Sociedad

¿Yonquis de Idealista?

Quien no se haya asomado a la ventana virtual de las viviendas para disfrutar de esa casa que nunca podrá comprar, que tire la primera piedra. En un escenario con la precariedad como protagonista, muchas personas –especialmente mujeres– se dejan llevar por este ‘mirar, pero no tocar’ inmobiliario como una forma de obtener un placer transitorio frente a la felicidad real (e inalcanzable) de poseer las viviendas en cuestión.

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19
julio
2022

Abrir el móvil. Mirar pisos. Cerrar el móvil. En la actualidad, son muchas las personas que aprovechan cualquier momento del día para ver pisos –tanto en Idealista como en otros portales similares– que, en muchos casos, nunca podrán permitirse, haciendo de dicha contemplación un verdadero hobby. Lo más llamativo: suelen ser mujeres. Pero aunque parezca una total novedad, se trata de la mutación de una costumbre muy humana que arrastra una larga tradición.

La primera explicación es el efecto inevitablemente positivo de toda esperanza. Hay quien dice, de hecho, que la esperanza es uno de los más agradables estados de ánimo, pues la consumación de los deseos tiende a saciarla, y es en el apetito y el deseo donde uno se siente vivo y verdaderamente alegre; al menos, siempre que exista la posibilidad de que sea satisfecho en un tiempo no excesivamente remoto.

La esperanza es como un hambre atravesada de ilusión, un desear optimista. Y ese contemplar potenciales viviendas sería como abrir una ventana a la esperanza. Mientras uno consulta los bienes inmuebles expuestos se activan ciertas zonas del cerebro que segregan dopamina, asociada a sensaciones de placer, mientras la serotonina estaría vinculada a la verdadera felicidad. No debería de extrañarnos, por tanto, que este navegar para mirar, pero no tocar fuese más una forma de obtener un placer transitorio frente a la felicidad real de poseer las viviendas en cuestión. Este contemplar representa una narcotización efímera en la que uno fantasea con una felicidad futura sustentada en la propiedad imaginada. 

La vivienda se convierte, a pasos agigantados, en un artículo de verdadero lujo que solo se puede mirar

A fin de cuentas, un cuento de la lechera posmoderno. De alcance internacional, puesto que hay versiones del mismo ya en el siglo III a. C., en un lugar tan alejado de Europa como la India, su moraleja es que uno no debe dejarse llevar por la imaginación a costa de la realidad: es muy fácil imaginar un bien, pero lo verdaderamente importante es materializarlo, algo que resulta mucho más costoso. Soñar es gratis. Los verdaderos logros, no.

Que gran parte de las personas que se dedican a navegar la red en busca de viviendas a las que, al menos en ese momento, no tienen acceso, sean mujeres, se puede elucubrar a partir del hecho de que son las mujeres las grandes consumidoras. Algunas estadísticas afirman que el 80% del poder de compra del mercado lo decide la mujer. Y, además, compran más también por internet, como es natural.

Por otra parte, ya sea por causas culturales o biológicas (eso aquí y ahora, para lo que nos ocupa, es lo de menos), la mujer ha tendido con mayor intensidad que el hombre a ser territorial en lo que afecta al hogar, hecho que algunos antropólogos han explicado en base a un pasado social y económico en el que el hombre se ocupaba de la caza y la mujer había de cuidar del campamento humano o lugar de residencia. Por tanto, no ha de sorprendernos que sean ellas quienes tienden a narcotizarse a través de una ventana de esperanza relacionada con el consumo potencial o de una vivienda de calidad.

Contemplar los hogares que no podremos permitirnos es una narcotización efímera frente a la propia cotidianeidad

A esto debemos de añadir el hecho de que la vivienda se está convirtiendo, a pasos agigantados, en un artículo de verdadero lujo, tanto por su precio como por la acuciante precariedad de las generaciones nacidas a partir de los setenta. Si epor entonces la vivienda era un bien básico y accesible, con los años (a causa de las viviendas turísticas, la especulación inmobiliaria y otra multitud de fenómenos) los hogares en barrios antaño de clase media (o, incluso, clase obrera), cuentan con precios inasequibles.

Quizás podríamos hablar de este fenómeno como una ventana al lujo y la fantasía. Del mismo modo que muchas mujeres compraban revistas como el Hola para acercarse a las vidas de ricos y famosos (inaccesibles para esas lectoras), hoy muchas se hacen cuentas en los portales inmobiliarios tan solo para poder ver qué tipo de vida existe más allá de su propia cotidianeidad, de su horizonte vital. Una forma virtual de compensar las frustraciones que nos asolan.

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