Siglo XXI
Charla entre un sapiens y un neandertal
El escritor Juan José Millás y el paleontólogo Juan Luis Arsuaga acaban de publicar su segundo libro juntos, ‘La muerte contada por un sapiens a un neandertal’ (Alfaguara), donde el tándem más brillante vuelve a deslumbrar abordando temas como la muerte, la eternidad, la longevidad y la supervivencia. En esta conversación, ambos expertos reflexionan sobre un ser humano que, a diferencia de sus ancestros, no es capaz de vivir el presente.
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Juan José Millás es el neandertal. El escritor y periodista español, autor de decenas de novelas, relatos y reportajes, se identifica de esa forma desde su infancia: «Soy neandertal. Lo sé desde el colegio porque los niños sapiens, que eran unos cabrones, me miraban raro», dice. El sapiens es Juan Luis Arsuaga, paleontólogo español, doctor en Ciencias Biológicas, director científico del Museo de la Evolución Humana y codirector de Atapuerca, el famoso yacimiento arqueológico en Burgos. Neandertal y sapiens, Millás y Arsuaga, se conocieron años atrás en el museo. Millás ya sabía del científico: había leído sus libros especializados y visitado Atapuerca, donde, como buen neandertal, se sintió en su casa.
El escritor no quiso dejar pasar ese encuentro y le lanzó a Arsuaga una idea: ¿qué tal si se unían para escribir un libro sobre la vida? El trato era el siguiente: el sapiens lo llevaría al sitio que quisiera –ya fuera un yacimiento o un centro comercial–, le explicaría sus teorías evolutivas, y el neandertal lo narraría con sus palabras. «Creo que levantaríamos un gran relato sobre la existencia», le dijo Millás para animarlo. Y lo hicieron. En 2020 publicaron ‘La vida contada por un sapiens a un neandertal’, que dos años después sigue en la lista de los más vendidos en su país. Al final de ese libro –que resultó ser un gran recorrido por los orígenes y la evolución de la vida–, Arsuaga habló de la vejez y de la muerte como dos de los grandes problemas de la ciencia. Entonces surgió otra idea: ¿qué tal hacer un segundo libro que responda a preguntas como por qué envejecemos o por qué morimos? Así nació ‘La muerte contada por un sapiens a un neandertal’, publicado este año. Un libro que habla de la muerte, sí, pero también de la vida.
En el libro citan a Borges: «Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte». ¿Cuál es, para ustedes, la relación que debe tener el ser humano con la muerte?
Juan José Millas: Debería ser natural, porque no hay nada más natural que la muerte. Pero parece que eso es imposible. Tampoco tenemos una relación muy natural con el nacimiento. Si bien es cierto que ni el embarazo ni el parto son enfermedades, los tratamos como si lo fueran. Las embarazadas van con regularidad al médico, se pare en los hospitales. También se muere en los hospitales, por lo general. Poca gente muere en casa. En fin, quiero pensar –y es un propósito que me hago, pero no estoy seguro de poder cumplir– en mi propia muerte como en algo banal, como un suceso sin importancia.
Juan Luis Arsuaga: La muerte no es el problema. Ella se resuelve sola. El problema es la vida. Solo nos deben preocupar aquellas cosas en las cuales podemos intervenir. Por eso en el libro hablamos de los procesos de envejecimiento y por qué ocurren.
Hablan de la selección natural y de cómo las especies que llevan la ventaja, las de mayor capacidad de supervivencia, son las que tienen más hijos. ¿Cómo ven en este sentido el panorama del ser humano como especie? Hay sociedades que ya tienen la pirámide demográfica invertida.
JJM: Vivimos en una contradicción. Por un lado, el planeta está superpoblado. Somos una especie que se ha reproducido en forma excesiva. Pero, por otro, vivimos en sociedades envejecidas. Hay lugares –España, entre ellos– donde la pirámide en efecto se ha invertido y nace menos gente que la que muere. Entonces dices: eso es malo. Pero también lo es la sobrepoblación, porque somos una especie que va a acabar con el planeta. Las dos cosas son ciertas y malas.
JLA: La población crece donde hay pobreza. En las sociedades que son todavía agrarias y pobres hay muchos hijos. Y no digamos si son patriarcales. En las de mayor nivel de renta y educación hay un problema de natalidad. Este debate tiene que ver con la justicia social. La humanidad ha estado aumentando en los países no industrializados. Ya se empezará a frenar.
