los seres humanos somos prisioneros de nuestros pensamientos. Influenciado por las aportaciones de la psicología experiencial, Pattakos quería hacer referencia a cómo nuestras expectativas y miedos nos anclan, pero a día de hoy su afirmación ha cobrado un sentido diferente: la cultura de la productividad ha convertido nuestro cerebro en un campo de batalla.

Párese a pensar en la última vez que dejó la mente en blanco. Con suerte, a la hora de dormir, pero inmediatamente antes de conciliar el sueño has dedicado minutos eternos a analizar el día que se acaba, a prepararte para el que está por llegar y, quizá, a fantasear con tus recuerdos. Es una odisea deshacernos de nuestros pensamientos; como si fuesen hilos, se enmarañan progresivamente hasta que nuestro cerebro se agota y cae en los brazos de Morfeo.

Esta incapacidad para desconectar tiene nombre y apellidos: síndrome del pensamiento acelerado, una condición descrita por el psiquiatra y terapeuta Augusto Cury en 2013 en el marco de la psicología del desarrollo infantil. Según el experto, hemos contagiado a los más jóvenes con nuestra ansiedad como si de una epidemia vírica se tratase. La responsabilidad recae en la hiperestimulación y la secuela es una intolerancia al aburrimiento que se mantiene a lo largo de la adolescencia y edad adulta. Ese niño pegado a la tablet o a la televisión dedica todo su esfuerzo mental a procesar información acerca de numerosos personajes y tramas que no es capaz de elaborar con profundidad, ya que cuando está a punto de comprender lo que observa, aparece un nuevo estímulo. El alud de información superficial le vuelve incapaz de tolerar el silencio, la calma psicológica.

Todas las estimulaciones con las que nos cruzamos en el día a día nos motivan a estar pendientes o alerta 24 horas

Probemos a sustituir los dibujos animados por un teléfono que no para de sonar, likes en redes sociales, e-mails del trabajo, fotos de tu sobrino en el chat familiar o una pulsera de actividad que no se cansa de recordarte el número objetivo de pasos que debes dar: toda esta estimulación nos motiva a estar pendientes 24 horas. Y no solo eso, sino que cada vez necesitamos más, lo que deriva en un estado de alerta constante (o, como Cury lo denominó, un síndrome del pensamiento acelerado).

Este problema psicológico, propio de la sociedad del siglo XXI, guarda gran relación con el modelo de inteligencia multifocal propuesto por el mismo autor. Así, según Cury, aprendemos a construir el mundo a partir de la información que nos rodea y la que ya figura en nuestro cerebro, dándole un significado propio e integrando no solo los componentes cognitivos (es decir, lo que sabemos de las cosas), sino también los emocionales (esto es, lo que estas nos hacen sentir). Desgraciadamente, no cultivamos la inteligencia multifocal: nos resulta mucho más fácil entender cómo funciona la teoría de cuerdas que nuestro propio mundo interior.

En la actualidad, esta imposibilidad para desconectar se está asentando en prácticamente toda la población

Mantener nuestra mente constantemente activa procesando superficialmente pensamientos irrelevantes es, para muchos, el pan de cada día, especialmente en ciertos sectores profesionales: periodistas, profesores, ejecutivos y profesionales de la salud eran tradicionalmente más proclives a experimentar el síndrome del pensamiento acelerado. Sin embargo, a día de hoy esta imposibilidad para desconectar se está asentando en prácticamente toda la población, incluyendo niños –como hemos visto, la hiperestimulación en menores es muy habitual y peligrosa– y estudiantes o jóvenes trabajadores que se ven sometidos a una alta presión. Entra en juego también la precariedad. La generación millennial ha crecido con el mantra de que es mejor sufrir una ansiedad laboral insoportable a no tener trabajo. Por lo tanto, se busca un rendimiento óptimo y un reconocimiento social que nunca llega, ya que la aspiración es la perfección. Los millennial, de hecho, se enfrentan al síndrome del impostor, que nos vende la idea de que el problema son las personas, que son demasiado débiles o sensibles. No obstante, no se trata de una «generación de cristal», como se ha ido diciendo: es una generación de supervivientes de una sociedad hiperexigente, carente de atención psicológica y que normaliza la precariedad.

En este clima tan delicado, es entendible buscar una salida en lo que tenemos más a mano: el trabajo y las redes sociales. Nos aferramos a la creencia de que siendo productivos, lidiaremos mejor con la presión y la percepción irracional de no ser nunca suficientemente buenos. Lo cierto, sin embargo, es que es un arma de doble filo: la exigencia siempre pide más sacrificio, y es ahí donde aparece la marabunta de pensamientos encadenados que nos impide desconectar de lo irrelevante y conectar con lo que verdaderamente importa, que es cómo nos sentimos.

A corto plazo, es realmente cómodo encerrarnos en la cárcel del síndrome del pensamiento acelerado. Qué cuesta más, ¿analizar tu ansiedad o revisar tu feed de Instagram? Evidentemente, la primera tarea implica un esfuerzo consciente y una capacidad de introspección que se modula con los años, pero esa hiperproducción de pensamientos que acompaña a la vasta mayoría de la población tiene efectos muy negativos para la salud mental: fatiga, desmotivación, falta de sentido vital, problemas de concentración, lapsos memorísticos, insatisfacción ante los logros, intolerancia al aburrimiento y a la rutina, y ansiedad generalizada cuando los pensamientos se convierten en preocupaciones. Por eso es fundamental entrenar a nuestro cerebro y aprender a tolerar mejor el aburrimiento o la infraestimulación: puede que no logre poner la mente en blanco, pero con algo de tiempo y mucha paciencia acabará disfrutando de un apacible ruido neutral mental.

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