JJM: Pero las previsiones para dentro de 50 años es que pasaremos de siete mil millones a diez mil o algo así. No en el primer mundo, pero globalmente.
JLA: Es un desequilibrio demográfico consecuencia de un desequilibrio económico. Porque no está previsto que aumente la población alemana, australiana o japonesa, por ejemplo. Cambiará cuando se alcancen niveles de educación más elevados.
Juan José Millás: «El Paleolítico fue la época en la que el humano fue más feliz»
En un futuro, según explican, puede llegar a ser posible la prolongación de la vida. ¿Qué opinan de los que buscan, con modificaciones genéticas, encontrar el humano perfecto?
JLA: Es una aberración que espero que no se haga. La eugenesia es una idea vieja puesta al día con nuevas técnicas científicas. No es algo fácil, para empezar. Porque los procesos de desarrollo no son sencillos. Además, no sé cómo podríamos mejorar al ser humano. Para mejorar algo hay que tener primero una escala de valores. Yo puedo aplicarlo a una vaca lechera, porque sé cómo evaluar su calidad: que dé más leche. Pero ¿con qué criterio medimos la calidad de un ser humano? No hay criterio de valoración ni debe existir. Incluso si dicen que es para que sea más inteligente, no es aceptable. Porque tampoco sabemos qué es la inteligencia. Hay muchos tipos.
JJM: Efectivamente. Da terror que alguien se ponga a enumerar las virtudes que debería tener el humano especial. Para los alemanes, el modelo era la raza aria. Ya sabemos lo que dio de sí esa ideología.
Otra cosa sería pretender prolongar la vida…
JLA: Que tampoco es sencillo, porque habría que hacerlo en el embrión. Algo distinto son las técnicas que pueden combatir el envejecimiento celular, pero que no significan cambio genético. Ningún científico serio se plantea alargar la vida, sino mejorar su calidad. No queremos crear un superhombre, sino frenar o evitar el deterioro que se produce a partir de ciertas edades.
De hecho, una de las ideas que más tratan en el libro es que los humanos somos la única especie que desarrolla enfermedades crónicas. ¿Esto nos ha llevado a la búsqueda de ‘la eterna juventud’?
JLA: A eso es a lo que se dedica la medicina. Tú tienes una artrosis de cadera y te la sustituyen; tienes un problema de corazón y te hacen un trasplante.
JJM: Y está la industria cosmética, que tantos miles de millones mueve. Lo que intenta es retrasar el envejecimiento. Incluso estar en mejor forma. Yo tomo colágeno y ácido hialurónico. Tomo magnesio, porque las articulaciones ya lo piden. Pero eso no está asociado con cambios en mi genética, ¿no?
JLA: No. Y muchos procesos de envejecimiento celular tienen que ver con el estilo de vida. Hay patologías que se desarrollan con la edad y se relacionan, sin ir más lejos, con el aire que respiramos. No todo es medicina. Y no hablo solo de lo orgánico, sino de los problemas psicológicos, mentales, que vienen de una vida estresante. Hay mucho que cambiar sin pastillas y sin cirugías.
Juan Luis Arsuaga: «Ahora hacemos todo lo contrario a lo que debemos: tenemos largos periodos de pasividad absoluta, seguidos por episodios de angustia y estrés»
El estado psicológico que tanta conexión tiene, según dicen, con la velocidad en que un individuo envejece o enferma.
JJM: Claro, tiene que ver con el sistema inmunológico. Hace años en España recibimos a muchos refugiados de la dictadura argentina. Se hizo un estudio entre estos exiliados y resultó que había un número muy alto que padecía cáncer, en relación con el resto de la población. La conclusión es que era gente muy estresada, muy triste, que la estaba pasando mal con el cambio de país. Todo eso lo pagaba el sistema inmunológico. Es un estudio bien curioso que, en definitiva, viene a hablar de la relación entre tristeza y enfermedad.
En sus libros hacen un viaje por la prehistoria. Si pudieran traer para hoy algo de ese tiempo, ¿qué elegirían? ¿Qué traerían del Paleolítico, por ejemplo?
JLA: Lo tengo muy claro. Esos pueblos de cazadores y recolectores siempre estaban activos y nunca estresados. Incluso su descanso era activo, pero sin prisa. Tenían la sabiduría de reconocer que hay mucho por hacer y que nada es urgente. Nuestros abuelos de pueblo llevaban esa vida. Seguían el ciclo de las estaciones. El urbanita actual hace justo lo contrario: tenemos largos periodos de pasividad absoluta, seguidos por episodios de angustia y estrés. Si pudiera traerme algo, sería ese estilo de vida. Esa es la lección de la prehistoria.
JJM: Yo me traería el Paleolítico entero. La época en que esta especie fue más feliz, cuando eran cazadores y recolectores. En el Neolítico se empieza a joder todo. En el momento en que se asientan, comienzan a cultivar, a tener excedentes, a tener miedo de que les roben esos excedentes, de que los animales se enfermen. Si hiciéramos una historia del estrés, empezaría ahí.
JLA: Estaría bien ese libro, Millás. La historia del estrés. Y ahora que lo mencionas, un objeto que me traería serían las estrellas. En España hace mucho tiempo que no podemos ver las estrellas por la contaminación lumínica. Hay sitios en Europa donde están recuperando grandes zonas sin contaminación y creando un turismo de los cielos estrellados. La mayor parte de la gente que vive en las ciudades no ha visto las estrellas. Ya empieza a ser un fenómeno como ver la aurora boreal. Un espectáculo excepcional.
JJM: Yo tengo una casa en un pueblo de Asturias. Allí soy consciente de las fases de la luna. En Madrid nunca sé si está en creciente o en menguante. Allí, solo porque es un pueblo de casas bajas, puedo tener esa relación con la Luna, en la ciudad es imposible.
Millás: «Vivimos en el posfuturo, instalados en una constante falta de sentido»
¿Nos hemos separado de la naturaleza?
JJM: No es que nos separamos, es que los seres humanos ya no somos naturaleza. No sé qué somos, pero desde luego naturaleza no. No vivimos de acuerdo con ninguna de sus leyes.
JLA: A la gente se le ha olvidado que es un mamífero. Y entonces se hace preguntas absurdas como por qué nos tenemos que morir. ¡Pues porque somos una especie biológica! Pero eso les parece escandaloso.
JJM: En España se sienten ahora muy afortunados porque empiezan las vacaciones escolares y los niños van a los campamentos donde tienen cuatro gallinas, a lo mejor, y un burro o un caballo. Para que los niños los vean.
JLA: A mí me ocurrió una historia muy divertida, o muy trágica. Alquilamos una casa en Santander. Era una casa en el campo. Un día, uno de los ganaderos de la zona invitó a mis hijas, que eran pequeñitas, a ver parir una vaca. Fueron encantadas. Claro, ver nacer un ternero. Volvieron de allí horrorizadas. El parto no fue lo que ellas esperaban. No era Walt Disney.
JJM: Y si lo piensas, es terrorífico ir con tus hijos al supermercado y ver una serie de pollos troceados. Ves pechugas, muslos, alitas, pero ellos son incapaces de reconstruirlo. No saben que eso viene de un animal llamado pollo. Es la pérdida de la totalidad.
¿Nos estamos volviendo una especie muy ‘blandita’ para asumir las cosas? Según ustedes, no aceptamos las limitaciones, por ejemplo. Lo hacen mejor otras especies.
JLA: Bueno, los animales no se hacen preguntas.
JJM: Ni llegan a la vejez, ni conocen la decrepitud.
Y se estresan solo cuando lo necesitan…
JLA: La naturaleza inventó el estrés para situaciones críticas. Cuando estás ante un enemigo, un depredador, un peligro. Pero la condición permanente de estrés es mortífera. No puedes vivir en un estado crítico. Pues los seres humanos lo hemos conseguido.
JJM: Y produce mucha enfermedad mental. En España, la primera causa de muerte entre jóvenes es el suicidio. En estos últimos años en parte por la pandemia, pero también por la falta de futuro. El futuro es el sitio donde más tiempo pasamos. Siempre estamos pensando cómo seremos de mayores.
Dicen que el ser humano es un buscador de sentido. ¿Hemos dejado de buscarle un sentido a la vida?
JJM: El sentido es, por un lado, una tarea individual. Uno tiene que arreglárselas para darle sentido a su vida. Pero también es social, porque todas las sociedades deberían tener uno. Incluso en el significado de dirección que tiene esa palabra. Pero es lo que decimos: la falta de sentido en que vivimos, instalados en el posfuturo. Cuando yo era joven había un plan. Acabaré la carrera, me iré de casa de mis padres, quizás me case, tendré hijos. Pero el futuro ha quedado abolido. Eso es algo tremendo. Porque entonces ahora ¿a dónde nos vamos?
JLA: El sentido es el problema al que se enfrenta todo ser humano. No se lo puede resolver otra persona. Las soluciones de los demás no sirven. Es un problema filosófico, existencial, que se agudizó cuando la sociedad se volvió menos religiosa. Porque las religiones daban respuestas a las preguntas. En el momento en que las sociedades o las personas dejan de creer que su existencia es el resultado de un plan divino, tienen que intentar encontrar esas respuestas en otra parte.
Arsuaga: «La ciencia es buena contra los virus, pero no tanto con el ser humano: ¿cuál es la vacuna para la codicia, la insolidaridad, la injusticia o el supremacismo?
Hablando de fe, ustedes dicen que la ciencia se está volviendo la nueva religión, y le pedimos soluciones mágicas. Como en la pandemia…
JJM: Y la ciencia hizo el milagro. En un año descubrió una vacuna.
JLA: Porque la ciencia es buena contra los virus, contra los patógenos. La ciencia funciona peor con el ser humano. Al virus, a fin de cuentas, te lo puedes cargar. O puedes vacunarte frente a él. Pero frente a la codicia, a la insolidaridad, a la injusticia, al supremacismo, a la tiranía, ¿cuál es la vacuna? Frente a esta carrera loca por consumir, ¿la ciencia qué vacuna tiene? El virus es un enemigo más fácil. Los problemas de la humanidad tienen que ver con nosotros mismos. Y ahí la ciencia no puede hacer milagros.
JJM: Las patologías de carácter moral. El consumismo. El otro día vi una escena en una serie. Una persona se ponía frente a unos grandes almacenes con un cartel: «No compres, no vendas». Algo tan sencillo, y ahí está explicada toda una filosofía de la vida.
Los dos libros que han escrito son valiosos también como ejemplo de un diálogo entre humanidades y ciencia. ¿Los plantearon así?
JJM: No como una intención consciente, pero sí hemos hablado de esta separación entre ciencias y humanidades. El problema es que vivimos en una sociedad que lo mide todo en sus aspectos cuantitativos, y lo que no se puede medir no existe. Si yo no supiera dividir y hoy aprendiera, me iría a la cama diciendo que sé una cosa más. Sé dividir. Porque ese tipo de conocimiento se puede cuantificar. Ahora, si yo no hubiera leído Crimen y castigo y lo leyera hoy –en el supuesto de que me diera tiempo a leerlo en un día–, me iría a la cama también siendo más sabio. Uno es más sabio después de leer Crimen y castigo, o la Biblia, o Madame Bovary. Pero ese conocimiento no se puede cuantificar.
JLA: Nosotros somos un ejemplo de que el diálogo entre ciencia y humanidades debe existir. Esa división empieza con Descartes, que es el que separa el cuerpo del alma, de la mente. Al final es una especie de pacto mafioso: vamos a repartirnos el ser humano, tú te quedas con el alma, yo con el cuerpo. Y también ha habido, en las humanidades, una resistencia hacia la psicología evolucionista y otras disciplinas que intentan entender la mente o el espíritu humano desde la neurobiología. Hay tensiones en las fronteras. Unos y otros creen que les quieren quitar su parroquia. Nosotros hemos sido un poco subversivos.
Y ya piensan en un tercer libro, sobre la importancia de la cooperación en el desarrollo de las especies…
JJM: Tenemos la firme intención. Pero nos protegemos no vendiendo la piel del oso antes de cazarlo. Cuando estábamos escribiendo el segundo, hablé de él en una entrevista y Arsuaga me dijo: «cómo se te ocurre tentar a los dioses, a ellos les gusta que los tengas en cuenta cuando haces las cosas».
JLA: Porque yo son un posateo. Tengo una relación muy relajada con la religión. No pertenezco a la generación del conflicto.
Juan José cuenta en el libro que va al psicoanalista. ¿Usted iría, Juan Luis?
JLA: Mis problemas no van por ahí hasta ahora. Si lo necesito, buscaré ayuda donde la pueda encontrar. En eso sí que tengo la mente abierta. Ese es otro problema del mundo hispano: nos cuesta reconocer, decir las cosas. Yo hablo con quien haga falta. De momento no he tenido que recurrir al psicoanálisis. A lo mejor debería.
Esta entrevista es parte de un acuerdo de colaboración entre el diario ‘El Tiempo‘ y la revista ‘Ethic’. Lea el contenido original aquí.
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